miércoles, 30 de agosto de 2023

Captología, o la artimaña para manipular nuestra atención

Si usted incita a un menor a beber alcohol, además de ser una conducta incívica es un acto penado por la ley. Si promueve la prostitución de otra persona, en caso de ser un menor estamos hablando de un delito, según el código penal (y puede llegar a penas de prisión). Si usted concibe una aplicación informática (app) premeditadamente diseñada para enganchar a los usuarios, y muchos de ellos son menores,... no tendría ningún castigo, por que no hay legislación alguna que lo tipifique como falta o delito. De hecho, aunque no se trate de menores de edad.

Es más. No solo se trata de que no es ilícito, sino que ni siquiera es considerado un acto indecente o impúdico. 

Como ya analizamos en un post anterior ("El adictivo negocio de robar nuestra atención") que pueden leer aquí, existe toda una industria dedicada a captar y absorber nuestra atención. Y resulta que, además, lo han bautizado con el cínico nombre de captología.



Con este palabro se designa una doctrina que enseña a atrapar con la tecnología. Instruye sobre cómo captar al usuario a través de técnicas de neurociencia que activan mecanismos neuronales que inducen la permanencia en esa web. De manera que los ciudadanos pasamos a convertirnos en su materia prima, y sí, el concepto es secuestrar de manera sutil, incruenta e inadvertidamente la capacidad de atención de cada individuo.

Táchenme de exagerado pero yo lo veo como si en las facultades de derecho se enseñaran las mejores estrategias para defraudar a Hacienda o para eludir pagar impuestos, o para ganar un juicio aunque no se tenga la razón.

Por supuesto, ellos la denominan tecnología persuasiva, y la definen asépticamente como aquella que logra cambiar las actitudes y comportamientos de la gente con su diseño. Si bien es cierto que ejecuta programas que permiten a personas con fobias superen sus miedos mediante realidad virtual o promueve que la gente sea menos hostil a quién es diferente, también crea legiones de adictos a las compras online o a los juegos de apuestas online, por poner un par de ejemplos simples.



El guru máximo de esta disciplina, B.J. Fogg lleva años enseñando a los emprendedores de Silicon Valley a convertirnos en adictos. No crean que algo muy diferente al tipo que vende papelinas a la puerta de un colegio. 

Todos los meses, organiza un curso intensivo de ‘behaviour design’ en su casa de invitados, al norte de California, en los que solo acepta que participen los profesionales que quieren aprender en sus clases "para hacer del mundo un lugar mejor". Vamos! Como si Oppenheimer te dice "voy a enseñarte a construir la bomba atómica pero solo si piensas usarla para hacer del mundo un lugar mejor".

Ya les hablé en el post antes mencionado de Tristan Harris. Filósofo de producto (jamás pensé que vería estos dos términos fundidos en un solo concepto) y especialista en ética del diseño en Google, abandonó su cargo hace un tiempo. Tras afirmar que "la tecnología no es precisamente una herramienta neutral", no tiene reparo en reconocer lo que cualquier ser humano con capacidad crítica intuye: "El trabajo de estas compañías es enganchar a la gente, y lo hacen asaltando nuestras vulnerabilidades psicológicas".


 

El tal Fogg, después de 20 años dedicado a esta empresa, se descuelga en los últimos tiempos prediciendo que un creciente porcentaje de la población llegará a ver cómo de importante es estar conectado a la naturaleza y alejado de la tecnología, viviendo más cerca de los orígenes. Aprender a ser humanos otra vez y no robots, creo que dijo. Dedicarte a desenganchar a los adictos cuando te has dedicado a engancharlos sonaría sarcástico sino fuera por las terribles consecuencias que va a tener en la salud mental y problemas de conducta de la población mundial en un futuro nada lejano.

 


 



 

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