domingo, 15 de octubre de 2017

CITA: Enfrentarse a Bill Gates... sin darse importancia.

«Bill Gates está enojado. Sus ojos saltones resaltan tras sus grandes gafas, su rostro está enrojecido y, al hablar, la saliva sale despedida de su boca... Se halla en una pequeña pero abarrotada sala de conferencias del campus de Microsoft acompañado de veinte personas reunidas en torno a una mesa ovalada y que, en el caso de atreverse a mirarle, lo hacen con evidente temor. El miedo se palpa en el ambiente.»


Así comienza la crónica de una demostración del gran arte de manejar las emociones.

Mientras Gates prosigue su airada perorata, los atribulados programadores titubean y tartamudean, tratando de convencerle o, por lo menos, de calmarle. Pero nada parece surtir efecto, nadie parece hacer mella en él, excepto una pequeña mujer chinoamericana y de hablar dulce que parece ser la única persona que no está impresionada por la rabieta del jefe y que, a diferencia del resto de los presentes —que evitan todo contacto ocular—, mira directamente a Gates a los ojos.

La mujer interrumpe en un par de ocasiones la charla de Gates para dirigirse a él en un tono muy tranquilo. La primera vez sus palabras parecen surtir un efecto calmante, pero inmediatamente Gates reanuda su enojado discurso. La segunda ocasión, en cambio, Gates escucha en silencio, con la mirada clavada pensativamente en la mesa. Luego su enojo parece diluirse súbitamente y le responde: «De acuerdo. Eso me parece bien. Sigue adelante». Y con ello da por terminada la reunión.


A pesar de que las palabras de esta mujer no diferían gran cosa de lo que habían dicho sus otros colegas, fue posiblemente su serenidad la que le permitió expresarse con más claridad, en lugar de hacerlo agitada por la ansiedad. Su comentario transmitía el mensaje de que la diatriba no había logrado intimidarla, de que podía escuchar sin descolocarse, de que, en realidad, no había motivo alguno para estar agitada.

En cierto modo, esta habilidad es invisible porque el autocontrol se manifiesta como la ausencia de explosiones emocionales. Los signos que la caracterizan son, por ejemplo, no dejarse arrastrar por el estrés o ser capaz de relacionarse con una persona enfadada sin enojarnos (...).

El acto fundamental de nuestra responsabilidad personal (en el trabajo) es el de asumir el control de nuestro propio estado mental.

"La práctica de la inteligencia emocional", (1.999)
Daniel Goleman

domingo, 1 de octubre de 2017

30#. El autocontrol es el mejor predictor de cómo nos irá en la vida.

Conducimos a 120 km/h por la autopista, y súbitamente, se nos planta enfrente un zorro o un perro ¿De que depende que nuestra reacción sea echarnos las manos a la cabeza y gritar, o bien, tratemos de manejar el volante para no estrellarnos?

Autocontrol emocional, es la respuesta.

El autocontrol, autorregulación, autodominio, o como queramos llamarlo, es la habilidad para dominar nuestras emociones, pensamientos y conducta. 
 

Cierto que, lanzados por la carretera y frente a un obstáculo imprevisto, no parece ser el mejor momento para lograrlo. Entre otras cosas, por que el autocontrol emocional consiste en un proceso. No es automático, sino que requiere de preparación. Hay que educarlo. Un velocista de atletismo logra batir su marca personal cuando se ha ejercitado, se ha ido fortaleciendo y ha progresado en su destreza para la carrera. Pero, por mucho que lo desee, difícilmente logrará ese hito si se presenta en la final de los 100 metros lisos sin entrenamiento previo.

Cuando un crío (y, por desgracia, más de un adulto que conozco) tiene un deseo, impulso o necesidad, tiende a satisfacerlo actuando de la manera más directa e instintiva. Arrastrado por la emoción subyacente, casi que corresponderá al esquema clásico del Estímulo-Respuesta, por el que se rigen la mayor parte de los animales. De manera que, apenas interviene ningún proceso de pensamiento entre lo que siente y lo que hace. 
 

El autocontrol emocional es nuestro negociador. Entre ese impulso y la acción para satisfacerlo debe mediar un espacio. Ese espacio no es nada más, ni nada menos, que la cancha que le damos a nuestra voluntad y capacidad de juicio para decidir qué es lo más conveniente. El pensamiento, (más concretamente, la reflexión) es el mediador que nos recomendará que acción es la más adecuada para atender a nuestro deseo, pero ajustándonos a las circunstancias.

David Goleman destacó que el factor central de la inteligencia emocional es el autocontrol, y existen estudios consistentes, como los de Mischel o el experimento Dunedin, que lo apoyan. Si nos detenemos a pensarlo, ya los antiguos pensadores sabían que el buen gobierno de la vida depende de conocernos y dominarnos. Aunque ni siquiera es necesario apelar a los clásicos, si no a nuestra propia experiencia en la vida. Todos tendremos el recuerdo, en alguna época de nuestra existencia, de haber actuado de manera impetuosa, de habernos dejado llevar por las emociones.

Aquella compra del piso o vehículo, de manera apresurada y visceral ¿fue tan acertada? ¿Realmente fue tan imperdonable aquel comentario irreflexivo de mi hermana sobre mi mujer, como para que dejara de hablarle? Consultar el whatsapp en una reunión de trabajo delante del jefe igual deja en evidencia mi profesionalidad. Por muy enamorados que estemos, entrar en el velatorio con una sonrisa de oreja a oreja desbordados por un ánimo expansivo no parece ser lo más correcto. Una respuesta exaltada en una entrevista de trabajo puede dar al traste con mis aspiraciones profesionales. De la misma manera que un exabrupto, en el momento álgido de una discusión marital, puede llevarnos derechos al despacho del abogado matrimonialista.

El proceso de crianza y socialización trata, entre otras cosas, de entrenarnos en introducir el pensamiento entre ambos extremos. Cuanto más capacidad de valoración y juicio desarrollemos entre impulso-satisfacción, más autocontrol poseeremos.


Cierto que las emociones pueden ser explosivas, inmediatas y/o imprevisibles. Son el motor de nuestro comportamiento, y están en la base de nuestros impulsos, deseos, necesidades, pulsiones... Pero eso no significa que sean incontrolables. No conlleva que las dejemos tomar las riendas de nuestra vida. Ni siquiera, que sean indomables. La evidencia es que, actuar irracionalmente satisface la descarga de esa energía emocional. Pero no son pocas las ocasiones en que la conducta impulsiva genera más problemas o inconvenientes de los que soluciona..

Popularmente, cuando se dice de alguien que es maduro, sensato o razonable se está aludiendo a esta capacidad de identificar qué estamos sintiendo, evaluar la situación en que nos hallamos, y buscar la mejor forma de adecuar lo uno a la otra. No hablamos exactamente de anular lo que sentimos (represión); más bien, la propuesta se dirige a modular esas emociones. A permitirlas, moderarlas o diferirlas de forma más adaptativa.

El dominio y manejo de nuestras emociones es crítico en nuestra vida (crucial, lo denominó Goleman). No exageramos si decimos que la gestión que hagamos de nuestras emociones determinará cómo nos irá en la vida. En tal medida que, la inteligencia emocional que poseemos predice mejor nuestro porvenir que nuestro cociente intelectual.