domingo, 31 de marzo de 2024

89#. La comodidad es el enemigo

La comodidad es el enemigo principal (y más sibilino) del crecimiento personal, del progreso vital. Y lo es por que desalienta la motivación, el recurso por excelencia para salir de nuestra zona de confort y enfrentarnos a los retos.



La comodidad, al igual que otros conceptos de reciente cuño (la felicidad, por ejemplo) nunca ha existido como tal. A poco que miremos un par de generaciones atrás observaremos que nuestros abuelos jamás pensaron en felicidad o comodidad. Pensaban en resolver los problemas del día a día, salir adelante, y prosperar en la medida de lo posible.

Mi abuelo no se tomó ni un solo día de vacaciones, aunque supongo que en aquella época ni siquiera existirían. Mi padre nos llevó un par de veranos a un piso alquilado en la playa cuando éramos críos, pero él lo disfrutaba solo el fin de semana; se volvía durante la semana para abrir nuestro pequeño comercio. Ni siquiera yo recuerdo haber tenido piso con calefacción central, ni ropa térmica ni un sofá tan confortable como los actuales. De hecho, cuando nos sentábamos a ver la televisión, normalmente lo hacía sentado en una silla (puesto que mis hermanos ocupaban las plazas del humilde sofá familiar). Y de la ducha con agua fría durante el servicio militar, el catre descuajaringado o dormir con frío en una tienda de campaña durante las maniobras militares ni les hablo.

En cuanto salí de casa para estudiar en la universidad, recuerdo haber envidiado a los compañeros de familias acomodadas que vivían en pisos acogedores y confortables; con recursos de sobra para costearse los diariamente los comedores universitarios (y evitar tener que cocinar) o dinero suficiente para salir de cervezas y copas con los compañeros; algunos, incluso, con vehículo propio para ir a la facultad…



Pues bien, pasado el tiempo me di cuenta de que aquella vida humilde, que en alguna ocasión no tuve remilgos en etiquetar como miserable, no fue en vano. Tener que aceptar trabajos mal pagados mientras cursaba, pasar frío mientras estudiaba, tener que convivir con personas de todo tipo de ralea y pelaje,… a largo plazo me hizo más habilidoso en el trato personal, más sufrido, menos exigente,… Me hizo una persona más despierta, más templada y más comprensiva.

Aquella mala suerte de la que me quejaba, visto con perspectiva, no lo fue tanto.

Por supuesto que si me hubieran dado la opción de vivir cómodamente, sin tener que “buscarme la vida”, sin tener que afrontar los desafíos que comporta ir haciéndose adulto, la hubiera escogido. Es por esto que puedo entender perfectamente a la generación actual; la que llaman “la generación de cristal”.

Cómo se le explica a un joven que ha construido un apego seguro con su familia, que ha tenido cubiertas todas sus necesidades sin apenas esforzarse, y que no ha necesitado salir de casa para afrontar su futuro, que la vida no es eso; que la vida no es fácil para ningún ser vivo de este planeta. Miren cualquier documental televisivo sobre naturaleza y verán cómo se las gasta la vida, ahí afuera.



El carácter se forja en la adversidad, no en la comodidad. Y no es un castigo divino, sino la manera natural en que hemos evolucionado y progresado a lo largo de generaciones y generaciones.

Un carácter sólido no se genera con la inteligencia, sino con experiencia. La entereza se forja afrontando los reveses y contratiempos que nos encontramos, por que nos fuerza a desarrollar nuestro pensamiento crítico y nos obliga a usar nuestras habilidades y afinarlas.

Nada de esto se puede aprender en los libros de texto. Y, en este sentido, me temo que sí, que es necesario sufrir para curtirse, para forjarse como persona. Para este camino no hay atajos... aunque, quien sabe: igual, después, resulta no ser tan malo. 

jueves, 29 de febrero de 2024

88#. La imparable adicción que nos deshumaniza.

El ego nos desconecta de los demás. Esta afirmación, que leída al pronto, puede parecernos liviana, incluso trivial, puede tener unos efectos devastadores en nuestra vida. En particular, en el sentido de nuestra vida. Un pequeño impacto en el parabrisas apenas deja una marca, pero es cuestión de tiempo que se convierta en una grieta y termine por fracturar todo el cristal. Por que ese desconectarse de los demás implica desconectarse de sí mismo.

 


Vivir en sociedad, en una comunidad, no es una opción. Es una necesidad, para todo ser humano que aspire a convertirse en persona. Me lo habrán leído en algún otro post por que estoy convencido de que es así. Aparte de nuestra supervivencia física, de el trato con nuestros iguales (incluyan aquí a familiares, amigos, conocidos,… pero de ninguna manera a sus contactos de las redes sociales) aprendemos creencias básicas para nuestra supervivencia espiritual y/o emocional. Aprendemos a confiar en los demás, aprendemos que la vida tiene un orden, que tiene un significado (independientemente de que lo hayamos encontrado o no), que somos personas válidas. Aprendemos a creer en la bondad humana y en la cooperación entre nosotros para prosperar.

Todo eso se pierde cuando el individuo se aísla.

En la antigua Grecia, uno de los castigos más severos era la condena al ostracismo. Al individuo que suponía una amenaza para el orden social, o directamente era perjudicial para la comunidad, se le expulsaba de la polis y quedaba solo, aislado. En la actualidad, son los individuos mismos los que se destierran a sí mismos de su vida real al vivir más dentro de internet que en su entorno natural. 

 


Sea de manera inconsciente (como les sucedes a los menores de edad), sea buscando precisamente ese efecto, el acceso a las redes sociales, videojuegos, apps varias, etc. promueve su uso. Ese uso, indiscriminado e impable, se convierte en abuso, puesto que estos artefactos virtuales están diseñados para enganchar, para crear adicción. El resultado final es que cuanto más vivimos en internet menos lo hacemos en nuestra vida. Puede ser más recompensante, más cómodo, pero es insano y nos deteriora como seres humanos, por el simple hecho de que eso no es la realidad. Al desconectarnos de la vida real, cercenamos la vía principal con la que nutrimos nuestra humanidad. Quedamos como el ordenador que se desenchufa: alimentándonos solo de la batería. Y esa batería, de manera irremisible, se irá agotando. Nos vamos vaciando como personas.

Cuando estamos vacíos nos volvemos absolutamente vulnerables. Es cuando somos presa fácil de cualquier cosa que nos provea de alguna satisfacción, por superficial y banal que esta sea.

¿Y qué encontramos a nuestro alrededor? Consumo.

De todo tipo y en cualquier momento, el sujeto se ve abocado a un consumo, que inconcebiblemente no nos colma, no nos satisface aunque nos gratifique. De manera que seguimos consumiendo, sin saber muy bien por qué no es suficiente; por qué no nos sentimos satisfechos como persona; en un carrusel interminable que termina por consumirnos a nosotros mismos. 

 


Este es el peligro real de vivir en una realidad virtual: que crea sujetos más parecidos a zombis (espiritualmente hablando) que a seres humanos. Y si no, que se lo pregunten a los famosos hikikomori.

Recuerden las proféticas y acertadas palabras del malogrado David Foster Wallace: 

"El egocentrismo nos lleva al vacío, y el vacío se cubre consumiendo; consumiendo productos de entretenimiento que al final acabarán consumiéndonos a nosotros."

miércoles, 31 de enero de 2024

87#. La generación distraida o cómo hacer inútil a toda una sociedad

Atiendan a esta paradoja. Mientras que los centros educativos de medio mundo se afanan por introducir en las aulas tablets, ordenadores, pizarras interactivas y demás recursos supertecnológicos, en Silicon Valley, cuna de la tecnología, abundan los centros en donde están prohibidos ordenadores, tablets, teléfonos móviles, etc., y en donde las niñeras tiene prohibido por contrato usar los smartphones. En concreto, el elitista (y por supuesto, privado) colegio donde se educan los hijos de directivos de Apple, Google y otros gigantes tecnológicos no entra una pantalla hasta que llegan a secundaria. 

 


¿Qué pensarían ustedes de un productor que no usa ni consume el producto que intenta venderles? Ciertamente, es algo más que sospechoso.

No muy lejos de la soleada California ya han reaccionado. La escuela pública de Seattle, que engloba a mas 50.000 estudiantes, ha presentado una demanda judicial contras las principales empresas de redes sociales (Facebook, Meta, Snapchat, TikTok, YouTube y otras más) por crear aplicaciones que explotan los cerebros frágiles de niños y jóvenes, al tratar de maximizar el tiempo que los usuarios usan sus plataformas para incrementar sus ganancias, contribuyendo así a la incipiente “crisis de salud mental juvenil”.

En la demanda se argumenta que el exponencial crecimiento de las plataformas de redes sociales es consecuencia del diseño de las mismas, que “explotan la psicología y neurofisiología de sus usuarios”. Las corporaciones acusadas se aprovechan de la vulnerabilidad del cerebro de los jóvenes, enganchando a decenas de millones de estudiantes en todo el país en bucles de retroalimentación positiva de uso y abuso excesivos.

De hecho, ya les hablé en este post  (la artimaña para manipular nuestra atención ) de como un tal BJ Fogg se vanagloria de crear adictos a las aplicaciones. Acuñó el palabro captología para describir a la metodología que logra captar y absorber nuestra atención. Desde hace años, sin pudor ni vergüenza alguna, enseña a los emprendedores de Silicon Valley a cómo hacer más adictivas sus aplicaciones, y a juzgar por los hechos, está siendo absolutamente eficiente en su labor. 

 


 

Lo que está en juego no es solo la salud mental de los usuarios, como denuncian en Seattle, sino que, por extensión, estamos hablando de hacer inoperantes a toda una generación. Estamos hablando de que la promoción de seres humanos que debe sucedernos se dedica mayoritariamente a dispersarse, a entretenerse, a pasar el tiempo descuidadamente. Y como dicen en mi pueblo, "camarón que se duerme, se lo lleva la corriente".

Entiendo que la inmediatez y poder adictivo de redes sociales y videojuegos secuestra la atención de nuestros hijos/as, que instalados en la sociedad del bienestar y carentes de herramientas fiables para decidir su futuro, despilfarran su tiempo en entretenerse, no en prepararse para afrontar los retos de su futuro. Una generación carente de metas o fines significativos en su vida, a los que poder dedicar sus esfuerzos, es una generación perdida.

Si la sociedad occidental está en recesión (comparada con otras orientales), esta va a ser la puntilla que nos hará decadentes en unos años. Por que otras sociedades están implementando medidas para evitar este proceso de demolición cultural que no tiene precedentes en la historia humana.

China ya se dio cuenta de esto y hace unos años decidió que no iba a desperdiciar a sus mejores cerebros permitiendo que se convirtieran en frikis de los videojuegos, de las redes sociales o las apps de internet, y tomado medidas para atajar el poder corruptor del uso de incontrolado de internet. Para eliminar la adicción a las redes sociales y controlar el contenido al que tienen acceso los infantes y jóvenes chinos, ha prohibido que los menores dediquen más de tres horas semanales a los videojuegos, exigiendo que los proveedores ofrezcan contenidos muy filtrados para sus menores y limitando más el tiempo frente a las pantallas. Califica a internet como “opio espiritual” que provoca un efecto nocivo entre aquellos que serán la fuerza motriz de la sociedad en un futuro no muy lejano. 

 


Si le pones una pantalla a un niño pequeño limitas sus habilidades motoras, su tendencia a expandirse, su capacidad de concentración, su creatividad. Si los contenidos de esa pantalla lo hacen adicto, aparecerán los síntomas de toda adicción, que incluyen los aludidos problemas de salud mental.

Todo apunta a este resultado, aunque a ciencia cierta, solo tendremos las respuestas en un par de décadas, cuando los niños actuales sean adultos. La cuestión, entonces, es: ¿Queremos asumir semejante riesgo? 

viernes, 29 de diciembre de 2023

86#. No es el REGALO de Navidad. Es el acto de REGALAR

Despido el año, como no podía ser de otra manera, con un post dedicado a la celebración navideña, cada vez más alejada del espíritu primigenio con que nació.

La inmensa mayoría de mensajes con que nos bombardean en estas fechas navideñas están dirigidos al consumo: a lograr que compremos. Año tras año, vemos como este ímpetu consumista ha ido creciendo hasta llegar a imponerse a lo que debería ser la esencia de la Navidad. Esa inexorable progresión termina por, no solo desbordarlo, sino también desvirtuarlo, al convertirla en un mero Black Friday extendido. 

 


Dado que no tengo una noción universal de Navidad, me he dedicado a revisar las distintas acepciones del concepto y el factor común que extraigo es que la esencia de la Navidad radica en la comunión con nuestros semejantes. Ya sea a través de la conmemoración del nacimiento de Jesús con su mensaje de amor y paz, ya sea celebrando la vida y esperanza de un futuro mejor, ya sea promoviendo el amor y bondad a nuestros iguales y/o comunidad, es aquí donde cobra todo el sentido la tradición del regalo de Navidad.

Independientemente de que el origen de esta tradición sea en la antigua Roma, donde se empezaron a hacer obsequios a las personas apreciadas en las fiestas saturnales o sean los presentes que entregaron los Reyes Magos al niño Jesús, lo relevante no es el regalo en sí, sino el acto de regalar

 


Y la impresión que tengo que se ha perdido de vista este significado por completo, para centrarse en él objeto regalado. En la calidad del mismo, y no pocas veces, en la cantidad (cuantos más mejor). Pudiendo llegar a escenas tan absurdas como la de presenciar a mi sobrino el día de Reyes abriendo un regalo tras otro, como quien saca una chuchería detrás de otra de la máquina expendedora. Desenvolviendo el regalo, abriéndolo y, sin más, pasando a la siguiente caja, en un proceso casi compulsivo, hasta acabar con todos los paquetes.

Recibir un regalo significa que alguien te aprecia, se ha acordado de ti y lo conmemora ofreciéndote algo. Y si el objeto regalado es valioso, más debe serlo la persona que nos lo ofrece. Por que es el sentimiento que se genera al compartir con nuestros iguales lo que promueve felicidad en las personas. De hecho, el regalo no tiene que ser necesariamente un objeto. Podemos regalar cosas igualmente valiosas pero inmateriales, como puede ser compartir nuestro tiempo, ofrecer nuestro apoyo, o regalarle a la persona nuestra personal visión de sus cualidades, por poner algunos ejemplos. Es el vínculo que nos permite conectarnos con otras personas lo que nos hace sentir bienestar.   


 

El Sr. Scrooge no era feliz porque no compartía con nadie (solo atesoraba para sí). George Bailey ("Que bello es vivir") si lo era por que tenía conexión con muchas personas. Donald Trump es imposible que sea felliz, porque solo aspira a ganar, poseer, vencer,..., y esto le aisla de la humanidad, tanto como lo hacía con el ciudadano Kane. Incompatible con el sentimiento prosocial. Y lo peor es que ni siquiera es consciente de lo infeliz que es (puesto que si lo fuera, ya reorientado sus prioridades vitales).

Les deseo una feliz Navidad, que resumido, condensado y sintetizado, quedaría tal que así:

La emoción de recibir un regalo es real, pero eso NO es felicidad.

Lo que nos hace felices es CONECTARNOS con otros seres humanos.

 

jueves, 30 de noviembre de 2023

85#. El maltrato invisible del abandono

El maltrato físico, el más clásico de todos los tipos de maltrato, puede parecer el más perjudicial. Pero en realidad, solo es el más obvio y directo, el más corporal, pero esto no es sinónimo de que sea el más dañino.



Cuando pensamos que es el más lesivo para la persona es por que atendemos solo a la primera impresión; pero rara vez no va acompañado de un insidioso maltrato psicológico. Y no hablo de esa violencia no-física como la incisiva mirada desaprobatoria que pueden tener algunas figuras de autoridad. En mi experiencia personal, y más de un testimonio cercano, temían más tal mirada que al castigo físico. "El dolor físico solo es eso, físico. Pero esa mirada... aquella mirada condenatoria se te quedaba grabada en la memoria y no dejaba de atenazarte, manteniéndose a lo largo del tiempo".

En la negligencia hay una dejación de atenciones, un "no estar pendiente", que deteriora sensiblemente el incipiente vínculo de apego. En esta decisiva relación aprendemos la regulación emocional, que puede no sonarnos a nada demasiado significativo, pero se trata de un proceso crítico en el desarrollo humano que se va construyendo a través de las distintas etapas evolutivas.

En una relación de apego sana, los adultos son capaces de sintonizar con el niño y ser consistentes en sus necesidades y reacciones, ayudando a los pequeños a modular sus reacciones emocionales. De esta manera se va estableciendo el apego seguro, que genera esa necesaria sensación de seguridad interna y de conexión, con uno mismo y los demás. Sin embargo, en las relaciones en que esta sintonía es irregular, los menores no aprenden a dirigirse y autocontrolar sus reacciones emocionales, dando lugar a una estructura de personalidad desorganizada que pasará factura en forma de síntomas o trastornos psicológico variados en su madurez.



Por último, y a lo que iba, es a que aunque pueda no parecerlo, quizá el peor maltrato sea el abandono. Puesto que en el físico, por ramplón que pueda sonar, al menos se reconoce a la víctima. El trato será dañino, quizá vejatorio, pero el agresor nos ve, nos considera; somos algo. Sin embargo, el abandono significa que no existimos para el otro. La ausencia de validación emocional por parte de figuras significativas en nuestra vida, de nuestros semejantes, genera sentimientos de inadecuación, insignificancia,... que conllevan el dramático efecto de desconectarnos del grupo, aumentando la sensación de soledad y provocando el aislamiento.

En el abandono, los menores no reciben el cuidado que necesitan, son desatendidos, no son calmados, no son escuchados, ni siquiera maltratados,... La consecuencia directa es que estas víctimas no saben autocalmarse, ni son capaces de encontrar recursos, ni formas de solución a sus problemas. Su sistema nervioso está en constante alerta ya que esas situaciones las vive como amenazadoras.

El dolor físico se siente, pero se pasa. El dolor emocional que lo acompaña es el de no merecer la pena, el de ser indeseable, el de no ser válido como persona. En este estado de cosas, no puede extrañarnos que haya personas que vivan en un desgarrador y emocionalmente doloroso estado: ser invisible para los demás. La terrible sensación de no importar, de no contar para nada; casi de no existir.



La película "Joker" es un manual de instrucciones para crear al sociópata perfecto. Un soberbio fresco del daño que puede hacer una sociedad despreocupada de sus ciudadanos. Hay un diálogo de ella que ilustra con precisión el tema. Es aquel en que el protagonista conversa con su trabajadora social y le solicita más medicación para “adormecer el sufrimiento que le genera estar solo en el mundo, cuidando de su mamá cada vez más dependiente y mentalmente deteriorada". Y lo expresa así.

"Verá! Trabajo como payaso. Hasta hace poco tiempo era como si nadie me viera... Ni siquiera yo sabía que existía(...).

No me escucha, ¿verdad? Usted nunca me escucha. Simplemente haces las mismas preguntas todas las semanas. "¿Cómo está tu trabajo?" "¿Tienes pensamientos negativos?". Todo lo que tengo son pensamientos negativos.

Le estaba diciendo que durante toda mi vida no sabía si realmente existía. Pero existo, y la gente está comienza a darse cuenta"


martes, 31 de octubre de 2023

84#. ¿Relación de Ayuda o de Acompañamiento?

Si bien son términos que pueden solaparse, o incluso confundirse, no es lo mismo ayudar que acompañar. Y un ejemplo simple nos servirá para distinguirlos con meridiana claridad.



Imagínense a un niño/a de escasos años jugando en el parque bajo la atenta mirada de su padre/a. En un momento dado, el menor tropieza y se cae. El cuidador/a lo ve y reacciona al incidente. Pero ¿cómo lo hace?

Bueno, en las culturas más mediterráneas, no sé si llamarlas latinas, la reacción más habitual es ir hacia él apresuradamente, con viva preocupación, y en ocasiones con florida exhibición del repertorio personal de quejas y lamentos. Y sin dilación alguna, coge al pequeño/a para levantarlo del suelo. A esta acción podíamos etiquetarla de ayuda.

En otras latitudes, centroeuropeas por poner un caso, la reacción que he visto ha sido similar, pero distinta. Tras acercase al menor, se le pregunta y se le anima a levantarse. Si puede hacerlo solo, se le presta cierto apoyo (preguntándole cómo se encuentra, cómo ha sido la caída, etc.); pero la ayuda instrumental (levantarlo) solo se realiza si no puede incorporarse por sus propios medios. Esto sería acompañamiento.

A raíz de aquí, no será difícil extrapolar el concepto a otros ámbitos de la vida. También podría entender que les parezca una chorrada, que esta disquisición carece de interés. Pero, en mi opinión, la derivaciones de uno y otro concepto son sustanciales.

Habrá pocas nociones tan trilladas como la relación de ayuda. Pocas que hayan sido y sean tan frecuentes en cualquier grupo humano que haya habitado este planeta. Y menos aún que estén rodeadas de semejante aura de bondad y deseabilidad social. Pero la cosa es que no todo es beneficioso en la relación de ayuda. Dejando a un lado le hecho de que si se presta repetidamente puede provocar la dependencia del sujeto, el mayor inconveniente de recibir ayuda es la delegación de la propia responsabilidad sobre su destino, la pérdida de protagonismo de tu propia vida.

 


Entonces, si descartamos la motivación del que presta ayuda (que puede basarse en bondad altruista, pero también en un ego disimulado -encarnando la figura del salvador o protector-, o incluso de una crecida generosidad neurótica): ¿Qué tipo de apoyo es mejor para el damnificado?

Si bien la ayuda es más rápida y quizá efectiva, el acompañamiento apunta mejores formas, es más recomendable, desde la perspectiva del damnificado; no del bienhechor. Y resalto esta última figura porque que este agente benefactor puede actuar guiado por la bondad más altruista, pero también puede hacerlo desde un ego disimulado -vivir de encarnar el papel de salvador y protector-, incluso en una generosidad neurótica, del que él es el máximo beneficiado.

El inconveniente de ayudar es que, nos demos cuenta o no, estamos mermando la esencia de esa persona. De hecho, sucede que imponemos la nuestra a la suya (junto con nuestros criterios y creencias). En cierta forma, minimizamos los recursos del otro, su capacidad para resolver problemas, su creatividad e imaginación, algo que dudo fortalezca su autoestima (el autoconcepto y autoeficacia de la persona).

 

Es en este sentido en el que se imponen la virtudes del concepto de acompañamiento al de ayuda. Si nos fijamos, en realidad no deja de ser una evolución más sofisticada de esta, puesto que ofrece apoyo pero promueve que sea el propio individuo el artífice del cambio; del cambio que él decida (no del que el ayudador decide), tanto si lo entendemos como si no; tanto si lo compartimos como si no. Añadiendo la innegable virtud de no estar interfiriendo en su propia realización personal, y un factor no menos relevante: la persona a la que apoyamos no queda en deuda con nosotros. Y este último factor tiene más trascendencia de la que parece.