viernes, 29 de diciembre de 2023

86#. No es el REGALO de Navidad. Es el acto de REGALAR

Despido el año, como no podía ser de otra manera, con un post dedicado a la celebración navideña, cada vez más alejada del espíritu primigenio con que nació.

La inmensa mayoría de mensajes con que nos bombardean en estas fechas navideñas están dirigidos al consumo: a lograr que compremos. Año tras año, vemos como este ímpetu consumista ha ido creciendo hasta llegar a imponerse a lo que debería ser la esencia de la Navidad. Esa inexorable progresión termina por, no solo desbordarlo, sino también desvirtuarlo, al convertirla en un mero Black Friday extendido. 

 


Dado que no tengo una noción universal de Navidad, me he dedicado a revisar las distintas acepciones del concepto y el factor común que extraigo es que la esencia de la Navidad radica en la comunión con nuestros semejantes. Ya sea a través de la conmemoración del nacimiento de Jesús con su mensaje de amor y paz, ya sea celebrando la vida y esperanza de un futuro mejor, ya sea promoviendo el amor y bondad a nuestros iguales y/o comunidad, es aquí donde cobra todo el sentido la tradición del regalo de Navidad.

Independientemente de que el origen de esta tradición sea en la antigua Roma, donde se empezaron a hacer obsequios a las personas apreciadas en las fiestas saturnales o sean los presentes que entregaron los Reyes Magos al niño Jesús, lo relevante no es el regalo en sí, sino el acto de regalar

 


Y la impresión que tengo que se ha perdido de vista este significado por completo, para centrarse en él objeto regalado. En la calidad del mismo, y no pocas veces, en la cantidad (cuantos más mejor). Pudiendo llegar a escenas tan absurdas como la de presenciar a mi sobrino el día de Reyes abriendo un regalo tras otro, como quien saca una chuchería detrás de otra de la máquina expendedora. Desenvolviendo el regalo, abriéndolo y, sin más, pasando a la siguiente caja, en un proceso casi compulsivo, hasta acabar con todos los paquetes.

Recibir un regalo significa que alguien te aprecia, se ha acordado de ti y lo conmemora ofreciéndote algo. Y si el objeto regalado es valioso, más debe serlo la persona que nos lo ofrece. Por que es el sentimiento que se genera al compartir con nuestros iguales lo que promueve felicidad en las personas. De hecho, el regalo no tiene que ser necesariamente un objeto. Podemos regalar cosas igualmente valiosas pero inmateriales, como puede ser compartir nuestro tiempo, ofrecer nuestro apoyo, o regalarle a la persona nuestra personal visión de sus cualidades, por poner algunos ejemplos. Es el vínculo que nos permite conectarnos con otras personas lo que nos hace sentir bienestar.   


 

El Sr. Scrooge no era feliz porque no compartía con nadie (solo atesoraba para sí). George Bailey ("Que bello es vivir") si lo era por que tenía conexión con muchas personas. Donald Trump es imposible que sea felliz, porque solo aspira a ganar, poseer, vencer,..., y esto le aisla de la humanidad, tanto como lo hacía con el ciudadano Kane. Incompatible con el sentimiento prosocial. Y lo peor es que ni siquiera es consciente de lo infeliz que es (puesto que si lo fuera, ya reorientado sus prioridades vitales).

Les deseo una feliz Navidad, que resumido, condensado y sintetizado, quedaría tal que así:

La emoción de recibir un regalo es real, pero eso NO es felicidad.

Lo que nos hace felices es CONECTARNOS con otros seres humanos.

 

jueves, 30 de noviembre de 2023

85#. El maltrato invisible del abandono

El maltrato físico, el más clásico de todos los tipos de maltrato, puede parecer el más perjudicial. Pero en realidad, solo es el más obvio y directo, el más corporal, pero esto no es sinónimo de que sea el más dañino.



Cuando pensamos que es el más lesivo para la persona es por que atendemos solo a la primera impresión; pero rara vez no va acompañado de un insidioso maltrato psicológico. Y no hablo de esa violencia no-física como la incisiva mirada desaprobatoria que pueden tener algunas figuras de autoridad. En mi experiencia personal, y más de un testimonio cercano, temían más tal mirada que al castigo físico. "El dolor físico solo es eso, físico. Pero esa mirada... aquella mirada condenatoria se te quedaba grabada en la memoria y no dejaba de atenazarte, manteniéndose a lo largo del tiempo".

En la negligencia hay una dejación de atenciones, un "no estar pendiente", que deteriora sensiblemente el incipiente vínculo de apego. En esta decisiva relación aprendemos la regulación emocional, que puede no sonarnos a nada demasiado significativo, pero se trata de un proceso crítico en el desarrollo humano que se va construyendo a través de las distintas etapas evolutivas.

En una relación de apego sana, los adultos son capaces de sintonizar con el niño y ser consistentes en sus necesidades y reacciones, ayudando a los pequeños a modular sus reacciones emocionales. De esta manera se va estableciendo el apego seguro, que genera esa necesaria sensación de seguridad interna y de conexión, con uno mismo y los demás. Sin embargo, en las relaciones en que esta sintonía es irregular, los menores no aprenden a dirigirse y autocontrolar sus reacciones emocionales, dando lugar a una estructura de personalidad desorganizada que pasará factura en forma de síntomas o trastornos psicológico variados en su madurez.



Por último, y a lo que iba, es a que aunque pueda no parecerlo, quizá el peor maltrato sea el abandono. Puesto que en el físico, por ramplón que pueda sonar, al menos se reconoce a la víctima. El trato será dañino, quizá vejatorio, pero el agresor nos ve, nos considera; somos algo. Sin embargo, el abandono significa que no existimos para el otro. La ausencia de validación emocional por parte de figuras significativas en nuestra vida, de nuestros semejantes, genera sentimientos de inadecuación, insignificancia,... que conllevan el dramático efecto de desconectarnos del grupo, aumentando la sensación de soledad y provocando el aislamiento.

En el abandono, los menores no reciben el cuidado que necesitan, son desatendidos, no son calmados, no son escuchados, ni siquiera maltratados,... La consecuencia directa es que estas víctimas no saben autocalmarse, ni son capaces de encontrar recursos, ni formas de solución a sus problemas. Su sistema nervioso está en constante alerta ya que esas situaciones las vive como amenazadoras.

El dolor físico se siente, pero se pasa. El dolor emocional que lo acompaña es el de no merecer la pena, el de ser indeseable, el de no ser válido como persona. En este estado de cosas, no puede extrañarnos que haya personas que vivan en un desgarrador y emocionalmente doloroso estado: ser invisible para los demás. La terrible sensación de no importar, de no contar para nada; casi de no existir.



La película "Joker" es un manual de instrucciones para crear al sociópata perfecto. Un soberbio fresco del daño que puede hacer una sociedad despreocupada de sus ciudadanos. Hay un diálogo de ella que ilustra con precisión el tema. Es aquel en que el protagonista conversa con su trabajadora social y le solicita más medicación para “adormecer el sufrimiento que le genera estar solo en el mundo, cuidando de su mamá cada vez más dependiente y mentalmente deteriorada". Y lo expresa así.

"Verá! Trabajo como payaso. Hasta hace poco tiempo era como si nadie me viera... Ni siquiera yo sabía que existía(...).

No me escucha, ¿verdad? Usted nunca me escucha. Simplemente haces las mismas preguntas todas las semanas. "¿Cómo está tu trabajo?" "¿Tienes pensamientos negativos?". Todo lo que tengo son pensamientos negativos.

Le estaba diciendo que durante toda mi vida no sabía si realmente existía. Pero existo, y la gente está comienza a darse cuenta"


martes, 31 de octubre de 2023

84#. ¿Relación de Ayuda o de Acompañamiento?

Si bien son términos que pueden solaparse, o incluso confundirse, no es lo mismo ayudar que acompañar. Y un ejemplo simple nos servirá para distinguirlos con meridiana claridad.



Imagínense a un niño/a de escasos años jugando en el parque bajo la atenta mirada de su padre/a. En un momento dado, el menor tropieza y se cae. El cuidador/a lo ve y reacciona al incidente. Pero ¿cómo lo hace?

Bueno, en las culturas más mediterráneas, no sé si llamarlas latinas, la reacción más habitual es ir hacia él apresuradamente, con viva preocupación, y en ocasiones con florida exhibición del repertorio personal de quejas y lamentos. Y sin dilación alguna, coge al pequeño/a para levantarlo del suelo. A esta acción podíamos etiquetarla de ayuda.

En otras latitudes, centroeuropeas por poner un caso, la reacción que he visto ha sido similar, pero distinta. Tras acercase al menor, se le pregunta y se le anima a levantarse. Si puede hacerlo solo, se le presta cierto apoyo (preguntándole cómo se encuentra, cómo ha sido la caída, etc.); pero la ayuda instrumental (levantarlo) solo se realiza si no puede incorporarse por sus propios medios. Esto sería acompañamiento.

A raíz de aquí, no será difícil extrapolar el concepto a otros ámbitos de la vida. También podría entender que les parezca una chorrada, que esta disquisición carece de interés. Pero, en mi opinión, la derivaciones de uno y otro concepto son sustanciales.

Habrá pocas nociones tan trilladas como la relación de ayuda. Pocas que hayan sido y sean tan frecuentes en cualquier grupo humano que haya habitado este planeta. Y menos aún que estén rodeadas de semejante aura de bondad y deseabilidad social. Pero la cosa es que no todo es beneficioso en la relación de ayuda. Dejando a un lado le hecho de que si se presta repetidamente puede provocar la dependencia del sujeto, el mayor inconveniente de recibir ayuda es la delegación de la propia responsabilidad sobre su destino, la pérdida de protagonismo de tu propia vida.

 


Entonces, si descartamos la motivación del que presta ayuda (que puede basarse en bondad altruista, pero también en un ego disimulado -encarnando la figura del salvador o protector-, o incluso de una crecida generosidad neurótica): ¿Qué tipo de apoyo es mejor para el damnificado?

Si bien la ayuda es más rápida y quizá efectiva, el acompañamiento apunta mejores formas, es más recomendable, desde la perspectiva del damnificado; no del bienhechor. Y resalto esta última figura porque que este agente benefactor puede actuar guiado por la bondad más altruista, pero también puede hacerlo desde un ego disimulado -vivir de encarnar el papel de salvador y protector-, incluso en una generosidad neurótica, del que él es el máximo beneficiado.

El inconveniente de ayudar es que, nos demos cuenta o no, estamos mermando la esencia de esa persona. De hecho, sucede que imponemos la nuestra a la suya (junto con nuestros criterios y creencias). En cierta forma, minimizamos los recursos del otro, su capacidad para resolver problemas, su creatividad e imaginación, algo que dudo fortalezca su autoestima (el autoconcepto y autoeficacia de la persona).

 

Es en este sentido en el que se imponen la virtudes del concepto de acompañamiento al de ayuda. Si nos fijamos, en realidad no deja de ser una evolución más sofisticada de esta, puesto que ofrece apoyo pero promueve que sea el propio individuo el artífice del cambio; del cambio que él decida (no del que el ayudador decide), tanto si lo entendemos como si no; tanto si lo compartimos como si no. Añadiendo la innegable virtud de no estar interfiriendo en su propia realización personal, y un factor no menos relevante: la persona a la que apoyamos no queda en deuda con nosotros. Y este último factor tiene más trascendencia de la que parece.

viernes, 29 de septiembre de 2023

83#. Las emociones desadpatativas sabotean nuestra vida, y no somos conscientes

No hace mucho, en una conversación nada trascendental con mi hermana, descubrí que siente un miedo irracional cuando escucha pasos acelerados detrás suya mientras sube las escaleras. Consternado, fui consciente durante la charla, de que mi hermano y yo fuimos los causantes de ese miedo, cuando de pequeños volvíamos a casa y subíamos detrás de ella haciendo el cafre.

Es un miedo con el que ella puede vivir, del que ha descubierto su origen, y que me sirve de ejemplo para ilustrar lo que es una emoción condicionada aversivamente.



La emociones primarias son esos estados internos que se activan para orientar nuestro comportamiento. Esto es, nos orientan sobre cómo debemos actuar. Su objetivo, pues, es incrementar nuestra probabilidad de supervivencia y promover nuestro bienestar.

Cada emoción se elicita para lograr un objetivo, una acción. Como ejemplos, podemos apuntar que la función del miedo es la de protegernos ante una posible amenaza (real o imaginada), la de la tristeza es la de lograr recuperarnos o reintegrarnos tras una pérdida (cerrándonos en nosotros mismos para reponernos) y la alegría promueve la filiación, que con su carácter expansivo nos insta a relacionarnos con otros (no olvidemos la función reproductiva).

Este tipo de emociones básicas podemos denominarlas adaptativas. De hecho, el profesor Greenberg las denomina así para diferenciarlas de las emociones primarias desadaptativas, que no son otra cosa sino la primeras pero después de haber sido sometidas a un proceso de condicionamiento. Esto es, haber sido asociadas a otros estímulos o desencadenantes significativos, acontecidos a lo largo de nuestra biografía, que alteraron su significado, y por tanto, desvirtuaron su función evolutiva.


Si hace años tuve una indigestión con un helado, perfectamente puede ocurrir que mi organismo haya asociado aquel malestar con el sabor, textura, forma, etc. del mismo. De manera que cuando ahora veo un helado, o quizá un producto lácteo, u otro componente de aquella situación, genera en mi una reacción de desagrado. O quizá una emoción más intensa, como el asco. O podría ser que directamente una repulsión visceral e instantánea.

Probablemente el helado no me sea perjudicial, pero la emoción primaria del asco está ejecutando su función corregida (protegerme de comer algo que mi organismo etiquetó como peligroso) en virtud de aquella mala experiencia.


¿No conocen a nadie que, tras una broma simple, reacciona con una desproporcionada seriedad o agresividad? ¿A nadie a quien vive un episodio de soledad como una inconsolable situación de abandono? Una reacción desproporcionada ante un desaire, ante una simple negativa, indica que la persona está muy sensibilizada a ese tipo de circunstancia y reacciona probablemente como lo hizo cuando vivió aquella experiencia, que en aquel momento debió ser extremadamente estresante.

Si fui objeto de una agresión sexual de joven, puede suceder que igualmente me repugne el olor a alcohol (que impregnaba al agresor), o el hecho de que se me acerque súbitamente alguien (dado que así me sorprendió el tipo), o ampliarse este condicionamiento hasta temer a los hombres en general. Aquí, el condicionamiento no es adaptativo, ni tampoco parece ser muy protector (salvo que en mi vida cotidiana no deba de relacionarme con hombres). De hecho, si el condicionamiento fue lo suficientemente aversivo, podría encajar en la categoría de trauma.

 


Pues así funcionamos los seres humanos. Así funcionan nuestras emociones. Y es importante entenderlo, por que nuestras experiencias van cristalizando en nuestra historia, en nuestra memoria de vida, e igual que acumulamos miles de pasajes perfectamente insignificantes, hay otros que habrán condicionado aversivamente alguna de nuestras emociones básicas. Las convierten entonces en insanas, en defectuosas, ya no son válidas por que pierden su valor como buenas y fiables consejeras.

El principal inconveniente surge cuando no lo sabemos, cuando no somos conscientes de esa adulteración, puesto que al prestarles la misma atención que a las adaptativas, nos van a orientar pero de manera errónea. Y esto puede desembocar en un problema tan nimio como que no te apetezca comer helados, pero también puede suponer una barrera muy limitante en caso de pertenecer a un grupo de trabajo que incluya hombres. 

 


Ese sentimiento de culpa como causante (aunque fuera inconsciente) del miedo irracional de mi hermana sigue ahí. No es algo que me impida dormir; tampoco nada de lo que me enorgullezca; y ojalá en aquel momento hubiera sido consciente de las consecuencias que tenían en ella. 

Por mi parte, me sucede que cuando en una interacción social alguien me grita, me quedo paralizado. Igual que otras personas reaccionan y resuelven, yo me quedo sin poder reaccionar, como si me hubieran congelado instantáneamente. A diferencia de mi hermana, no tengo bien identificada la causa, pero sé que se debió al trato severo de los adultos que me rodeaban cuando niño (quizá mis padres; puede que los profesores,...)

Y así nos vamos conformando como personas a lo largo del camino, con nuestros triunfos y nuestras vergüenzas, benefactores en ocasiones y malhechores en otras, concientemente o no. Para bien o para mal, ¡c'est la vie!

miércoles, 30 de agosto de 2023

Captología, o la artimaña para manipular nuestra atención

Si usted incita a un menor a beber alcohol, además de ser una conducta incívica es un acto penado por la ley. Si promueve la prostitución de otra persona, en caso de ser un menor estamos hablando de un delito, según el código penal (y puede llegar a penas de prisión). Si usted concibe una aplicación informática (app) premeditadamente diseñada para enganchar a los usuarios, y muchos de ellos son menores,... no tendría ningún castigo, por que no hay legislación alguna que lo tipifique como falta o delito. De hecho, aunque no se trate de menores de edad.

Es más. No solo se trata de que no es ilícito, sino que ni siquiera es considerado un acto indecente o impúdico. 

Como ya analizamos en un post anterior ("El adictivo negocio de robar nuestra atención") que pueden leer aquí, existe toda una industria dedicada a captar y absorber nuestra atención. Y resulta que, además, lo han bautizado con el cínico nombre de captología.



Con este palabro se designa una doctrina que enseña a atrapar con la tecnología. Instruye sobre cómo captar al usuario a través de técnicas de neurociencia que activan mecanismos neuronales que inducen la permanencia en esa web. De manera que los ciudadanos pasamos a convertirnos en su materia prima, y sí, el concepto es secuestrar de manera sutil, incruenta e inadvertidamente la capacidad de atención de cada individuo.

Táchenme de exagerado pero yo lo veo como si en las facultades de derecho se enseñaran las mejores estrategias para defraudar a Hacienda o para eludir pagar impuestos, o para ganar un juicio aunque no se tenga la razón.

Por supuesto, ellos la denominan tecnología persuasiva, y la definen asépticamente como aquella que logra cambiar las actitudes y comportamientos de la gente con su diseño. Si bien es cierto que ejecuta programas que permiten a personas con fobias superen sus miedos mediante realidad virtual o promueve que la gente sea menos hostil a quién es diferente, también crea legiones de adictos a las compras online o a los juegos de apuestas online, por poner un par de ejemplos simples.



El guru máximo de esta disciplina, B.J. Fogg lleva años enseñando a los emprendedores de Silicon Valley a convertirnos en adictos. No crean que algo muy diferente al tipo que vende papelinas a la puerta de un colegio. 

Todos los meses, organiza un curso intensivo de ‘behaviour design’ en su casa de invitados, al norte de California, en los que solo acepta que participen los profesionales que quieren aprender en sus clases "para hacer del mundo un lugar mejor". Vamos! Como si Oppenheimer te dice "voy a enseñarte a construir la bomba atómica pero solo si piensas usarla para hacer del mundo un lugar mejor".

Ya les hablé en el post antes mencionado de Tristan Harris. Filósofo de producto (jamás pensé que vería estos dos términos fundidos en un solo concepto) y especialista en ética del diseño en Google, abandonó su cargo hace un tiempo. Tras afirmar que "la tecnología no es precisamente una herramienta neutral", no tiene reparo en reconocer lo que cualquier ser humano con capacidad crítica intuye: "El trabajo de estas compañías es enganchar a la gente, y lo hacen asaltando nuestras vulnerabilidades psicológicas".


 

El tal Fogg, después de 20 años dedicado a esta empresa, se descuelga en los últimos tiempos prediciendo que un creciente porcentaje de la población llegará a ver cómo de importante es estar conectado a la naturaleza y alejado de la tecnología, viviendo más cerca de los orígenes. Aprender a ser humanos otra vez y no robots, creo que dijo. Dedicarte a desenganchar a los adictos cuando te has dedicado a engancharlos sonaría sarcástico sino fuera por las terribles consecuencias que va a tener en la salud mental y problemas de conducta de la población mundial en un futuro nada lejano.