sábado, 1 de febrero de 2020

52#. El dolor nos hace más fuertes, pero sobre todo, más humanos

El dolor es intrínseco a la naturaleza humana. Es posible que hayan intentado esquivarlo, neutralizarlo o directamente rehuirlo. Todos lo hemos hecho alguna vez (aunque quizá en más de una ocasión, o puede que demasiadas), y por mucho que insistamos, antes o después hemos de concluir que es una empresa inútil. La verdad del sufrimiento es que, podemos aceptarlo o rechazarlo, pero es inevitable en la vida.


Empecinarnos en rehuir o rechazar el dolor solo lo mantiene (o aumenta) incrementando nuestro enojo, multiplicando rumiaciones que nos hacen sentir peor, generando una resignación victimista. falta de sentido, los porqué a mi,...). Llegados a este punto hemos de encontrar otra alternativa de solución. Usando el sentido común, y siguiendo a Einstein, la ecuación básica a resolver sería: sí hago A y el resultado es negativo, ¿haciendo B el resultado será positivo? Si cuando he tratado de evitar el dolor, no lo he conseguido, ¿que sucederá si aplico la estrategia opuesta? ¿Qué pasará si afronto el dolor?

¿Qué sucede si acepto el dolor? Con la aceptación me abro al sufrimiento, no trato de negarlo ni rehuirlo, sino que lo asumo y lo sufro. No piensen que desconozco lo fácil que es hacer estas afirmaciones en comparación con su dificultad para aplicarlas. De entrada, el dolor no desaparece ni se amortigua, además de que es posible que no obtengan resultado deseable alguno de manera inmediata. Pero tengan en cuenta que nuestras emociones requieren de ser ejercitadas para fortalecerse, como si estuviéramos hablando de músculos y gimnasios, como si habláramos de un atleta.

Un corredor de maratón aumenta su resistencia física a medida que entrena, cuanto más ejercita su cuerpo. Los músculos se tonifican y el cuerpo se fortalece a base de soportar la tensión física que requiere entrenarse. Al soportar el dolor que genera afrontar una adversidad robustecemos nuestro aguante, y se irá ampliando progresivamente cuanto más los entrenamos; el sufrimiento nos irá haciendo más fuertes. Este dolor aumenta nuestra resistencia, nuestra capacidad de aguante. Pero este es el más obvio de sus efectos, pero no es el único; les diría que ni siquiera el más interesante.

 

Cuando sufrimos nos vemos obligados a reflexionar. A preguntarnos por esa circunstancia que nos hiere, a replantearnos supuestos, a resolver porqués,... y esto nos conduce a un aprendizaje: a entender mejor las circunstancias de nuestra vida. Quizá les parezca una consecuencia simple e ingenua, pero no es insustancial, en absoluto. Nos obliga a tomar conciencia (cosa que no sucede cuando disfrutamos de experiencias agradables y gratas), a escarbar en nuestras circunstancias y profundizar en su sentido.

Las experiencias dolorosas nos bajan del pedestal, templan nuestro carácter y nos obligan a ser humildes. Cuando, a pesar de todos nuestros esfuerzos, la vida no sigue el curso que esperábamos, hemos de aceptar nuestras limitaciones. Y en este proceso de enriquecimiento personal, sucede "algo maravilloso", (dicho en el mismo sentido en que pronunciaba esta frase el protagonista de "2001, una odisea en el espacio"): aumenta nuestra empatía hacia los demás, hacia las cosas, hacia la vida, de la misma manera que el maratoniano, al expererimentarlo, entiende mejor el sufrimiento de todos los que corren.

Empatizamos con otras personas que sufren, por el simple hecho de que ahora somos ellos, hemos ingresado en la gran hermandad. Lo que amplía  nuestra perspectiva del mundo; nos permite ver la realidad con ojos nuevos, con profundo respeto, con humildad renovada, facilitando que la aceptemos tal y como es, no como nosotros pensamos/deseamos que sea. Al asumir el axioma número 1º de la vida ("la realidad siempre manda") identificamos nuestras posibilidades y potencial pero también aceptamos nuestras miserias y limitaciones. 
 

Si me han tomado por un entusiasta del masquismo, están equivocados. No hay nadie a quien le guste disfrutar más que a mí. Pero cuando nos asalta el dolor, al aceptarlo como emoción inevitable (incluso necesarias, si queremos entender de qué va la vida), sufriremos menos por que le encontramos un significado. Nos convertimos en más persona.