Aprovechando estas fiestas navideñas, y las connotaciones reflexivas que deberían tener, quiero hablar de una cualidad humana que suele pasar inadvertida. El psicólogo Martin Seligman la llamaría "fortaleza personal", y estoy completamente de acuerdo en ello por su transcendencia. Y sin embargo, la gratitud es una de las dotes más inmerecidamente subestimadas.
No hablo del simple "gracias" que verbalizamos, muchas veces de forma automática, cuando recibimos algo, por que nos estaríamos refiriendo al agradecimiento. No, me refiero a algo mucho más profundo y sustantivo; al sentimiento que sustenta ese "gracias"; al hecho de sentirse genuinamente agradecido. Un sentimiento honesto, cálido y expansivo, que nace cuando somos capaces de hacer una pausa consciente y valorar todo lo que tenemos, todo lo que disfrutamos, todo aquello que somos capaces de sentir, experimentar y degustar.
Sin embargo, en no pocas ocasiones, esta poderosa emoción pasa desapercibida; o peor aún, es despreciada. Me encuentro constantemente con personas que, atrapadas en el ajetreo y la búsqueda incesante de "más", no son plenamente conscientes de los innumerables motivos por los que no podemos estar más que agradecidos a la vida. Que desconocen un axioma vital esencial: la felicidad auténtica no es tanto la ausencia de problemas como la capacidad de disfrutar de la vida a pesar de ellos.
Vivimos en un pequeño oasis. Un remanso de paz y oportunidades, de privilegios, dentro de una minoría global en un mundo cada vez más convulso. Vivimos en una sociedad donde existe, de entrada, un sistema democrático de gobierno. Un lujo que quizá demos por sentado, pero que solo disfrutamos unos pocos (actualmente, menos del 7% de la población mundial vive en una democracia plena). De hecho, asistimos a una preocupante recesión global, puesto que los totalitarismos y sistemas autoritarios no dejan de aparecer y expandirse. La libertad de expresión, la capacidad de elegir a nuestros líderes, la seguridad jurídica, la atención sanitaria, etc. son los pilares fundamentales que sustentan nuestra paz, física y mental, pero que millones de personas no pueden disfrutar.
En este espacio privilegiado tenemos un techo bajo el que cobijarnos, alimento en la mesa, acceso a agua potable, saneamientos,... Necesidades básicas de la existencia que miles de millones de seres humanos no pueden disponer en su vida (por dar algún dato, casi el 10 % de los habitantes del planeta pasan hambre y 1 de cada 4 aún carecen de acceso a agua gestionada de forma segura). Y no solo eso, disponemos de un Estado que organiza la vida social, con unas Instituciones que garantizan (o tratan de) que podamos disfrutar de derechos humanos, (privilegios aún más escaso en el resto del mundo). Podemos opinar, disentir, ser diferentes, planear un futuro sin miedo, y un largo etcétera de derechos que quizá no valoramos en su justa medida.
Finalmente, gracias a estos pilares permiten que podamos establecer relaciones satisfactorias y vínculos sanos con nuestros iguales (sentirnos parte de una comunidad), vivir con dignidad y, por si fuera poco, que cada persona pueda desarrollarse plenamente, tratando de llegar a ser lo que decida (autorrealización).
Difícilmente se le puede pedir más a la vida. Pero hay que poder verlo, hay que tener conciencia de ello. Y esta es la razón por la que considero a la gratitud como un superpoder. Por que si somos capaces de salir de las quejas habituales, injusticias varias, frustraciones cotidianas, y elevarnos por encima de nuestro nivel de conciencia estándar, podemos alcanzar una perspectiva más amplia y realista del mundo; y es esta la que nos permite corregir y recalibrar los ojos con los que vemos la vida. No, no cambia el mundo exterior (al menos, no de inmediato), pero transforma nuestro mundo interior, y no les quepa duda, ¡esto ya es mucho!.
Recuerden las palabras de los sabios e irrepetibles Monty Phyton, en su inmortal película "La vida de Brian" (que les recomiendo encarecidamente vean en estos días tan apropiados):
Vienes de la nada,
vuelves a la nada
¿Qué has perdido?
¡Nada!
¿Cómo no sentirnos agradecidos si desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte todo es beneficio, todo es ganancia? La gratitud es un sentimiento profundo, un sentimiento de plenitud, antídoto contra la amargura y el resentimiento. Nos saca del bucle del victimismo y nos fortalece, incrementando nuestra resiliencia, nuestro optimismo. Nos capacita para encontrar soluciones donde antes solo veíamos obstáculos, pero por encima de otra cosa, nos permite valorar la vida y apreciar lo que se tiene. Empiecen a practicarla, a entrenarla, hasta convertirlo en un rasgo de la personalidad, por que no encontrarán otra forma más sana y gratificante de vivir la vida.
A todo esto... ¡Felices fiestas!

