sábado, 19 de marzo de 2016

#15. Las creencias nunca son inofensivas.




En el año 1990 se produjo la curación masiva más importante de la historia de la humanidad. De golpe y porrazo, miles, miles de miles de personas, dejaron de estar enfermas y sanaron. Millones de personas dejaron de sufrir un trastorno mental para convertirse en personas normales. El 17 de mayo de aquel año, la OMS la eliminaba del listado de trastornos mentales la homosexualidad, y tal fecha pasó a considerarse como Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia. Aquel día se condenó la creencia, que había perdurado durante siglos, que interpretaba como enfermedad, desorden o perversión la preferencia sexual por los seres de tu mismo sexo.



Nuestro instinto de supervivencia hace que constantemente estemos planteándonos sobre nosotros y nuestro entorno. Para entender cómo funciona, para anticiparnos al futuro, para adaptarnos a nuestra realidad. Esta necesidad que tenemos de respuestas sobre el mundo que nos rodea y conforma, es respondida por las creencias.



Las creencias están enraizadas en nuestro ser. Parecen tener una vertiente cognitiva importante pero también emocional, puesto que mientras las ideas son manipulables, se pueden desglosar, montar y desmontar, las creencias son mucho  más reacias al razonamiento, aunque se pueden razonar.



Y son más difíciles de cambiar cuanto más funcionales son para nosotros, cuanto más las necesitamos para nuestra estabilidad vital. Así, la creencia clásica de “El mundo es plano” fue sucedida por “La tierra es redonda”, pero lograr esta evolución costó años y esfuerzo, sangre y sudor. El heliocentrismo, hasta que logró desbaratar a la creencia de que todo en el universo gira en torno a la tierra le costó la vida a muchas personas. Y esto porque en su momento dicha creencia sustentaba toda una concepción de la vida humana. Pero creencias más personales no son menos difíciles de cambiar.



De manera, que entendidas como forma de interpretar el mundo, se pueden permitir ustedes ciertas licencias, pero como sistema predictivo al que agarrarse cuando hay que tomar una decisión, les interesa tener buen ojo a la hora de elegir o adoptar según qué creencias personales. Es prioritario asegurarse que las creencias que uno tiene (y las que vaya a tener) sean consistentes, equilibradas, y sobre todo, válidas para la vida.




¿Cómo lograr distinguir las creencias personales válidas de las que debemos desechar?



En principio, cualquiera de nosotros podría responder a esta pregunta con rapidez: si nos beneficia, la adoptamos. En caso contrario, a la papelera de reciclaje. No obstante, puede ser más complejo de lo que parece. Una creencia puede parecernos sana o beneficiosa, y posteriormente mostrarse como perjudicial para nosotros, y viceversa. Puedo creer que mi religión es la verdadera y única (las religiones, por lo general, suelen ser incompatibles entre sí) y sin embargo tornarse completamente banal o inútil el día en que pierdo un hijo de forma violenta, así como dañina el día en que decido convertirme en un fanático defensor de esa doctrina hasta llegar a inmolarme.



A falta de criterios fetén para distinguir unas de otras, valgan las siguientes sugerencias para, al menos, poner a prueba las suyas:



1.- Una creencia debe ser racional, debe ajustarse a la realidad. Es decir, a lo que conocemos de manera rigurosa de la realidad, o como se dice hoy día, aquello basado en la evidencia empírica. Esto descartaría creencias que se basen en supersticiones o hábitos tradicionales que no estén positivamente demostrados. Extremen precauciones con el pensamiento mágico y los consejos que emanan de sus gurús. No tengo datos objetivos, desconozco las personas afectadas, pero la creencia de que cuando uno desea algo con la suficiente fuerza, el universo entero se confabula para que suceda, debe haber hecho estragos en el gremio adolescente y haber agudizado (cuando no generado) no pocos trastornos obsesivos compulsivos. La premisa referida a desearlo me parece bastante lógica: si deseamos algo hay que tenerlo en mente, diáfano como objetivo. Planificar una estrategia para conseguirlo, y después, ponernos en acción. Pero la segunda premisa del enunciado me parece poco creíble que el Universo haga el trabajo por usted, excepto en el caso de que dispongan de pruebas fehacientes de que el Universo haya mostrado algún interés por ustedes y sus circunstancias.



2.- Que una creencia sea compartida por muchas personas no confirma su validez. Por popular y extendida que sea, no tiene porqué ser fiable. Ni siquiera sana. Es más, nada impide que pertenezca al género de creencias descerebradas. Hay presupuestos personales que alcanzan la categoría de increíbles (entiéndase en sus sentido más literal, esto es, que no se puede creer) pero que inexplicablemente, han hecho fortuna y se han extendido por todo el orbe. Desde la existencia de civilizaciones extraterrestres a la falacia de la justicia cósmica (“si hago el bien siempre solo pueden pasarme cosas buenas en la vida”), igual que si te tragas un chicle se te pegará en las tripas como que “él, al final, será consciente de cuanto lo quiero y cambiará”. Quizá el ejemplo más paradigmático sea la creencia religiosa. Que mi fervor religioso me haga creer en los milagros puede llevarme a, en situaciones desesperadas, apelar a estos como última solución. Con lo cual es probable que esté perdiendo un tiempo precioso esperando algo que no sucederá (salvo por casualidad), en vez de estar actuando para resolver el problema (cuando sea resoluble), o asumir la desgracia (cuando sea inevitable). Si yo creo en el amor romántico, el clásico, el que nos han vendido cine, radio y televisión, estoy predispuesto a creer firmemente en el amor eterno, de manera que si mi matrimonio se viene abajo, esa creencia hará que sus efectos sean devastadores en mi vida. Posiblemente, si mi creencia fuera más realista, algo así como que el amor de pareja está sometido a todos los vaivenes a que estamos sometidos las personas, incluyendo la posibilidad de que pueda romperse, me sería más útil. No, el resultado no cambia, si estamos hablando de la ruptura sentimental y sus efectos. Pero en el primer caso puedo caer en una depresión o someterme incondicionalmente en esa relación sentimental con tal de que no se rompa. En el segundo caso, sufriré las consecuencias de la ruptura, pero ya estaba avisado (lo que implica un menor efecto traumático), en cierta forma contaba con que esa posibilidad se podría dar, de manera que me podré reponerme emocionalmente con más eficiencia.



3. Que Una creencia sea bondadosa y bien intencionada no la hace más válida Ni siquiera más útil.  Timothy Tredwell fue un tipo que desencantado de la vida, al menos de su fracasada carrera como actor, que tras desengancharse del alcohol y otras drogas, se fue a Alaska a buscar una relación más profunda con la naturaleza y el mundo animal. Entabló relación con osos, conviviendo con ellos más de una década, realizando grabaciones en video, acercándose más de lo recomendable e incluso jugando con ellos. Viajó por EEUU dando charlas y escribió un libro remarcando su postura ecologista. En 2003, él y su novia fueron encontrados muertos tras haber sido atacados y devorados por uno o más osos.



Su creencia en el amor, las relaciones entre especies, le hizo confiar en que se podía establecer lazos de amistad con osos. Probablemente, un zoólogo o biólogo experimentado, buen  conocedor  del comportamiento animal, no albergaría tal creencia, o la tendría pero con  muchas reservas. Y este conocimiento le protegería, le impediría tener un comportamiento tan bienintencionado, y fatalmente equivocado, como el amigo Tredwell.



4. Las creencias deben ser flexibles y moldeables, modificables por la experiencia o el conocimiento fundado. Reconozco que es incómodo, que obliga a estar pendiente, a revisar e incluso a tener que rescindir nuestro contrato con nuestra creencia cuando no se ajuste a la realidad. Sobre todo si comparamos esa creencia con las verdades inmutables que nos venden algunas teologías. Estas suelen ser invariables, rígidas, no requieren de ser puestas al día. Adoptas esa creencia y no te preocupas por ella durante el resto de tu vida. Muchas de ellas han cristalizado hasta en refranes populares del tipo “Los gitanos no son buenas personas” o “Los negros (o las mujeres, o los bajitos, o los que tengan un verruga en el cogote) no son inferiores a los blancos”. Pero el quid de la cuestión no es sea fácil, simple o cómoda, sino que tenga potencia predictiva, que me facilite la vida al permitirme adaptarme mejor a mis circunstancias vitales.



5.- Desconfíen de cualquier creencia que no vaya a favor de la vida. Me parece recordar que 37 miembros de la secta Heavens’s Gate se suicidaron en California en el año 1997. Creían, según sus convicciones, que abandonarían su cuerpo humano y sus almas alcanzarían una nave espacial que seguía al cometa Hale Bop. Hubo quien vendió todas sus pertenencias y quien se despojó de todo, convencido de que los extraterrestres les llevarían lejos de nuestro planeta. El gurú decidió suicidarse junto con todos sus acólitos.



Como hemos visto en algunos de estos ejemplos, creencias inofensivas y bienpensadas, incluso  intrascendentales para nuestra vida, pueden tornarse arriesgadas e incluso lesivas para nosotros. En el lugar equivocado y en el momento erróneo, incluso tener consecuencias fatales.



Recuerden, cuando tratamos de orientarnos, la brújula oscila, se mueve, puesto que nos está indicando el norte. Pero si lo que deseamos es que siempre indique hacia donde nosotros queremos, puede ser satisfactoria o cómoda, pero no útil. La única brújula cuya aguja no fluctúa es la brújula imantada. Y si está imantada, no sirve para orientarnos, solo para mantenernos engañados.



En este sentido, cuidado con los “imanes”. Mucho ojo con el criterio que usamos para dar validez a una creencia. El factor que más nos puede engañar es confundir la materialización de lo que uno desea con su factibilidad, con la probabilidad de que eso suceda en la realidad. Una cosa es que desee que ocurra tal evento y otra la posibilidad real de que acontezca. Nuestro deseo puede ser tan intenso que no atendamos a las restricciones que nos impone la realidad y decidamos guiarnos por creencias populares, supersticiones o leyendas urbanas. Que yo anhele la paz con mi enemigo no me asegura que él también la quiera. Por mucho que yo lo desee, si él no quiere, poner la otra mejilla solo logrará que me endiñe otro sopapo.


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