sábado, 20 de septiembre de 2025

Cuando la ignorancia de enorgullece de sí misma

 

Todos hemos sido ignorantes y, de hecho, seguimos siéndolo en muchos ámbitos. Esta incompetencia, en sí misma, no tiene por que ser un defecto, puesto que es el punto de partida del aprendizaje. Pero existe un tipo de ignorancia que rompe este precepto, y es la de aquellos que no quieren aprender. Por comodidad o pereza, por arrogancia o egocentrismo, por identificación con un grupo social,... cada vez son más los individuos que no solo son ignorantes, sino que se sienten orgullosos de ello, y no dudan en exhibirlo como un mérito.




Nunca en la historia hemos tenido tantas posibilidades para instruirnos como en el momento actual. El acceso a internet ha democratizado el conocimiento de una manera impensable décadas atrás. Desde cursos gratuitos hasta bibliotecas virtuales, pasando por debates, foros y documentales, cualquiera puede informarse, formares e instruirse. Pero no; estos tipos no solo muestran un convencido desinterés por el conocimiento positivo, sino que, como era de esperar, detestan a los instruidos o formados.

Se está instalando una especie de subcultura del analfabeto funcional, del ignorante orgulloso, que observa el conocimiento fundamentado con recelo, como si fuera una carga innecesaria. Y al ir extendiéndose de forma insidiosa empezamos a ver como el saber o conocimiento ya no se celebra, sino que se empieza a sospechar de él. Y eso tiene consecuencias.

No hace falta hacer un recorrido histórico del concepto para concluir que la ignorancia siempre ha beneficiado al poder. Desde las primeras civilizaciones, Egipto y Mesopotamia,  ya el conocimiento estaba restringido se restringía solo a grupos sociales privilegiados (sacerdotes, escribas...), dependiendo la población de quienes sabían (leer los signos de los dioses, en este caso). En la Grecia clásica se adopta la formación integral, pero reservado a los ciudadanos varones libres, quedando excluidos los restantes grupos sociales. Algo similar al modelo de Roma, solo para elites y militares. Aunque estos últimos inventan el entretenimiento del ignorante para evitar su queja; el famoso "pan y circo". Pasamos a la Edad Media y vemos repetido el esquema: solo la Iglesia controla el saber. Las clases dominantes siempre se han reservado el acceso al conocimiento, sabedores de la amenaza que supondría para sus privilegios.




Aún así, se altera este círculo vicioso con el advenimiento del Renacimiento, en donde la imprenta democratizó el acceso al saber, rompiendo el monopolio eclesiástico; la respuesta del poder es la represión, mediante la censura y la persecución. Posteriormente, con la Ilustración, que enarbolaba con orgullo el lema "atrévete a saber", valorándose la ignorancia como un atraso. El poder, representado ahora por los Estados, promueven la educación pública, pero para formar súbditos obedientes, y durante la Revolución Industrial del siglo XIX nace la educación pública y masiva, pero tan básica que no permita alcanzar una razón crítica. Los totalitarismos del siglo XX replicarán este esquema que busca súbditos fervorosos pero no ciudadanos librepensadores, llegando a la actualidad, en donde se constituye como uno de los pilares del Estado del Bienestar.

El poder siempre se ha apropiado del conocimiento, hasta que llegamos al último medio siglo, en donde el avance y potencia de una sociedad o un país se mide por lo competentes (instruidos) que sean sus ciudadanos. Actualmente dependemos de la ciencia y a la tecnología (de las cuales no sabemos nada, lo que nos aboca al desastre, como decía Carl Sagan) así que restringir el acceso al saber no es conveniente. De manera que ahí tenemos al Poder dándole vueltas a la cabeza; pensando ¿de qué manera podemos impedir que los que arrebaten el poder a los que dominamos? La solución tampoco fue un alarde de originalidad: Confundir y entretener; difundiendo información sin sustento, dirigiendo la atención a asuntos inofensivos, creando bulos que permitan al ignorante poner en duda al intelectual; que le invistan de una falsa autoridad para discutirle, de tú a tú, aún sin pruebas. Que le permita igualar el mérito de haber dedicado la vida al estudio al orgullo del "no sé nada y me va bien".

Quien piensa, cuestiona. Quien cuestiona, denuncia. Y eso incomoda al Poder. Por eso, desautorizar a las voces críticas ante la masa resulta una estrategia eficaz: si se ridiculiza al que sabe, se le resta influencia. Y además, ya le hace el trabajo de contraargumentar esa muchedumbre incompetente.

Los ignorantes avergonzados son manejables, pero los ignorantes orgullosos además de manipulables, se enfrentan al conocimiento para desvalorizarlo. Se convierten en escudos humanos contra el pensamiento crítico, y esto... Oh! Sorpresa!, beneficia a ciertos grupos de interés. 




La ignorancia no es solo una actitud personal, sino también una herramienta funcional. 

Y como toda herramienta, sirve a alguien.