lunes, 15 de enero de 2018

33#. Dudar es como Windows Update: Incómodo, pero necesario.

Tengo una particular predilección por los conceptos que tienen mala fama o son relegados al olvido de manera injusta. Y la ingrata prensa que tiene el acto de dudar no puede sino inspirar mi más sincera indulgencia.

Quizá se trate de que me considero un dudador nato (que no es necesariamente sinónimo de dubitativo). Pero no deja de sorprenderme el hecho de que cuando alguien confiesa públicamente sus dudas sobre un asunto, suscita en los demás una vaga (o no tan vaga) sensación de inseguridad, de inestabilidad o falta de control, que si nos descuidamos puede remitirnos a una supuesta debilidad de carácter. Una veleidad inadmisible, que parece olvidar que toda nuestra tradición filosófica, nuestros progresos sociales y los más reputados hitos históricos de nuestra especie, arrancan de este acto.
Si la capacidad de adaptación fue nuestro mayor éxito como especie, la capacidad de dudar es el mecanismo que permitió gestar estos cambios, esa evolución. El amplio margen de maniobra que nos proporciona nuestro raciocinio a la hora de tomar decisiones nos obliga a recopilar y contrastar, cotejar entre varias alternativas, esto es, a dudar, antes de resolver. Todo ello con el objetivo, no de confundirnos ni desconcertarnos, sino de facultarnos para adoptar una decisión mejor.
Cierto. La duda no es agradable, nos obliga a ocuparnos y pre-ocuparnos, y entiendo que pueda generar, en ocasiones, una desapacible sensación de incomodidad. Pero me parece obvio que nos ofrece más ventajas que inconvenientes.

La duda nos permite crecer como personas. Nos obliga a revisarnos, a nosotros y a nuestras circunstancias. Posibilita que alcancemos nuestras propias conclusiones, que no tienen que ser las mismas que las del resto de personas (o sí). Incluso estando equivocadas, las hemos parido nosotros, con nuestro esfuerzo mental, y aprenderemos de sus consecuencias. De una manera u otra, nos sirve para construimos como individuos, en tanto que seres únicos e irrepetibles, con nuestras propias virtudes y defectos, con nuestros aciertos y contradicciones particulares.
La duda es incómoda, como Windows Update. Es la actualización de nuestro sistema de creencias y esquemas mentales. No sé si les sucede lo mismo, pero cada vez que aparece en la pantalla de mi ordenador el clásico mensaje de "Hay actualizaciones pendientes", siempre me parece que llegan en un momento inoportuno. No cuesta trabajo suponer que, tras pulsar afirmativamente a la propuesta, vendrá el engorro de esperar a que se descarguen, reiniciar el sistema, y a continuación, esperar a que se instalen. Sin embargo, accedemos a su propuesta. Y lo hacemos porque somos conscientes de que esa actualizaciones permitirán al sistema funcionar mejor (al menos, eso es lo que nos dice el proveedor).
Ante la duda, entiendo que haya personas que tengan una primera sensación de fastidio. Pero dudar tiene el efecto de modificar en nuestro raciocinio aquellos esquemas mentales (programas) que no funcionan, o bien, permite afinar y mejorar los que funcionan (optimizar). Con la diferencia de que nosotros tenemos que actualizar nuestra consciencia de forma manual.
Imaginen que sistemáticamente rechazamos las actualizaciones de Windows. Seguro que son capaces de anticipar las consecuencias. Antes o después, habría funciones que no podríamos usar, que serían inútiles. No podríamos incorporar nuevos programas, más eficientes y prácticos. O directamente el sistema quedara irremisiblemente obsoleto.

 
  Mírenlo de esta manera: La duda es el coste que tenemos que pagar por disfrutar de una inteligencia tan extraordinaria. Si lo ven desde esta perspectiva, igual les parece un precio razonable. A mi se me antoja hasta barato, cuando observo los disparates y barbaridades que cometen personajes publicos relevantes (incluyendo a más de un predidente de gobierno), cuyo funcionamiento mental parece ir a piñón fijo, y llevan años sin actualizar el sistema operativo de su sentido común.

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