miércoles, 4 de diciembre de 2019

50#. ¿Somos narradores o protagonistas del relato de nuestra propia vida?

Imagina que tu vida es una novela. Aunque el símil no sea un alarde de originalidad, resulta más que pertinente en este caso, puesto que la facultad narrativa nos define como humanos. Lo narrativo es la forma natural de organizar nuestros pensamientos y creencias, nuestras ideas y convicciones. Tal y como afirma Óscar Vilarroya, "el relato es la estructura mental que utilizamos las personas para explicar lo que nos sucede". 
 



Considera este neurólogo que el objetivo de nuestro cerebro es "construir un relato que consiga dar sentido a lo que vivimos de manera verosímil, razonable y efectiva". Y estas tres características son las que constituyen la base de un buen relato.


Volviendo al símil, creo que todo el mundo convendría conmigo que cada persona es la protagonista de la novela de su vida... o así debería ser. Como su nombre indica, el personaje principal es fundamental en la narración puesto que lleva la acción y vertebra el relato. Pero hay otro sujeto, no menos crucial, que en ocasiones pasa más desapercibido de lo que debiera: el narrador.


El narrador es un personaje ficticio, una figura hecha de palabras, esa voz (nunca un vocablo fue tan preciso) creada por el autor para relatar lo que acontece y describir lo que percibe. Es el nexo de unión entre los sucesos y el receptor, y es necesario. Sucede que el narrador es consustancial al relato. No solo somos los narradores de la novela de nuestra existencia, sino que estamos condenados a ello.  


Cada persona escribe la novela de su vida, lo quiera o no, pero esto no implica necesariamente que juegue el papel de narrador-protagonista. Aquí, narrador y personaje principal coinciden, hablando de nosotros mismos, contando lo que acontece (dentro y fuera), pero no destinándolo a un lector desconocido sino a nosotros mismos.

No obstante, me encuentro con frecuencia individuos que son más bien narradores-testigo, esto es, personajes que observan los sucesos de sus vidas pero que apenas cuentan en ella porque no se sienten protagonistas. Perfectamente pueden haber cedido el papel principal de su existencia a otras figuras influyentes de su entorno: un esposo/a al que nos subyugamos, un familiar al que concedemos poder decidir sobre nosotros, incluso un trabajo al que prestamos demasiado esfuerzo y tiempo, quizá sin darnos cuenta. En definitiva, algo a lo que nos supeditamos y de lo que dependemos.
 



Me interesa recalcar esta dualidad propia de la literatura. En la vida real no suele ser tan reconocible que yo soy la persona que actúa y lleva la acción (protagonista) pero que, a la vez, me cuento aquello que me sucede (narrador). Distinguir ambos sujetos tiene una implicación más que determinante: podemos vernos en perspectiva. Eso significa poder darnos cuenta de que no somos lo que pensamos ni lo que hacemos, aunque efectivamente nuestros pensamientos y acciones surjan de nosotros y formen parte nuestra. Recordemos que en una novela el narrador genera el efecto de contarse la historia a sí mismo, como si se tratara de un yo desdoblado. Disponer de ese enfoque, tomar esa distancia de nosotros mismos, es un hecho que facilita sobremanera poder observarnos, valorarnos y actuar en consecuencia. 
 


Todos hemos tenido una experiencia similar a la siguiente: Un buen día me levanto y me siento triste, o me encuentro nervioso; la emoción me embarga, tiñendo mis experiencias, sentimientos y pensamientos. Lo más habitual es que me deje llevar por dicho estado y aumente mi desánimo arrastrarme su inercia. Lo que está ocurriendo en este momento es que no estoy distinguiendo entre narrador y personaje principal de mi relato. Estoy confundiéndolos, puesto que ambos se han fusionados en uno solo. Pero, ¿alguna vez nos hemos detenido en ese preciso instante para observar qué es lo que realmente está sucediendo dentro nosotros mismos? 
 



Será difícil que la tristeza o el nerviosismo desaparezca con un truco tan simple, sin embargo, sí puede tener otros efectos nada desdeñables. Aún sin dejar de sentirme mal, puedo poner en marcha mi espíritu crítico y analizar el interior del personaje principal. Puedo buscar causas y consecuencias de mi situación, puedo establecer relaciones, puedo hipotetizar. El narrador se despega del personaje principal y comienza a idear

Puedo generar alternativas de respuesta y proponer alguna solución; las pondré en marcha o no, pero estoy afrontando. Puedo pensar que esa emoción pasará, como tantas otras veces; argumentarme que mañana será un nuevo día y con él cambiará dicho estado o centrar mi atención un distractor que realmente me motive. El narrador actúa y ayuda, dialogando, conversando con el personaje principal, que no se siente amedrentado, ni desmotivado. No piensa que esté loco. 

Este es el quid de la cuestión: podemos hablarnos de nosotros mismos como nos hablamos de todas las cosas que conforman nuestra vida, como nos contamos todo lo que nos suceden en nuestro devenir cotidiano. Y esto marca una diferencia fundamental. Nos permite ser consciente de nosotros mismos, y a partir de este hecho, nace todo. 

 

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