domingo, 18 de septiembre de 2016

CITA: El lagarto que sabía cómo ser feliz

La idea de enriquecer las gratificaciones se reduce, nada más y nada menos, a aquella pregunta: «¿Qué es la buena vida?». 



Uno de mis profesores, Julian Jaynes, tenía por mascota en su laboratorio a un lagarto exótico del Amazonas. Las primeras semanas después de adquirirlo, ]ulian era incapaz de hacer que comiera. Lo intentó todo, pero el reptil se estaba muriendo de hambre delante de sus narices. Le ofreció lechuga, y mango y luego carne de cerdo picada. Cazó moscas y otros insectos vivos y se los ofreció; y también comida china. Incluso le preparó zumos de frutas. Pero el lagarto no quería comer nada y estaba cayendo en el letargo.

Un día Julian le dio un bocadillo de jamón, pero el reptil siguió sin mostrar interés alguno. Al continuar con sus actividades cotidianas, ]ulian se dedicó a leer el New York Times. Después de hojear la primera sección, arrojó el periódico sobre el bocadillo de jamón. El lagarto centró su atención en esta configuración, se desplazó sigilosamente por el suelo, saltó sobre el periódico, lo destrozó y luego se zampó el bocadillo.

El animal necesitaba acechar y triturar antes de comer. La conducta de los lagartos ha evolucionado de forma que primero acechan a su presa, luego se lanzan sobre ella, la destrozan y finalmente la devoran. La capacidad de cazar es, pues, una virtud de los lagartos. La puesta en práctica de esta fortaleza era tan esencial para la vida del lagarto que era imposible despertar su apetito en ausencia de dicha conducta. Para el animal del ejemplo no existía ninguna fórmula rápida para alcanzar la felicidad. 
 

Los seres humanos son inmensamente más complejos que los lagartos del Amazonas, pero toda nuestra complejidad reside en un cerebro emocional que ha sido modelado durante cientos de millones de años por la selección natural. Nuestros placeres y los apetitos a los que aquéllos atienden están ligados evolutivamente a un repertorio de conductas, mucho más complejas y flexibles que acechar, saltar sobre la presa y hacerla trizas. Pero el hecho de omitir dichas acciones tiene un precio nada desdeñable.

Es demencial la idea de que es posible confiar en fórmulas rápidas para obtener gratificación y evitar el ejercicio de las fortalezas y virtudes personales. Esta idea no sólo produce lagartos que mueren de hambre, sino legiones de personas deprimidas en un entorno de riqueza, que mueren de hambre en sentido espiritual.

Estas personas se preguntan: «¿Cómo puedo ser feliz?». Y esta es una pregunta errónea, porque si no se realiza una diferenciación entre placer y gratificación, provoca con demasiada facilidad la dependencia respecto de fórmulas rápidas y conduce a una vida que consiste en experimentar el máximo de placeres fáciles posible.

No estoy en contra de los placeres; de hecho he dedicado todo el capítulo a aconsejar cómo incrementarlos, junto con la espléndida variedad de emociones positivas. Sin embargo, cuando se dedica una vida entera solo a la búsqueda de emociones positivas, la autenticidad y el significado brillan por su ausencia.

"La auténtica felicidad" (2003)
Martin E.P. Seligman


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