En la cultura occidental, estos meses se nos llenan de mensajes relacionados con las vacaciones, bombardeándonos hasta apabullarnos. Programas de TV, conversaciones espiadas en el autobus o en la calle, anuncios en las redes sociales, etc. no dejan de hacer alusión a las vacaciones, cómo si fueran un derecho universal, como sí fueran algo asumible por todos, como si hubieran existido toda la vida.
Pero esta popularidad no existía en mi infancia, donde se veían como un privilegio solo para los más afortunados; de hecho, recuerdo haberlas disfrutado de niño solo una vez, en un veraniego piso familiar en Málaga (que mi padre no disfrutó por qué se volvió al pueblo a seguir atendiendo el negocio).
Viene está reflexión a colación de lo habitual que es para muchos disfrutar de unas dignas vacaciones, sin tener en cuenta a esa gran mayoría silenciosa y humilde que no puede permitirselas. Sin ir más lejos, a todos los que sufren el síndrome SLS (del que hablábamos en el post anterior).
Viene a referido este comentario a lo impúdico que me parece toda esa avalancha mediática que nos inunda, y que a los más desarraigados debe hacer sentir aún más desafortunados de lo que ya son.
Ciertamente, no es pecado disfrutarlas, pero sí me parece deleznable esa ostentación, esa alabanza a un lujo inasquible para muchas personas (no digo ya sí hablamos de la población mundial) que el sistema socioeconómico espolea sin recato para lograr beneficios, pero sin sentirse concernido por los efectos secundarios que provoca.
Dicho esto, espero que las disfruten si son de los privilegiados, y que desconecten de los medios, si son de los desafortunados.
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