jueves, 31 de julio de 2025

Vacaciones... ¿para todos?

La palabra "vacaciones" proviene del verbo latín vacare, cuyo significado es "estar libre" o "estar desocupado". En esencia, las vacaciones representan un período de descanso, una suspensión temporal de las actividades habituales, especialmente del trabajo o los estudios, permitiendo a las personas disfrutar de tiempo libre y ocio. 

En la cultura occidental, estos meses se nos llenan de mensajes relacionados con las vacaciones, bombardeándonos hasta apabullarnos. Programas de TV, conversaciones espiadas en el autobus o en la calle, anuncios en las redes sociales, etc. no dejan de hacer alusión a las vacaciones, cómo si fueran un derecho universal, como sí fueran algo asumible por todos, como si hubieran existido toda la vida. 

Pero esta popularidad no existía en mi infancia, donde se veían como un privilegio solo para los más afortunados; de hecho, recuerdo haberlas disfrutado de niño solo una vez, en un veraniego piso familiar en Málaga (que mi padre no disfrutó por qué se volvió al pueblo a seguir atendiendo el negocio).

Viene está reflexión a colación de lo habitual que es para muchos disfrutar de unas dignas vacaciones, sin tener en cuenta a esa gran mayoría silenciosa y humilde que no puede permitirselas. Sin ir más lejos, a todos los que sufren el síndrome SLS (del que hablábamos en el post anterior).

Viene a referido este comentario a lo impúdico que me parece toda esa avalancha mediática que nos inunda, y que a los más desarraigados debe hacer sentir aún más desafortunados de lo que ya son.

Ciertamente, no es pecado disfrutarlas, pero sí me parece deleznable esa ostentación, esa alabanza a un lujo inasquible para muchas personas (no digo ya sí hablamos de la población mundial) que el sistema socioeconómico espolea sin recato para lograr beneficios, pero sin sentirse concernido por los efectos secundarios que provoca.

Dicho esto, espero que las disfruten si son de los privilegiados, y que desconecten de los medios, si son de los desafortunados.

lunes, 30 de junio de 2025

98#. El SLS no es una enfermedad psiquiátrica; es una enfermedad social


Uno de los últimos síndromes en emerger dentro del ámbito social, y de la salud, en particular, es el denominado SLS. Un diagnóstico que no encontrarán en el DSM (que sería el manual psicológico de trastornos mentales) ni en la CIE (su homólog en psiquiatría), y podrían pensar que por su novedad, pero no es así. No existe técnicamente por que en realidad es algo más que un trastorno.

En realidad, es una conscuencia que arranca desde el advenimeinto de la industrialización. Los profesionales que trabajamos en el área ya lo conocíamos desde hace tiempo, y la denominación que usábamos es exactamente la misma que en ingles: El síndrome de llevar una vida de mierda (Shit-Life Syndrome).




Encontramos las consultas del area de salud y la intervención social atestadas de pacientes con malestares psicológicos, que en su inmensa mayoría son etiquetados como síndrome ansioso-depresivo, el clásico cajón de sastre del que no es posible extraer mucha información ni explicación sobre su causa. Es la ansiedad, es la depresión, es el insomnio, etc. que en no pocas ocasiones son puerta de entrada a conductas adictivas, trastornos de la conducta alimentaria (las antiguas bulimia y anorexia), trastornos traumático del desarrollo, etc.

Estamos hablando de personas cuyas vidas son tan duras, tan marcadas por el desempleo, por la precariedad, por la violencia, por estigmatización, que estos trastornos son lo mínimo que pueden presentar. Pero estos trastornos no son el problema; solo son los indicadores de un sufrimiento mucho más profundo.

Y sin embargo, lo normal es que se reduzca a una etiqueta psiquiátrica. Se les asigne un epigrafe médico que permite prescribir la medicación correspondiente, y hasta la siguiente cita, que en algunas ocasiones nunca llega por el mero hastío del individuo. El sistema resuelve la papeleta con una receta médica, pero eso no es solucionar el problema: es eludirlo.




No se resuelve por que no estamos hablando de un problema individual sino social. No es una enfermedad psiquiátrica; es una enfermedad social. No necesitan antidepresivos; necesitan una vida mejor.

Unas condiciones de vida adversas, como la pobreza crónica, desempleo, violencia doméstica, abuso infantil, discriminación, aislamiento social,… sostenidas a lo largo del tiempo generan déficits serios, psíquicos y físicos. Si la administración solo responde con parches, con soluciones limitadas y puntuales, ese estado se cronifica. Aparece entonces la desesperanza, auqella indefensión aprendida que ya acuñó Seligman: la percepción de que ningún esfuerzo que haga servirá para cambiar el estado de cosas y que el futuro será una lamentable repetición del presente. No debería extrañarnos, en estas circunstancias, que los individuos traten de escapar de esa demoledora realidad, anéstesiándose, derpimiéndose, evitando pensar en el presente y en el futuro, desconfiando del sistema, y por extensión de los demás. Llegando finalmente a la conclusión de que resignarse duele menos que esperar una vida mejor.

El principal riesgo es que se defina este sindrome como una patología individual, en vez de lo que realmente es, un sufrimiento estructural, que por tanto, solo abordándolo contextualmente podrá paliarse (por que hablar de resolverlo sería de un optimismo pueril). Si no se integran políticas sociales, económicas, terapeúticas,... nada cambiará.




E insisto en este punto, por que se denomine de forma vulgar (shit-life syndrom) o se la etiquete con un eufemismo (población en riesgo social o similares), lo importante es que llegue a nuestras conciencias, y que llegue como lo que es un problema social, no individual. para ello hay que empezar por nombrar lo innombrable, definirlo para poder diseñar posibles soluciones.

sábado, 31 de mayo de 2025

97#. El amor propio no es autoconvencernos de nuestra valía

Pocos temas se prestan tanto a ser pasto de la autoayuda como este, y seguramente lo habrán escuchado en más de una ocasión. La imagen que me viene a la cabeza cada vez que escucho el concepto de amor propio es la de un individuo frente al espejo de su cuarto de baño repitiéndose machaconamente "tú vales mucho", "tú te lo mereces" o frases trilladas  similares.





Pero no. Este ejercicio, como mucho, alimenta el ego, que estaría en las antípodas del amor propio. Por otro lado, tampoco sería exactamente quererse a sí mismo, acto que nunca he entendido muy bien cómo se practica, pero tiene un sospechoso parecido con la adulación (autoadulación en este caso); esto es, decirnos aquello que nos agrada pero sin basarnos en nada más sólido.

El amor propio cobra su sentido más real cuando uno establece una relación profunda consigo mismo, lo que implica aludir a un concepto que no suele destacar cuando hablamos de esta cuestión: la compasión.

Lejos del aserveramiento de un mantra o ejercicios de autoconvencimiento varios, el amor a uno mismo se ha de basar en una mirada bondadosa a nuestro interior, a esa particular y única constitución bio-psico-social que somos cada uno de nosotros. Y es así, por que a diferencia del ego (vanidoso) o la autoestima (cognitiva), convertimos el juicio crítico e inquisitivo que hacemos de nosotros mismos en una valoración templada e indulgente.

Esta compasión es el filtro determinante para explorarnos por dentro con garantías, para poder entender nuestros pensamientos, sentimientos y comportamientos; para comprender cómo nos afectan y cómo afectan a los demás. Pero partiendo de lo que son stricto sensu: los pilares de la arquitectura de nuestra personalidad, que no han de ser perfectos pero de cuya calidad debemos ocuparnos.

A partir de aquí podemos aceptarnos a nosotros mismos, con nuestras virtudes y defectos, rarezas (que todos tenemos) y particularidades, sin darle más importancia de la que tienen. Es esta compasión la que nos habilita para tratarnos con amabilidad, comprensión y paciencia, especialmente cuando cometemos errores o nos enfrentamos a desafíos. Y también es esta compasión la que promueve que prioricemos nuestro bienestar físico, emocional y mental, tomando las medidas pertinentes para mantenerlos, puesto que constituyen la base de nuestra salud mental.




De esta manera llegamos al último escalón de nuestro autoconocimiento, el que nos abre la puerta a la autenticidad. Ser así y aceptarnos como somos nos permite ser fieles a nosotros mismos, sin pretender ser alguien que no somos ni sentirnos presionados por comparaciones externas.

El amor propio no va de inflar tu ego o ni de tener una visión positiva, pero distorsionada, de uno mismo. Va de cultivar una relación saludable y compasiva con la persona más importante de nuestra vida, que por otro lado no deja de ser la base de nuestra salud mental

No evitará el sufrimiento ni nos librará de las dificultades de la vida, pero nos ayudará a afrontarlos de una manera más saludable y constructiva. Y esto, en los tiempos que corren , no es poca cosa. 




miércoles, 30 de abril de 2025

96#. La salud mental empieza por el apego

 

Comentaba en el post anterior que es importante seguir unos hábitos saludables a la hora de acercarnos a las redes sociales, así como que algunos de los usuarios más dependientes de ellas ya vienen con alguna "tara de fábrica". 



En realidad, con esta perífrasis me refería a la vulnerabilidad psicológica que tenemos cada uno de nosotros (y de la que se aprovechan las redes sociales). No se nace necesariamente con un perfil adicto, pero sí que esta predisposición de la persona se empieza a conformar desde muy temprano; prácticamente desde nuestro nacimiento. De hecho, la variable más decisiva en la ecuación de nuestras vidas, y en concreto, en la construcción de una personalidad sana y estable, no es otra que el vínculo de apego.

Si ya hablábamos de este vínculo en un post anterior (https://elanimalconsentido.blogspot.com/2023/03/las-personas-no-somos-unidad-somos.html), me parece interesante profundizar en él; en particular en esa vulnerabilidades que pueden poner en jaque nuestra salud mental, puesto que del estilo de apego que hayamos desarrollado desde la infancia (por que nunca dejamos de desarrollar este vínculo) depende nuestra estabilidad y fortaleza emocional.

Y es que el apego seguro es un superpoder. No es una garantía (no existe ninguna en la vida) pero es un factor protector determinante, puesto que gracias a la atención de sus cuidadores (padres y madres generalmente, aunque no únicamente), los menores que han podido desarrollarlo crecen confiados y seguros. La experiencia de disponibilidad del adulto así como la atención recibida, y con esto me refiero a saber que vamos a tener conexión con él/ella, que nos va a ayudar, que tenemos su reconocimiento y complicidad, genera en el menor el sentimiento de seguridad y confianza. De forma que estas experiencias, repetidas a los largo de los años, enseñarán al infante a confiar, a esperar.

Pero los niños/as que no tienen este tipo de apego (la mayoría, por cierto) por que no han tenido siempre la atención ni disponibilidad que necesitaban de sus cuidadores, o esta ha sido irregular (a veces sí, a veces no), muestran apegos evitativos/distantes, o ansisoso/ambivalentes, o directamente desorganizados. En cualquiera de estos casos, muestran una mayor vulnerabilidad en competencias personales tan significativas como:



-Regulación emocional: Los estilos de apego seguros fomentan una mejor capacidad para manejar emociones y enfrentar el estrés, mientras que los estilos inseguros (evitativo, ambivalente o desorganizado) pueden dificultar la regulación emocional, aumentando la vulnerabilidad a trastornos como la ansiedad o la depresión.

-Relaciones interpersonales: El apego temprano moldea cómo nos relacionamos con los demás. Por ejemplo, un apego seguro facilita relaciones saludables y de apoyo, mientras que un apego inseguro puede generar patrones de dependencia, evitación o conflicto en las relaciones adultas.

-Resiliencia ante adversidades: Las personas con apego seguro suelen tener una mayor capacidad para adaptarse a situaciones difíciles, mientras que los estilos inseguros pueden limitar esta resiliencia, aumentando el riesgo de desarrollar problemas de salud mental.

-Impacto en la autoestima: Un apego seguro fomenta una autoestima sólida, mientras que los estilos inseguros pueden generar inseguridades y autocrítica excesiva, afectando la percepción de uno mismo.




En cualquier caso, es importante resaltar que esta base que crea el apego temprano no determina de manera absoluta la estabilidad de nuestra personalidad ni nuestra salud mental. Afortunadamente, las estrategias de apego son adaptativas y contextuales. Los patrones de conducta y pensamiento son moldeables, y experiencias posteriores como la búsqueda de relaciones significativas o el trabajo de introspección y autoconocimiento o, en casos más severos, terapias específicas modifican estos patrones y promueven un bienestar emocional más saludable.

Recuerden, siempre hay potencial para el cambio.

lunes, 31 de marzo de 2025

95#. Kit básico de promoción de la Salud Mental

La OMS anticipa que en el año 2030 (que eso, como quien dice, está ya a la vuelta de la esquina) la primera causa de discapacidad de las personas estará asociada a la salud mental.




Sin menoscabo de las ventajas de la redes sociales para entretener y conectar a personas con intereses comunes, que desde aquí generen conciencia y así convertirse en una poderosa fuerza promotora de cambios sociales (como sucede con el cambio climático, la justicia racial o LGTBQ+), me temo que los inconvenientes no son nada desdeñables.

Esa comodidad de poder conectarse de inmediato es determinante. En cualquier momento y lugar podemos acceder al espacio virtual (curioso oxímoron), desconectándonos a su vez de la realidad. El hecho de que en ese estado no existan las coordenadas espaciotemporales facilita enórmemente que se amplíe el tiempo que los usuarios le dedican. Añádanle a eso que la identidad digital que cada usuario se construye (al seleccionar los mensajes que escribe, al elegir los documentos que edita o las fotos que sube a la red) muestra una versión idealizada de nosotros mismos, y entenderán el poder adictivo de las redes sociales.

En esa identidad digital se proyecta una imagen personal más favorecedora y deseable, más atractiva. Por que... ¿a quien no le gustaría ser más alto, más interesante, más guapo,...? Pues eso que no podemos cambiar en el mundo real, sí que podemos hacerlo en el digital. En realidad, esa deseabilidad no es más que un medio para lograr algo esencial para nuestra autoestima: la validación de los demás, que nuestros semejantes nos acepten, o como diría el poeta, para que nos quieran.

Una vez probado ese veneno es difícil resistirse y muy fácil que el individuo busque más del dulce sabor de la validación. Se convierte en problema cuando esa búsqueda se transforma en una carrera constante (y estresante) por mantener y mejorar esa imagen; y se agrava cuando entra en juego la comparación con los otros, puesto que las vidas "perfectas" que muestran nuestros semejantes pueden generar con rapidez sentimientos lesivos para nuestro yo (envidia, inseguridad, baja autoestima, etc.)




No me cabe ninguna duda de que el abuso de las redes sociales dispara el malestar psicológico de sus usuarios, alguno de los cuales, ya traería de serie algún déficit psicológico. Y aunque, como dije antes, estas redes también pueden usarse para iniciativas beneficiosas*, estoy convencido de que dañan más que reparan. Llámenlo corazonada; llámenlo intuición; pero el dato de que son empresas privadas (esto es, entidades con ánimo de lucro) ya debería hacernos recelar.

De manera que si queremos mantener una salud mental lo más saludable posible deberíamos disponer de un kit de básico para promoción (y protección) de nuestra salud mental que incluiría, al menos, las siguientes herramientas (recomendaciones):  

-PRECAUCIÓN: Mantenga las redes sociales a distancia.- En realidad sería más drástico: repúdielas y expúlselas de su vida. Pero teniendo en cuenta la digitalización de la sociedad, tampoco se puede vivir de espaldas a su existencia. De manera que la actitud más razonable me parece la de manejarlas con precaución, como los delincuentes de las películas antiguas manejaban la nitroglicerina. No se trata de ponerse guantes de latex y mascarillas FP2, pero sí de ser conscientes de potencial de adicción que tienen, y por tanto, si hay que consumirlas, hacerlo con precaución. Úselas para informarse, para contactar con otros, quizá para entrar en algún debate, pero no caiga en la trampa de discutir y enganchase en su espiral de emociones malsanas.

En los Facebook Files (publicados por el Wall Street Journal), la empresa Meta mostraba los resultados de estudios y auditorías internas sobre su propio funcionamiento, indicando que las redes sociales pueden acentuar alguno problemas mentales. Muy cortos se quedan esas conclusiones.

-PENSAMIENTO CRÍTICO: Nunca deje de desarrollarlo.- No se trata de desconfiar de todo ni llevar su suspicacia al extremo, pero sí de no creerse nada que no tenga una base sólida. Mejor dicho, de darle validez a lago de manera proporcional a la credibilidad de los argumentos que la sostienen. Se trata solo de pensar para tener conciencia; de reflexionar.



-RELACIONES SOCIALES: No deje de relacionarse con otras personas en el mundo real.- Buscamos de manera natural el contacto con otros; está en nuestra naturaleza. Al relacionarnos con otros desarrollamos de forma natural capacidades que nos fortalecen psicológicamente: la empatía, sentimiento de conexión, autoestima (sentirnos validados por los demás), etc. Este es uno de los antídotos más poderosos contra el efecto pernicioso de las redes sociales, que, al fin y al cabo, no dejan de ser un sucedáneo de las relaciones sociales reales

Como decía el grupo REM en aquella canción, una imitación de la vida, que no solo desvía nuestra atención de problemas que hemos de afrontar, sino que nos hace creer que podemos vivir sin resolverlos.


*  El proyecto STOP ("Suicide prevenTion in sOcial Platforms"), dirigido desde la UPF Barcelona School of Management  analiza las redes buscando patrones comunes entre personas con tendencias suicidas, depresivas y trastornos de la conducta alimentaria. Gracias a la información recabada se elaboró una campaña dirigida a usuarios anónimos que encajaban en estos perfiles. En estos casos, los usuarios podían ver anuncios con el Teléfono de la Esperanza o el Teléfono de Prevención del Suicidio, de apoyo emocional y gratuitos (activos 24/7). Se ejecutó durante 24 días y llegó a más de 660.000 personas de todo el territorio nacional, incrementando en más de un 60% el número de llamadas al Teléfono de la Esperanza provenientes de redes sociales, donde encontraron una ayuda que difícilmente hubieran podido obtener de otra manera


viernes, 28 de febrero de 2025

La desinformación es el veneno que mata la democracia

La desinformación, palabro de reciente cuño pero que se está convirtiendo en uno de los términos más usados en internet, se intuye malsano (quizá por las connotaciones negativas que suele tener el prefijo des-) pero no necesariamente nocivo, ni mucho menos catastrófico. Pero, fíjense, que estoy convencido de que es la piedra de toque que nos ha llevado a que, actualmente, el orden mundial esté patas arriba.




A partir del momento en que la información que un individuo recibe se puede segmentar, y esto es lo que sucede cuando la obtenemos del vasto universo de internet, el camino de la información se desdobla, abriéndosenos una nueva vía a la derecha.

Nadie obliga a nadie a tomarla, pero resulta que ese desvío no tiene mala pinta. De hecho es una alternativa bastante tentadora. En primer lugar, por ser de tan cómodo ingreso (si dispones de acceso a internet, ya se encargan las redes sociales y entes similares de hacerte fácil fácil la entrada), y en segundo lugar, por ser más atractiva (la cercanía emocional del formato de tú a tú supera con creces el vínculo que se puede crear con la lectura de noticias o el presentador de televisión clásicos). A esto habría que añadir, en algunos casos, la recompensante sensación de estar descubriendo un atajo, que encima parece más placentero y novedoso (explicado por el famoso sesgo de confirmación).

Mientras que la carretera convencional por la que circulamos es fiable y está verificada, la maravillosa autovía que se nos abre no ofrece ninguna prueba sobre su validez y confiabilidad. De hecho, nadie nos ha dicho que es esta vía tendrá un coste; un pago que realizaremos a cambio de permitirles que nos manipulen.




Pues esa es la autovía de la desinformación, entendida como la difusión de contenidos (datos, hechos, ideas,...) falsos o engañosos, compartidos deliberadamente y con la intención de engañar o confundir a los receptores.

En un mundo lleno, repleto, incluso desbordado, de información, es fundamental tener un mínimo de pensamiento crítico, para entender y utilizar los medios de manera efectiva. Aquí cobra todo su sentido el concepto de alfabetización mediática, que como pueden intuir, es la capacidad de crear y evaluar contenidos en los distintos medios de comunicación. Presupone identificar las fuentes de información fiables y objetivas así como valorar la credibilidad de la información concreta que estemos tratando.

Pero es más frecuente de lo que quisiera que no seamos conscientes de la diferencia entre información y opinión. La primera aporta contenidos objetivos, más o menos precisos, y sobre todo, verificables; ni que decir tiene que excluye juicios de valor o interpretaciones personales, puesto que su intención es la de describir la realidad de la manera más veraz posible. La opinión, sin embargo, incluye sobre todo, la valoración de los contenidos por parte del autor. Es una interpretación subjetiva, pero suele presentarse de manera que parece ser veraz y confiable, lo que la hace más difícil de detectar, pero ¡ojo!, no es información.

El problema sobreviene cuando creemos que estamos adquiriendo información y lo que nos están vendiendo es opinión.




Si el proyectil de la opinión lo cargamos en el arma de las redes sociales, encontramos el mecanismo perfecto para la disparar la desinformación. Puesto que las redes sociales son asequibles, accesibles, entretenidas y, además, gratuitas. Nada ni nadie nos asegura que la información que nos provean sea cierta o esté, al menos, contrastada, y si las usamos sin capacidad crítica, estamos internándonos en el ecosistema ideal en que prosperan narrativas populistas. Muy parecidas a la realidad, pero están sesgadas, cargadas de la retorcida intención de cambiar nuestra percepción del mundo y la sociedad, por sutilmente que lo hagan.

Y así hemos llegado al punto en que nos hallamos. Los líderes autoritarios no solo se están organizando para convencernos con sus fake news, sino que lo están consiguiendo. Ya estamos viendo la arbitrariedad con que están actuando los populistas más poderosos. Inmiscuyéndose en la política de otros países (para sacar su propio beneficio), amenazando con anexionarse territorios con el único argumento de ser más fuerte, tergiversando descaradamente los hechos (Trump acusa a Ucrania de haber iniciado la guerra con Rusia). De hecho, hoy me he despertado con la noticia de que uno de los tipos más ricos del planeta, y propietario de un reputado medio de información (Washington Post), ha ordenado que en su periódico solo se hable de los temas que a él le interesan (las libertades personales y el libre mercado).

Comprobaremos que las soluciones rápidas y fáciles que proponen son injustas y desequilibradas. Pero sobre todo, descubriremos que los ciudadanos les votaron por entender que eran la mejor opción para defender los intereses públicos, cuando en realidad solo defienden un único interés: el suyo.

Va a ser que Nostradamus solo era un pensador enrevesado. Día tras días se nos confirma que el auténtico visionario y profeta era George Orwell.




jueves, 30 de enero de 2025

Malos tiempos para las democracias

 

El ascenso de los autoritarismos en los gobiernos europeos ya era ser más que preocupante hasta que las elecciones estadounidenses, país abanderado de la lucha por las libertades y derechos ciudadanos, además de defensor incondicional de la democracia como sistema político, ha señalado como presidente del país a un déspota.




Desde el fin de la segunda guerra mundial, el camino recorrido por las democracias occidentales para alcanzar estas conquistas sociales ha sido constante, aunque lento y accidentado. Formaba parte del espíritu de reconstrucción de la época, apostando por el progreso de la sociedad, con el que todos nos congratulábamos. Una aspiración legítima dirigida a alcanzar mayores cotas de bienestar, y en general, de humanidad.

Pero esta inspiración, desde hace años, parece estar dejando de serlo. Desde principios de este siglo podemos observar un serio deterioro, indicativo (me temo) de que hemos dejado de creer en aquel  magnánimo sueño. Y no puedo dejar de preguntarme... ¿por qué los ciudadanos han empezado a votar a déspotas y lideres autoritarios?

Quizá la principal causa, por obvia, sea la crisis económica. Que dicho sea de paso no debíamos denominarla "crisis", por que en realidad es un elemento constitutivo, forma parte del funcionamiento del sistema económico capitalista, pero es innegable su relevancia. Las dificultades económicas además de las desigualdades sociales y falta de oportunidades, han generado un creciente descontento social que provoca el descreimiento en el sistema democrático si este no sirve para mejorar sus condiciones básicas de vida.

La inmigración, y la interpretación como amenaza por parte de las comunidades acogedoras, sería otra causa sustancial. El temor a la disolución de identidad no aparece tan central cómo la inseguridad y pérdida de recursos que supone la llegada de inmigrantes.

Pero por otra parte, la polarización política, que presupone denostar la característica fundacional de cualquier democracia (que no es otra el diálogo, el entendimiento, la negociación, alcanzar acuerdos...) se traslada a los individuos. Jaleados y enardecidos por los propios políticos, empiezan a ser usados como tropas de infantería en el frente, generando una crispación social que aboca al enfrentamiento ideológico descarnado entre ciudadanos.

Esta ficha del dominó que cae tumba a la siguiente. El debilitamiento de las instituciones democráticas, que se muestran inoperantes (en el mejor de los casos), origina una creciente falta de confianza de la ciudadanía en los partidos políticos y parlamentos, y junto con ellos, también en la credibilidad de los medios de comunicación tradicionales. El resultado es una erosión inédita en la legitimidad de la democracia.

Seguro que hay más factores a valorar, y no soy experto ni entiendo demasiado de geopolítica, pero tengo ojos y cierta capacidad crítica. Al menos la suficiente para ser capaz de observar estos indicios y ser capaz de elaborar una hipótesis sólida: nuestras democracias están al borde del precipicio.




Por que todos estos ingredientes conforman el caldo de cultivo propicio para que líderes políticos populistas logren relevancia y apoyo social. Proponiendo soluciones simples y rápidas, convencen al electorado en base a esa necesidad de orden y seguridad que todos tenemos, pero que todos sabemos que no son soluciones factibles. Quizá basados en la misma esperanza que tenemos cuando compramos un décimo de lotería, prefieren votar un cambio, aunque se pueda anticipar que no va a ser la panacea (ni mucho menos).

Llegamos, pues, al insidioso nacimiento de los populismos que mencioné al principio. Proponiendo argumentos racistas y xenófobos, resaltando el amor patrio o nacionalismos, empiezan a copar el poder para centralizarlo. 



¿Qué esperar a partir de aquí? Pues siguiendo el (inexorable) axioma de que la historia se repite, veremos como se resentirá el estado de derecho y agonizarán las democracias. La corrupción y el nepotismo aumentarán y no será precisamente para reducir las desigualdades sociales o cubrir las carencias de la población.

La falta de mecanismos de control, por que libertad de prensa y de expresión se verán seriamente restringida, incidirá directamente en la supresión de la oposición política y manipulación de elecciones, con lo que finalmente, tendrán el camino expedito para desarticular los derechos y libertades individuales y sociales conquistadas.

Este crecimiento de los autoritarismos sería menos inquietante si su peso no fuera excesivo. Pero, héteme aquí que llegan las elecciones americanas y la Casa Blanca cae en manos de un populista.

De golpe y porrazo, un delincuente se alza con el poder de EEUU, y su adversaria, fiscal del Estado de profesión, pierde las elecciones. 

Derrota por KO.

Capone gana a Elliot Ness. 

Sin más, Superman se nos ha convertido en Lex Luthor.