Supongo que esa irritación que se palpa en el ambiente no les será ajena. Me refiero a ese clima que no termina de definirse pero que se siente, y no precisamente para bien, que nos hace preguntarnos: ¿Qué está pasando? ¿Por qué todo el mundo está enojado?
En primer lugar, hay que aclarar que estamos hablando de una percepción, y con esto quiero incidir en el hecho de que no se puede afirmar positiva y categóricamente que todos los ciudadanos de este país estén enojados.
Pero si ahondamos un poco en las causas de este malestar (que ya anticipaba con acierto Freud), no podemos extrañarnos de que así sea.
El primer motivo sería la desigualdad social: Cada vez más personas opinan que no tienen las misma oportunidades que otras, o piensan que la justicia social brilla por su ausencia (discriminación por raza, género, orientación sexual, o clase social,..) o que no tienen trabajo, o que lo tienen pero se sienten esclavizados y/o no les permite vivir de acuerdo a las expectativas que se habían hecho (en muchos casos quizá por que esas expectativas se han exagerado por encima de las posibilidades reales).
El problema es que esta desigualdad es inherente al sistema neoliberal en que vivimos, de la misma manera que la represión de los instintos individuales lo era en el "Malestar en la cultura", y además se generaliza a todos los ámbitos (económico, social, jurídico,...). El ascensor social que equilibró la balanza en los albores e inicio de la democracia se ha roto. La ciudadanía percibe que el sistema no les apoya y que por muchas políticas gubernamentales que se prometan, dicten y ejecuten, los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez son más pobres. Y todo esto, sin mencionar el riesgo palpable de perder los derechos y libertades, avances culturales y sociales conquistados hasta ahora.
Todo esto genera un sentimiento de impotencia, de falta de control sobre nuestras propias vidas y entorno cercano; y si hay algo que el ser humano lleva mal es la incertidumbre sobre cuestiones vitales. La consecuencia es un estrés que genera irritación, enfado e ira.
Sin embargo, lo que no recuerdo que viera venir el bueno de Freud fue el factor mass media. Me refiero a que si a este malestar se le conectar el efecto amplificador que tienen los medios de comunicación, haciendo que cuestiones particulares resuenen a todas horas por todos lados, creando la sensación de que esa injusticia es global, la sensación de malestar crece de manera desproporcionada.
Los medios de comunicación resaltan las novedades, las noticias; y de estas, las que más atraen la atención son las negativas, puesto que apelan directamente a nuestras emociones más básicas: el odio y el miedo. Comprobar esto es tan simple como echar un vistazo a cualquier telediario de cualquier canal de televisión de cualquier país desarrollado, y simplemente comparen el número de noticias negativas sobre el de noticias positivas: ganan por goleada.
Finalmente, el remate llega con la viene con la eclosión de las redes sociales. Una inmensa plaza pública, un ágora indefinida, en donde quien quiera puede opinar. Cualquier individuo puede decir lo que quiera de forma anónima, y amparados en el anonimato, se comparan constantemente con los demás, insultan impunemente a quien les parece, y reescriben la historia a su antojo. Pero dar rienda suelta a todas sus frustraciones y desengaños, no solo no no resuelve nada, sino que añade más leña al fuego.
Pues bien, lejos de todos estos argumentos, hay un factor que pasa desapercibido pero que, en mi opinión, está a la base de todo: la atomización de la sociedad.
Me refiero a la fragmentación y aislamiento de los individuos dentro de su comunidad, en virtud de la cual las personas se sienten aisladas y desconectadas de sus iguales. Esta perdida de cohesión social promueve la sensación de soledad y desconexión, lo que a su vez provoca que sean más vulnerables y menos capaces de resolver las injusticias que perciben en su entorno. Henchidos de frustración, sin una red de apoyo ni la capacidad de unirse y organizarse para reclamar lo que necesitan, el individuo es presa fácil de discursos populistas, de encantadores de serpientes, comerciantes de pócimas mágicas, que prometen soluciones fáciles a problemas complejos.
Llegamos, así, al momento actual, en donde vendedores de humo impensables en otra época, (como el mismo Trump en Estados Unidos) son votados en masa por individuos desesperados, sin saber que todo lo que les han prometido no son sino falacias para lograr hacerse con el poder.
Dios nos pille confesados!