miércoles, 4 de diciembre de 2019

50#. ¿Somos narradores o protagonistas del relato de nuestra propia vida?

Imagina que tu vida es una novela. Aunque el símil no sea un alarde de originalidad, resulta más que pertinente en este caso, puesto que la facultad narrativa nos define como humanos. Lo narrativo es la forma natural de organizar nuestros pensamientos y creencias, nuestras ideas y convicciones. Tal y como afirma Óscar Vilarroya, "el relato es la estructura mental que utilizamos las personas para explicar lo que nos sucede". 
 



Considera este neurólogo que el objetivo de nuestro cerebro es "construir un relato que consiga dar sentido a lo que vivimos de manera verosímil, razonable y efectiva". Y estas tres características son las que constituyen la base de un buen relato.


Volviendo al símil, creo que todo el mundo convendría conmigo que cada persona es la protagonista de la novela de su vida... o así debería ser. Como su nombre indica, el personaje principal es fundamental en la narración puesto que lleva la acción y vertebra el relato. Pero hay otro sujeto, no menos crucial, que en ocasiones pasa más desapercibido de lo que debiera: el narrador.


El narrador es un personaje ficticio, una figura hecha de palabras, esa voz (nunca un vocablo fue tan preciso) creada por el autor para relatar lo que acontece y describir lo que percibe. Es el nexo de unión entre los sucesos y el receptor, y es necesario. Sucede que el narrador es consustancial al relato. No solo somos los narradores de la novela de nuestra existencia, sino que estamos condenados a ello.  


Cada persona escribe la novela de su vida, lo quiera o no, pero esto no implica necesariamente que juegue el papel de narrador-protagonista. Aquí, narrador y personaje principal coinciden, hablando de nosotros mismos, contando lo que acontece (dentro y fuera), pero no destinándolo a un lector desconocido sino a nosotros mismos.

No obstante, me encuentro con frecuencia individuos que son más bien narradores-testigo, esto es, personajes que observan los sucesos de sus vidas pero que apenas cuentan en ella porque no se sienten protagonistas. Perfectamente pueden haber cedido el papel principal de su existencia a otras figuras influyentes de su entorno: un esposo/a al que nos subyugamos, un familiar al que concedemos poder decidir sobre nosotros, incluso un trabajo al que prestamos demasiado esfuerzo y tiempo, quizá sin darnos cuenta. En definitiva, algo a lo que nos supeditamos y de lo que dependemos.
 



Me interesa recalcar esta dualidad propia de la literatura. En la vida real no suele ser tan reconocible que yo soy la persona que actúa y lleva la acción (protagonista) pero que, a la vez, me cuento aquello que me sucede (narrador). Distinguir ambos sujetos tiene una implicación más que determinante: podemos vernos en perspectiva. Eso significa poder darnos cuenta de que no somos lo que pensamos ni lo que hacemos, aunque efectivamente nuestros pensamientos y acciones surjan de nosotros y formen parte nuestra. Recordemos que en una novela el narrador genera el efecto de contarse la historia a sí mismo, como si se tratara de un yo desdoblado. Disponer de ese enfoque, tomar esa distancia de nosotros mismos, es un hecho que facilita sobremanera poder observarnos, valorarnos y actuar en consecuencia. 
 


Todos hemos tenido una experiencia similar a la siguiente: Un buen día me levanto y me siento triste, o me encuentro nervioso; la emoción me embarga, tiñendo mis experiencias, sentimientos y pensamientos. Lo más habitual es que me deje llevar por dicho estado y aumente mi desánimo arrastrarme su inercia. Lo que está ocurriendo en este momento es que no estoy distinguiendo entre narrador y personaje principal de mi relato. Estoy confundiéndolos, puesto que ambos se han fusionados en uno solo. Pero, ¿alguna vez nos hemos detenido en ese preciso instante para observar qué es lo que realmente está sucediendo dentro nosotros mismos? 
 



Será difícil que la tristeza o el nerviosismo desaparezca con un truco tan simple, sin embargo, sí puede tener otros efectos nada desdeñables. Aún sin dejar de sentirme mal, puedo poner en marcha mi espíritu crítico y analizar el interior del personaje principal. Puedo buscar causas y consecuencias de mi situación, puedo establecer relaciones, puedo hipotetizar. El narrador se despega del personaje principal y comienza a idear

Puedo generar alternativas de respuesta y proponer alguna solución; las pondré en marcha o no, pero estoy afrontando. Puedo pensar que esa emoción pasará, como tantas otras veces; argumentarme que mañana será un nuevo día y con él cambiará dicho estado o centrar mi atención un distractor que realmente me motive. El narrador actúa y ayuda, dialogando, conversando con el personaje principal, que no se siente amedrentado, ni desmotivado. No piensa que esté loco. 

Este es el quid de la cuestión: podemos hablarnos de nosotros mismos como nos hablamos de todas las cosas que conforman nuestra vida, como nos contamos todo lo que nos suceden en nuestro devenir cotidiano. Y esto marca una diferencia fundamental. Nos permite ser consciente de nosotros mismos, y a partir de este hecho, nace todo. 

 

viernes, 1 de noviembre de 2019

49#. La curiosidad, el ingrediente olvidado de la felicidad.

El impulso o interés por cuestionarnos la vida y los elementos que contiene, nos viene de serie en el equipamiento de los mamíferos superiores. Ese intenso deseo y motivación por explorar es algo inherente a la naturaleza humana, y posee un valor evolutivo: Ha sido el motor que nos permitió resolver los problemas de supervivencia desde nuestros inicios y nos facilitó prosperar como especie. La curiosidad es la precursora del aprendizaje y el crecimiento personal, y por extensión, del dominio personal. Es por ello que cuesta entender que se le haya prestado tan poca atención desde la psicología hasta los últimos tiempos.


La curiosidad es el paradigma de la motivación intrínseca del ser humano. Encontramos gratificación en el hecho mismo, en el proceso de realizar la actividad, independientemente del resultado, porque lo recompensante es el proceso en sí. No solo es el revulsivo que nos permite conocer como funcionan las cosas en nuestro mundo (en el externo, pero también en el interno), sino que nuestro cerebro es más feliz cuando somos curiosos. Un cerebro activo es un cerebro feliz, y el de las personas curiosas disfruta del hecho de cuestionarse y encontrar respuestas, del acto de aprender. Una de las mejores maneras de sentirse vivo es implicarse en actividades que supongan un reto, y en el caso de la curiosidad, para explorar, plantear y resolver no necesitamos material especializado, ni depender de recursos externos escasos, ni desembolso económico alguno. Nuestro cerebro dispone del mecanismo completo para desarrollarla de manera autónoma, sin depender de nada más.

De hecho, Seligman la considera un rasgo psicológico positivo (hablamos de ser curioso, no entrometido ni cotilla) y una de las 5 fortalezas humanas que más correlacionan con la felicidad y la sensación de plenitud. Las personas que muestran más curiosidad experimentan mayores niveles de satisfacción en la vida que el resto. Los menos curiosos obtienen más de las actividades placenteras, esto es, actividades hedonistas. Pero las el hedonismo tiene un gran inconveniente: se satura. Cuando nos atiborramos de beber, de sexo o acabamos con nuestra tarrina de un kilo de helado de chocolate frente al televisor, nos saciamos. Y todos hemos tenido la experiencia de que consumir más, lejos de satisfacernos, resulta fatigoso y hasta repulsiva (además de no tener sentido). En este sentido, la curiosidad está exenta de este inconveniente. Es como la energía proveniente de la fisión nuclear: virtualmente ilimitada.


Desde esta perspectiva, se convierte en una candidata adecuada (ideal, en mi opinión) para convertirse en el motor de una vida satisfactoria, de una vida plena. O al menos, en uno de los motores que contribuyan a ello. Y los datos (según Todd Kashdan y colaboradores, de la George Mason University) lo corroboran: las personas curiosas le encuentran un mayor significado a la vida.

«Si estas vivo, respiras.
Si respiras, hablas.
Si hablas, preguntas.
Si preguntas, piensas.
Si piensas, buscas.
Si buscas, experimentas.
Si experimentas, aprendes.
Si aprendes, creces.
Si creces, deseas.
Si deseas, encuentras.
Si encuentras, dudas.
Si dudas, preguntas.
Si preguntas, entiendes.
Si entiendes, sabes.
Si sabes, quieres saber mas,
y si quieres saber más, es que estás vivo».

Si disponen de unos minutos, no duden en ver y disfrutar este spot.
National Geographic Chanel -Live curious https://youtu.be/4qwA5fUh3hA
Absolutamente inspirador.


martes, 1 de octubre de 2019

48#. EL concepto de FELICIDAD es una ficción (aunque hay ficciones muy inspiradoras)

El concepto de felicidad, manido, estrujado y comercializado hasta la saciedad, es una abstracción. Se trata básicamente de una ficción. Sin ofrecer más aclaración, podría parecer que lo acuso de nimio o insustancial, pero no se confundan: vivimos en un mundo de ficciones. 




La primera sugerencia que la noción les traerá a la mente será relativa a alguna categoría del cine o la literatura. Y algo de eso tiene, por que las ficciones son relatos que nos contamos y nos creemos puesto que nos protegen del miedo y la incertidumbre. Miren alrededor suya, en nuestro entorno cercano, y descubrirán que estamos rodeados de ficciones de lo más variadas. Conceptos tan familiares como patria, libertad, democracia no son entidades tangibles ni palpables, sino un acuerdo, una convención que usamos para organizar y ordenar nuestra realidad. El dinero es una ficción y las leyes también. Hace siglos la esclavitud se entendía como normal; hoy entendemos que lo normal es la igualdad de los seres humanos. Cuando sobrevolamos la frontera entre dos países no vemos una raya discontinua separándolos; esa frontera que aprendimos en el colegio es artificial, es una invención consensuada. No obstante, como dice Juan José Millás, el hombre no puede vivir sin ficciones.



La felicidad parte de un hecho real, la experiencia (que todos conocemos) de haber satisfecho una necesidad. Pero si se extrae esta experiencia de su contexto y la reubicamos en mundo simbólico, podemos manipularla; bien ampliándola o perfeccionándola, bien deformándola o tergiversándola. Si yo diseño una casa en mi aplicación informática Photoshop, puedo modificarla a placer. Si soy diestro con el programa, puedo conseguir que parezca bastante real. No solo eso, incluso más atractiva o espectacular que ninguna otra casa de verdad. Pero no está materializada ni es terrenal; no es verdadera. Esta misma impresión me da el concepto comercial de felicidad.




Parto de la base de que el ser humano no está diseñado para la felicidad, puesto que eso supondría un riesgo para nuestra supervivencia (y no pierdan de vista que este es el objetivo esencial e inapelable de nuestro cerebro; no buscar la alegría, el placer o la verdad). Es una ficción intentar alcanzar un estado de felicidad sostenida e inmutable en el tiempo, a pesar de los millones de euros que mueve anualmente este nicho de mercado. No obstante, opino que eso no inhabilita la noción para tomarla como ideal al que tender. Me parece completamente legítimo intentar sentirse lo mejor posible en la vida, eso sí, observando nuestras limitaciones como especie, y sin hacer trampas, como recurrir al consumo de drogas (sean estas sustancias o ideologías).



Al saciar nuestras necesidades alcanzamos el estado de homeostasis. Tenemos suficiente con cubrir dicha carencia, pero podemos intentar ir un poco más allá. Podemos tratar de potenciar las facultades de las que nos valemos (como herramientas) para satisfacerlas, y que por otra parte, nos definen como especie. 




Igual no tengo que estar todo el día patullando por la selva para cazar a mis presas y saciar mi hambre. Pero ya que dispongo de un potencial innato como es la actividad física, ¿por qué no aprovecharlo? Nuestros ancestros debían patearse mucha pradera para sobrevivir, cuando nosotros solo necesitemos llegarnos al mercado más cercano. Y sin embargo, todos los especialistas médicos insisten en la importancia del caminar para nuestra salud, recomendándonos la meta de recorrer 10.000 pasos diarios (al cambio, algo más de 8 kilómetros).
Es posible que a lo largo del día no necesitemos relacionarnos con muchos individuos, pero el trato con personas nos es intrínsecamente gratificante, de manera, que ¿por qué no sacar partido de nuestra naturaleza social ampliando nuestro círculo de amistades? 
Quizá no tengamos que estrujarnos el cerebro en exceso para cumplir con nuestras obligaciones y compromisos cotidianos, pero dado nuestra capacidad mental ¿por qué no aprovecharla para cultivarla y progresar su vertiente artística, racional o espiritual?



En definitiva, la tesis que defiendo es que lo más parecido al concepto de felicidad (al menos que yo conozca) tiene que ver con el proceso de promover y desarrollar nuestras potencialidades como seres vivos, de ejercitar al máximo nuestras capacidades o destrezas, ya sean las físicas, psicológicas, sociales o emocionales.




Hay personas que se entregan al deporte, los hay que lo hacen a una actividad artística y quienes dedican su vida a los demás. Individuos que viven para participar en carreras de ultraresistencia, que dedican su vida a pintar graffitis en las paredes urbanas y quien se larga a un país perdido para colaborar con una ONG. En no pocos casos, esa actividad tan consustancial a su persona les permite ocuparse en algo que entienden como valioso y les hace sentirse plenos. Algunos lo identifican con el sentido de la vida.

lunes, 8 de julio de 2019

Traumas, esos es lo que somos, nuestros traumas (Albert Espinosa)

Me despido de ustedes, apreciados lectores, durante los meses estivales. Antes de ello, aprovecho este impass, para agradecer su interés por estas páginas, algo que ciertamente debería hacer más a menudo.

Igualmente quisiera despedirme intentando dejar un mejor sabor de boca del que probablemente les haya quedado tras la últimas entradas a este blog. No movido por un ánimo buenista, ni siquiera por simple cortesía, sino para resaltar que la moneda del trauma tiene otra cara de la que hay que ser consciente. 


Si bien el trauma psicológico es una mazazo, devastador en ocasiones, sobre el acristalado espejo de nuestra personalidad, tras el impacto, esta no tiene porqué haberse despedazado ni tiene porqué haberse desmoronado. Las fracturas serán de variada consideración: quizá solo unas pocas, bien delimitadas, o puede que muchas y ramificadas; algunas de hondo alcance y otras más superficiales; abarcando diversas dimensiones de nuestra persona, o,con suerte, solo afecten a alguna.

Pero recuerden que no todos los cristales son frágiles. Algunos son más resistentes que otros, e incluso los hay con propiedades flexibles (como los protectores de pantalla de los nuevos teléfonos móviles). En cualquier caso, el punto crítico es el grado en que nos afecte e interfiera en nuestra vida. Por descontado que los efectos psicológicos, somáticos o emocionales que sufriremos serán dolorosos, posiblemente limitantes, incluso incapacitantes; pero hay esperanza.

Sí, hay esperanza. Pero hay que saber interpretar este término, por que no hablo de la pueril expectativa de creer que podemos volver a lo que antes fue nuestra vida normal. Una creencia así solo puede deparar frustración y desengaño. El quid de la cuestión está en asumir la vida, como quiera que nos halla quedado, y aceptar nuestras circunstancias de la manera más realista. 


Hay personas que tras sufrir una depresión mayor logran superarla y volver a un estado asimilable a lo que fue anteriormente su vida (aquella normalidad). No obstante, otras personas pueden sufrir esquizofrenia y la intervención (psicoterapia+farmacoterapia) les permitirá llevar una vida funcional, en muchas ocasiones bastante aceptable. No, no lograrán volver a "las cosas tal y como fueron antes", pero pueden convivir con su trastorno. Enfrentarse a él, aceptar su condición, y tratar de llevar una vida que merezca la pena ser vivida.

La persona traumatizada debe utilizar todos los recursos a su alcance para minimizar los efectos traumáticos que le angustian. Y aquí me estoy refiriendo tanto a los recursos psicoterapéuticos como a las prescripciones del especialista médico, pero también a aquellos no tan usuales, menos "oficiales" (acupuntura, teatro, baile, yoga etc...), siempre que cumplan la condición de ayudarle a entender mejor sus síntomas y aprender a lidiar con ellos; a soportar su presencia y empezar a asumirlos. Aceptarlos de la misma forma que el cojo ha de admitir que no volverá a tener pierna nunca más o el cadiópata que su corazón tiene unas limitaciones que no puede obviar.


Como diría Albert Espinosa, todo un experto en soportar adversidades: "Traumas de la infancia, al fin y al cabo, eso es lo que somos cada uno de nosotros, traumas de la infancia".

domingo, 16 de junio de 2019

CITA -Sin imaginación no hay metas, no hay esperanza, no hay futuro (Van der Kolk)

A través de las pruebas del Rorscharch aprendimos que la gente traumatizada tiende a superponer su trauma a todo lo que le rodea y que le cuesta descifrar lo que sucede a su alrededor. Aprendimos que el trauma afecta a la imaginación. Los cinco hombres (víctimas de trauma de guerra) que no veían nada en las manchas de tinta del test habían perdido la capacidad de jugar con su mente (...).


La imaginación es absolutamente crítica para nuestra calidad de vida. Nuestra imaginación nos permite evadirnos de nuestras existencia diaria rutinaria al fantasear con viajar, comer, el sexo, enamorarnos o tener la última palabra; todas las cosas que hacen que la vida sea interesante. La imaginación nos da la oportunidad de contemplar nuevas posibilidades; es una plataforma de lanzamiento esencial para que nuestras esperanzas se hagan realidad. Enciende nuestra creatividad, mitiga el aburrimiento, alivia nuestro dolor, mejora nuestro placer y enriquece nuestras relaciones más íntimas.

Cuando las personas se ven arrastradas constante y compulsivamente al pasado, a la última vez en que sintieron una implicación intensa y unas emociones profundas, sufren una falta de imaginación, una perdida de flexibilidad mental. Sin imaginación no hay esperanza, no hay posibilidad de contemplar un futuro mejor, no hay sitio adonde ir, no hay objetivo que alcanzar.


Las pruebas de Rorscharch también nos enseñaron que las personas traumatizadas miran el mundo de un modo fundamentalmente diferente al resto de las personas. Para la mayoría de nosotros, un hombre bajando por la calle es simplemente alguien dando un paseo. Una víctima de una violación, sin embargo, verá a una persona que va a abusar de ella y le entrará el pánico. Un maestro severo puede ser una presencia intimidante para un niño normal, pero par aun niño cuyo padre le pega puede representar un torturados y provocarle una ataque de ira o dejarle encogido de miedo en un rincón.
"El cuerpo lleva la cuenta" (2015)
Bessel Van der Kolk

sábado, 1 de junio de 2019

47#. El trauma merma nuestro mejor antídoto: la imaginación.

La imaginación es un atributo intrínsecamente humano, y decididamente crítico en nuestras vidas. No para poder sobrevivir, obviamente, pero determinante a la hora de aportar cualidad humana a nuestra existencia. Es posible que suene ampuloso (y algo vago, también) decir que es la capacidad más extraordinaria que poseemos, pero gracias a la imaginación podemos traer al espacio abstracto de nuestra mente todo aquello que no está disponible en el mundo real en un momento concreto. 
 




Con la imaginación superamos nuestra realidad para dejar de estar limitados al aquí y el ahora, permitiéndonos la facultad de trabajar (eso sí, virtualmente, en nuestro cerebro) con elementos que no están presentes. Piénsenlo con algo de detenimiento: con la imaginación podemos revivir el pasado, ponernos en el lugar de otra persona y empatizar con ella, o ser capaces de anticipar el futuro al prever las distintas posibilidades que nos ofrece. Anticiparnos, reflexionar, especular, conjeturar, hacer suposiciones y adoptar distintos puntos de vista. ¿Es, o no es esto, un superpoder?



Damos por supuesto que esta ventaja la poseen todas las personas, pero no es tan así. Existe un escaso tanto por ciento de individuos que nacen sin esta capacidad (afantasia) y, sobre todo, un número incalculable de personas traumatizadas que ven la vida de una manera esencialmente diferente a como la contemplamos los demás. En post anteriores hemos hablado de algunos de estos trastornos, entre ellos, que el trauma merma la capacidad de imaginación de las víctimas. En concreto, tienen la tendencia a imponer rígidamente su trauma en la interpretación que hacen del mundo, de manera que encuentran problemas para traducir los indicios de la realidad, para atribuir significados, específicos y objetivos, a lo que sucede en su vida. 
 



Si no disponemos de la capacidad de usar con flexibilidad nuestra mente, si no podemos imaginar, nos vemos privados de esta poderosa herramienta. La imaginación, al ser usada para exponernos al evento traumático, permite romper la asociación entre el estímulo y la respuesta emocional condicionada, lo que promueve la disminución de síntomas. Al repetir este ejercicio en nuestra mente, los afectados pueden aprender a tener control sobre su ansiedad y desesperanza, entendiendo que exponerse a dicha situación no conducirá ineludiblemente a la amenaza temida.



A través de la imaginación podemos construir formas de representar nuestra realidad que la hacen más comprensible. Tengamos en cuenta que poder entender, percibir y contarnos el mundo como un algo coherente nos proporciona una seguridad imprescindible. Esto mismo puede suceder cuando lo aplicamos a nuestras heridas emocionales, al narrarnos los hechos que las provocaron. Reconstruir un recuerdo provoca cambios en nuestro discurso según la forma en que nos lo relatemos, y por tanto, modificar también la emoción que nos suscita

 

En la expresión del mundo íntimo encontramos una vía para mejorar el control emocional, que no consiste en eludir u olvidar el evento traumático, ni tampoco de edulcorarlo o negarlo. Más allá de escapar de él, la persona lo tiene presente porque explica muchas de sus actitudes o comportamientos (en ocasiones, incluso lo explota a través del arte, siendo capaz de comunicar estados emocionales), pero tratando de normalizar la convivencia con esa memoria e integrándola en su bagaje de vida.

miércoles, 15 de mayo de 2019

CITA: Cómo se siente el trauma por dentro. (William James)

Sigo sufriendo constantemente (dice ella): no tengo un momento de reposo, ni ninguna sensación humana. Rodeada de todo lo que puede hacer la vida feliz y agradable, todavía me falta la facultad de disfrutar y de sentir —ambas se han convertido en imposibilidades físicas—. En todo, incluso en la más tiernas caricias de mis hijos, encuentro solo amargura. Los colmo de besos, pero hay algo entre sus labios y los míos, y esa algo horrible está entre yo y todos los disfrutes de la vida. 




Mi existencia es incompleta.Las funciones y actos de la vida ordinaria, es cierto, todavía siguen existiendo para mí, pero en todos ellos me falta algo es decir, el sentimiento que es propio de ellos y el placer que les sigue—. Cada uno de mis sentidos, cada parte de mi propio yo es como si estuviera separada de mí y ya no pudiera proporcionarme ningún sentimiento. Esta imposibilidad parece depender de un vacío que siento en la parte de delante de la cabeza y deberse a la disminución de la sensibilidad por toda la superficie de mi cuerpo, porque me parece que nunca alcanzo realmente los objetos que toco (...).




Todo esto sería un problema sin importancia, pero su horrible resultado, que es el de la imposibilidad de cualquier otro tipo de sentimiento y de cualquier clase de disfrute, aunque experimento una necesidad y un deseo de ellos, está haciendo de mi vida una incomprensible tortura. 

Todas las funciones, todas las acciones de mi vida siguen existiendo, pero privadas del sentimiento que les pertenece, del disfrute que debería seguirse de ellas. Tengo los pies fríos, me los caliento, pero no obtengo ningún placer con el calor. Reconozco el sabor de todo lo que como, sin sacar ningún placer de ello... Mis hijos están creciendo guapos y sanos, todo el mundo me lo dice, yo lo veo por mí misma, pero el deleite, el descanso interior que debería sentir, no puedo conseguirlo. La música ha perdido todo su encanto para mí: yo solía adorarla. Mi hija toca muy bien, pero para mí no es más que ruido. Ese vivo interés que hace un año convertía en un un concierto delicioso la más pequeña melodía que tocara con sus dedos —esa emoción, esa vibración general que me hacía derramar lágrimas de ternura—, todo eso ya no existe.



Artículo:"¿Qué es una emoción?"

William James (1884)

jueves, 2 de mayo de 2019

46#. Lo peor del trauma no es lo más evidente.

Cuando mencionamos el concepto de trauma psicológico se nos vienen a la mente una serie de síntomas bastante amenazadores y nada gratos: ansiedad o angustia, irritabilidad, falta de concentración, arrebatos emocionales, reacciones disociativas, flashbasck y/o pesadillas, etc. Uno de los síntomas más inhumanos, a pesar de su sutileza, y en mi opinión el más devastador, suele pasar desapercibido entre los anteriores. Me refiero a la insensibilidad a la vida; a la terrible condena de no poder disfrutar de la experiencia vital. 



Por comparación, y así, al pronto, no parece un efecto particularmente cruel. Desde luego, nada lacerante, y podría pensarse en él como una consecuencia casi neutral del trauma. El agua, de por sí, tampoco lo es, pero piensen en la tortura china de la gota de agua: una gota cayendo sobre su frente cada cinco segundos; una tras otra, sin prisa pero sin pausa: minuto a minuto, hora tras hora... O piensen en la tortura blanca. No aparenta ser una restricción demasiado seria que se nos prive de dormir, pero con el paso de los días se sufren problemas cognitivos, estados confusionales, afecciones del estado de ánimo, alucinaciones, entre otros (no en vano ha sido una técnica usada con los prisioneros tras el 11-S, ha reconocido por la CIA).



Mis amigos me etiquetan con frecuencia de disfrutón, palabra que no recoge el diccionario de la RAE, pero que me parece bastante descriptiva: intento sacarle partido a las oportunidades que ofrece la vida y trato de maximizar esa gratificación o placer. Saber disfrutar de las cosas, ser capaz de saborear la vida, es una capacidad a la que no se le presta atención, que, de hecho, considero que está infravalorada. Damos por supuesto que todo el mundo puede disfrutar de las cosas buenas de la vida. 




Pero no.

No es así.

No todas las personas pueden disfrutar de la vida.

Algunas víctimas de traumas psicológicos, en su lucha interna por evitar esas torturantes reminiscencias de la agresión, tratando de desahuciar a ese inexorable enemigo, prueban con las tretas o estrategias que tienen disponibles: abuso del alcohol o cualquier otro tipo de drogas (incluyendo psicofármacos), implicarse en actividades de riesgo, sumergirse en el trabajo para lograr un efecto distractor, comportamientos compulsivos o autolesivos, etc. Algunas de ellas pusieron en práctica otra estrategia, intentado eludir o atenuar el sufrimiento de esas percepciones o sensaciones traumáticas amortiguando sus sentidos, minimizando su capacidad de sentir. Sin embargo, el coste de esta estrategia de afrontamiento es muy alto: también dejaban de apreciar las impresiones, impulsos o emociones positivas, impidiéndose de esta manera sentir de todo aquello que hace grata la vida, lo que hace que la vida sea disfrutable.



Las personas severamente traumatizadas aprendieron a evitar las señales de alarma que su organismo disparaba (al interpretar aquel trauma como vivo y presente) tratando de ignorarlas, adormeciendo sus sentidos, disminuyendo su conciencia de sí mismos. Al tratar de insensibilizarse de aquellas espantosas sensaciones, perdieron su capacidad para reconocer sus impresiones internas, sus sensaciones corporales, por tanto, anestesiaron también su aptitud para sentirse vivos, para apreciar la vida.



Se habla mucho del sufrimiento y la tristeza; la depresión o la ansiedad son trastornos que no dejan de aumentar en el primer mundo. Pero no me parece menos terrible la condena de vivir la vida sin poder sentirla, sin poder apreciarla ni darle significado.



En este sentido, la labor de la víctima debe ir encaminada a empoderarse adquiriendo la capacidad de conciencia suficiente para enfrentarse a esas percepciones sensoriales internas, entrenarse en el aprendizaje de saber soportarlas, y posteriormente, lograr integrarlas en su biografía. Para que su organismo logre sentirse seguro y protegido; en calma, para volver a conectarse a la vida.

miércoles, 17 de abril de 2019

CITA: Hibakusha, el trauma de los supervivientes de la bomba atómica.

"Los hibakusha o supervivientes japoneses (de la bomba atómica) han sido, por décadas, estigmatizados en Japón. Su aspecto, con heridas y escaras, los rumores sobre ser portadores de extrañas enfermedades etc, les han hecho no poder encontrar trabajo y ser discriminados socialmente. Robert Jay Lifton entrevistó en profundidad a 75 hibakusha a principios de los 60, en promedio 15 años después de las bombas, realizando un extenso estudio en base a las transcripciones de entrevistas. 


Los hibakusha o supervivientes japoneses comparten una serie de rasgos notables. La experiencia, en la que murieron, casi siempre, toda la familia, vecinos, amigos, quedó destruida casa y lugar de trabajo, y la propia persona sobrevivió con la secuela de malformaciones, escaras permanentes o enfermedades infecciosas crónicas por la inmunodepresión, fue una experiencia instantánea – duró segundos -, sin preparación y de consecuencias devastadoras.

Tres elementos aparecen de manera repetida en las entrevistas como dañados de modo irreparable:

-El sentido de conexión (“sense of connection”) con el mundo y con los demás.

-El sentido de integridad simbólica (“sense of symbolic integration”) entendido como el tener un sentido de coherencia y de significado de la vida propia, y como el intento de buscar algún tipo de trascendencia de la experiencia de la bomba atómica que de sentido a sobrevivir.

-El sentido del movimiento (“sense of movement”), de desarrollo y de cambio, en una lucha continua entre una fijación o no en la identidad personal como “hibakusha”.

Hay una ansiedad casi constante que correlaciona con la incapacidad para articular y dar sentido a la experiencia. Las respuestas 'no sé qué decirle' o 'no tengo palabras' son muy frecuentes. Esto tenía que ver con el modo de reacción : 'Dejarse llevar'. La no-resistencia en relación con misterios últimos de la vida a los que no es posible llegar y que es mejor aceptar como vienen. El sentido de la resignación [en japonés akirame] que está en relación con sentir que uno está en medio de fuerzas que escapan completamente a su control. No es pasividad, que tiene que ver con abandono, sino resistencia pasiva: Ocurra lo que ocurra, sigo adelante; una cierta idea de voluntad humana indestructible, de tentetieso que se levanta. Esta propia autoimagen de aceptar lo que viene y seguir permite dar una imagen interna de conexión, cohesión y movimiento.

Esta idea de la resistencia pasiva como virtud tendría sus raíces en el budismo japonés, independientemente de ser creyente o no.


Esta resignación no evita, en las entrevistas realizadas, que haya un sufrimiento psicológico profundo, pero da un marco de comprensión y afrontamiento. Es sólo un apoyo frente al dolor individual por todo lo perdido y el modo en que fue perdido, que es desgarrador. Lo que cruza todas las emociones de los supervivientes es la culpa. La culpa por el hecho de estar vivo mientras todos los seres queridos han fallecido aparece en la casi totalidad de las personas entrevistadas".