martes, 15 de mayo de 2018

37#. ¡Qué bien que estamos cuando estamos bien!

Esta frase, que vagamente recuerdo haberle escuchado a alguna señora mayor sentada al fresco una calurosa tarde frente a la playa, puede parecer simple y trivial. Aunque sea una verdad de perogrullo, y en mi opinión, una expresión del saber popular, también intuyo que no pasará a la historia de frases reveladoras que han inspirado a la humanidad, pero eso no significa que sea inútil ni ni innecesaria.



¿No les llama la atención la cantidad de tiempo mental que le dedicamos a las situaciones estresantes, en contraposición con el poco que le dedicamos a las opuestas, a las gratificantes o placenteras?
 



Me explico. Cuando nos vemos sobrepasados por una adversidad o frustración, cuando nos encontramos preocupados, ese problema se nos instala en la mente y empieza a colonizar nuestra consciencia. Empezamos a darle vueltas en nuestra cabeza, como si dispusiera de un equipo autógeno que le suministrara energía constantemente, y no hacemos más que remover y remover dicha preocupación, igual el cemento dentro de una hormigonera. Centramos y concentramos nuestra atención en él, a veces por delante de lo que está sucediendo a nuestro alrededor, provocando el efecto de hacernos sentir más desgraciados cuanto más lo barruntamos.



No sucede lo mismo con los momentos felices, cuando nos hallamos viviendo un momento grato y dichoso. No digo que no estemos disfrutando el momento, que lo estamos haciéndolo (o eso deberíamos), si no que en muchas ocasiones no somos plenamente conscientes de cuánto lo estamos gozando. Lo vivimos y experimentamos, pero... ¿quién se detiene en mitad de la alegría y se dedica a pensar, precisamente, en lo alegre que está? Igual no es una regla universal, pero es frecuente que tras vivir una situación placentera, esta quede atrás. Transcurrido el momento, se aloja ya en el pasado; en ocasiones, incluso relegada al olvido en cuanto ha finalizado.




Este es el motivo por el que me digo la comentada frasecita o la suelto, en un impass, cuando estoy rodeado de personas: "¡Hay que ver que bien que estamos!, o ¡Hay que ver que bien se está cuando se está bien!



Alguno de los presentes puede pensar que se trata de una mera ocurrencia, sin más. Otro, igual la olvida tan pronto como la ha escuchado. Pero en ocasiones, hay quien reconoce la relevancia de lo que estoy expresando: Estamos compartiendo un momento grato, que además es único (no se volverá a repetir de manera idéntica), y que encima, es temporal (pasajero; se terminará). Todos lo estamos pasando bien, pero eso no significa que todos seamos conscientes de lo bien que lo estamos pasando.



Ser consciente del momento es resaltarlo, en mayúsculas, con negrita y subrayado, lo que permite aumentar su disfrute. Como dirían en argot técnico, se optimiza el resultado. Además de esto, supone un ejercicio más que recomendable el aprender a identificar y destacar los momentos felices. Por paradójico que suene, no todo el mundo que los vive tiene la capacidad de disfrutarlos, por mucha conciencia que le eche.



Comer no es saborear. Bueno, no es sinónimo exacto de saborear. Si nos dan a probar un manjar exquisito y nuestra atención está dividida en otras tareas (charla con alguien, viendo la televisión o simplemente pensando en otra cosa...) no lo apreciaremos tanto como cuando nos concentramos plenamente en su sabor. Cuando lo atendemos con plenitud no lo estamos comiendo, ingiriendo ni tragando. Lo estamos saboreando, lo estamos degustando. 
 



Les hablaría de mindfullnes o atención plena si no fuera porque la propuesta no cumple el requisito de no juzgar. Muy al contrario, mi idea es precisamente esta. La de juzgar el momento, evaluarlo y recalcar su valor. 

Si me detengo a pensarlo, en realidad, lo que estaba practicando aquella anciana al disfrutar de aquella deliciosa tarde de playa era el saboreo (savouring) que propone la psicología positiva, antes de que se inventara el concepto. Mi mente infantil no podía sino quedarse en la simplicidad de la fachada, ignorando lo sustancial. Pero aquella mujer lo hacía, sin saberlo... pero sabiéndolo.

martes, 1 de mayo de 2018

CITA: La queja es el síntoma, no la enfermedad


Aunque la condición previa para una queja es la creencia de que las cosas no son como deberían ser, el mero reconocimiento y expresión de este hecho no basta para que nazca una queja completamente formada. Por ejemplo, un estoico puede pensar que es importante aceptar la imperfección del mundo, y asimismo, reconocer que nada es como debería ser; esto no sería quejarse sino describir. Igualmente, a un férreo pesimista tal vez le guste comentar el aspecto negativo de las cosas, pero una vez más no se trata de una verdadera queja por que falta la no aceptación de lo que está mal. (...)


La queja puede definirse como una expresión dirigida de la negación o incapacidad para aceptar que las cosas no son como deberían ser (...). Aún cuando prefiramos una definición ligeramente distinta, debería ser evidente que el motivo que suscita la queja puede ser trivial o, por otro lado, profundamente importante. Todos los grandes avances sociales han empezado con una queja. Emmeline Pankhurst y las sufragistas, Martin Luther King y la campaña por los derechos humanos. Nelson Mandela y el movimiento antiapartheid: los cambios que propiciaron comenzaron con la queja de que el status quo estaba equivocado y tenía que cambiar.

Por lo tanto, el acto de quejarse no es lo fundamental en la queja: es un síntoma, no la enfermedad en sí misma. Así como la severidad de una dolencia médica debería medirse no por el grado en que llama la atención sino por el alcance del daño sufrido por el organismo, así no deberíamos confundir el estrépito de la queja con su severidad. 


(...) La gente tiende a quejarse de cosas equivocadas por razones equivocadas, y como resultado de ello, la queja se ha degradado. Sin embargo, la queja puede ser constructiva. De hecho, nuestra capacidad para quejarnos forma parte de lo que nos hace humanos.

"La queja: de los pequeños lamentos a las protestas reivindicativas" (2012)


Julian Baggini