viernes, 1 de mayo de 2020

55#. Algo más que una invasión extraterrestre vamos a necesitar contra la crisis del COVID-19

Si la crisis sanitaria provocada por la pandemia del coronavirus parece encauzada, las dimensiones de la crisis económica que se nos avecina son terroríficas. Hace una década, el Nobel de economía, Paul Krugman, afirmaba que una invasión extraterrestre (real o ficticia) sería la solución para sacar a los EE.UU. de aquella crisis. Por desgracia, la unidad a la que apelaba no se dirigía a lograr la paz mundial, si no la del gasto público. 


En la película La Llegada, unas naves extraterrestres amenazan nuestro planeta. La desconfianza entre los países ha aumentado progresivamente (¿les suena de algo?) y las discrepancias sobre cómo actuar con los visitantes nos dirige a un conflicto catastrófico para nuestra especie. Finalmente, la protagonista consigue comunicarse con uno de los jefes de las potencias mundiales y llegan a un acuerdo internacional. A falta de paz mundial, nos vale.

En la serie Watchmen, uno de los personajes principales lanza un ataque brutal contra Nueva York. De esta manera genera el miedo suficiente como para que los países neutralicen la amenaza del aquel momento histórico (la temida guerra nuclear), y se alíen contra la amenaza exterior. Eso sí, aquí la alianza mundial costó la vida de los 3 millones de neoyorquinos muertos por el ataque de un calamar gigante (sí, tal como lo leen. Mismamente un calamar, de las dimensiones de un estadio olímpico)

En Ultimátum a la tierra, incluso tenemos la oportunidad de sobrevivir. Los extraterrestres vienen para salvar el planeta, y al considerar a la especie humana su principal amenaza (¿quién podría negarlo?), deciden exterminarnos. No obstante, Klaatu, el emisario alienígena, es convencido por la protagonista de que los seres humanos pueden cambiar su forma de ser y que merece la pena salvarnos. Bendita ingenuidad alienígena.


De pequeño solía asomarme por las noches a la ventana de mi dormitorio por si lograba ver algún platillo volante, aunque sin demasiada fe, la verdad. En los últimos tiempos, el fenómeno OVNI está en horas bajas y, de hecho, no creo que ni siquiera ellos pudieran salvarnos. 

Si Klaatu se apareciera hoy en la explanada de la casa blanca, ya saben, uno de los escenarios terrestres favoritos de los alienígenas, tras conocer al inquilino actual, perdería cualquier esperanza en nosotros (por muy buena voluntad que le pusiera). Es más, si hiciera una media de líderes mundiales prominentes, creo que no alcanzaríamos el aprobado raspado. Y dudo que podamos contar con la baza del calamar gigante (¿Un calamar? ¿de verdad? En fin, se me antoja que un animal mitológico, como un kranken, hubiera tenido más empaque. Por qué no uno extinguido, como un pleisosaurio bien gordo. Incluso cualquier otra modalidad de amenaza, como un virus de origen animal en forma de pandemia, daría bastante miedo).

Nosotros somos nuestro propio problema. Con la crisis del coronavirus ha quedado claro que la actividad humana es el principal acelerador de la próxima extinción (y definitiva). ¿Creen que este dato servirá para que los máximos dirigentes busquen una solución al respecto? No se preocupen, era una pregunta retórica. Nuestro planeta se halla al borde del desastre global por la inoperancia de los políticos, o de quienes quiera que sean los que tomen las decisiones. A lo largo de los últimos años hemos asistido al lento inicio de una extinción masiva del planeta (calentamiento global), que además, incluye la nuestra, y no han hecho nada eficiente para detenerla. Ni una sola medida decente para paliarla.


Esperen. Ahora que lo pienso, sí que me viene una última explicación. En la serie Brain Dead, los alienígenas llegan a la Tierra en un meteorito, pero no se dedican a masacrarnos, como en Mars Attack. Su modus operandi es introducirse sutilmente en el cuerpo de los políticos de Washington para poder devorar su cerebro, y de esta manera, suplantarlos.

¡Vaya! Ahora, todo me cuadra. No solo encaja con la propuesta de Krugman, sino que explicaría las estrambóticas e incomprensibles decisiones que toma el presidente de los estadounidenses.

¿Una idea descabellada? Quizá, pero no más que la del calamar.