Cuando se quiere entender a un hombre, la vida de un
hombre, procuramos ante todo averiguar cuáles son sus ideas. Desde
que el europeo cree tener "sentido histórico", es ésta la
exigencia más elemental. ¿Cómo no van a influir en la existencia
de una persona sus ideas y las ideas de su tiempo? La cosa es obvia.
Perfectamente; pero la cosa es también bastante equívoca, y, a mi
inicio, la insuficiente claridad sobre lo que se busca cuando se
inquieren las ideas de un hombre -o de una época- impide que se
obtenga claridad sobre su vida, sobre su historia.
Con la expresión "ideas de un hombre"
podemos referirnos a cosas muy diferentes. Por ejemplo: los
pensamientos que se le ocurren acerca de esto o de lo otro y los que
se le ocurren al prójimo y él repite y adopta. Estos pensamientos
pueden poseer los grados más diversos de verdad. Incluso pueden ser
"verdades científicas". Tales diferencias, sin embargo, no
importan mucho, si importan algo, ante la cuestión mucho más
radical que ahora planteamos. Porque, sean. pensamientos vulgares,
sean rigurosas "teorías científicas", siempre se tratará
de ocurrencias que en un hombre surgen, originales suyas o insufladas
por el prójimo. Pero esto implica evidentemente que el hombre estaba
ya ahí antes de que se le ocurriese o adoptase la idea. Ésta brota,
de uno u otro modo, dentro de una vida que preexistía a ella. Ahora
bien, no hay vida humana que no esté desde luego constituida por
ciertas creencias básicas y, por decirlo así, montada sobre ellas.
Vivir es tener que habérselas con algo -con el mundo y consigo
mismo. Mas ese mundo y ese "sí mismo" con que el hombre se
encuentra le aparecen ya bajo la especie de una interpretación, de
"ideas" sobre el mundo y sobre sí mismo.
Aquí topamos con otro estrato de ideas que un
hombre tiene. Pero ¡cuán diferente de todas aquellas que se le
ocurren o que adopta! Estas "ideas" básicas que llamo
"creencias" -ya se verá por qué- no surgen en tal día y
hora dentro de nuestra vida, no arribamos a ellas por un acto
particular de pensar, no son, en suma, pensamientos que tenemos, no
son ocurrencias ni siquiera de aquella especie más elevada por su
perfección lógica y que denominamos razonamientos. Todo lo
contrario: esas ideas que son, de verdad, "creencias"
constituyen el continente de nuestra vida y, por ello, no tienen el
carácter de contenidos particulares dentro de ésta. Cabe decir que
no son ideas que tenemos, sino ideas que somos. Más aún:
precisamente porque son creencias radicalísimas se confunden para
nosotros con la realidad misma -son nuestro mundo y nuestro ser-,
pierden, por tanto, el carácter de ideas, de pensamientos nuestros
que podían muy bien no habérsenos ocurrido.
Cuando se ha caído en la cuenta de la diferencia
existente entre esos dos estratos de ideas aparece, sin más, claro
el diferente papel que juega en nuestra vida. Y, por lo pronto, la
enorme diferencia de rango funcional. De las ideas-ocurrencias -y
conste que incluyo en ellas las verdades más rigurosas de la
ciencia- podemos decir que las producimos, las sostenemos, las
discutimos, las propagamos, combatimos en su pro y hasta somos
capaces de morir por ellas. Lo que no podemos es ... vivir de ellas.
Son obra nuestra y, por lo mismo, suponen ya nuestra vida, la cual se
asienta en ideas-creencias que no producimos nosotros, que, en
general, ni siquiera nos formulamos y que, claro está, no discutimos
ni propagamos ni sostenemos. Con las creencias propiamente no hacemos
nada, sino que simplemente estamos en ellas. Precisamente lo que no
nos pasa jamás- si hablamos cuidadosamente- con nuestras
ocurrencias. El lenguaje vulgar ha inventado certeramente la
expresión "estar en la creencia". En efecto, en la
creencia se está, y la ocurrencia se tiene y se sostiene. Pero la
creencia es quien nos tiene y sostiene a nosotros.
Ideas y
creenicas (1940)
José Ortega y Gasset
José Ortega y Gasset
No hay comentarios:
Publicar un comentario