miércoles, 28 de febrero de 2018

CITA: Elogio de la soledad

Tenía yo nueve años cuando comprendí que la soledad hay que ganársela. Un niño del barrio, desordenadamente alegre, decidió que iba a venir a jugar conmigo. A mi casa y sin consenso. Yo le respondí que no hacía falta, pero, dada la dimensión de su alegría natural, el mensaje no caló. Conforme avanzó la mañana, le pedí que se fuera unas cuantas veces. Me ignoró. A eso del mediodía, harto de verle toquetear mis cosas, abrí la ventana, lo cogí en volandas y lo tiré a la calle. Por suerte, no había una gran altura. Después le arrojé el abrigo y cerré. Entonces, cuando creía que iba a empezar a sentirme culpable, me sentí bien. Sentí paz.  Sentí la calma inmensa de la soledad. 

 
Al poco tiempo, una vecina  me trajo a su nieto. También para jugar. Era una tarde de junio y en los planes de la mujer estaba que nos hiciéramos amigos y pasásemos el verano juntos. Juntos. Tres meses. Me pareció una idea aterradora y calibré al nuevo niño para lo de la ventana. Imposible; era más fuerte que yo, más bruto que yo y no hacía falta ser Einstein para saber que se había peleado más veces que yo. Asentí y respondí: «Vale, juguemos. Yo juego a pasear». «¿A pasear?», preguntó. «A pasear», respondí.

Lo tuve al pobre paseando hasta la noche por los prados más inhóspitos que conocía. Paseamos hasta el límite  humano del aburrimiento. Yo no podía más, pero fingía gozo ante la hierba o los caracoles. Ni si quiera le tiramos una piedra a un vaca. Una hora. Dos. Cinco. Desolado, preguntó: «¿Y siempre haces esto?». «Sí, siempre», respondí. Obviamente, no volvió.


Entonces no lo sabía, pero había empezado a sentir la presión social en contra de la soledad. Presión que me llevaría años después a ejercerla de tapadillo, a poner excusas, a sentirme raro y hasta a negarme a ella. Y no. Ha llegado el momento de decir basta. Porque la soledad no se ejerce contra nadie, sino a favor de uno. No somos raros, ni asociales, ni antipáticos. Somos solitarios. Y es bueno.

Decidir estar solo es premiarse con uno mismo. Es un tributo. Es regalarte un pedazo de ti a ti. Es un acto de amor. Estar con los demás es bello, y las mejores cosas de la vida nos suceden en compañía. Pero necesitar una cosa no implica renunciar a la otra.


Yo no conozco paz ni descanso ni reflexión como las solitarias. Y lo reivindico. Y os digo a los solitarios que aún no hayáis salido del armario que no estáis solos. Bueno, solos sí estáis, pero no sois raros. Somos legión. Lo que pasa es que somos la única legión del mundo que, si se juntase, se molestaría a sí misma. Y, claro, los demás se aprovechan y nos atacan por ese flanco. No nos rindamos.

Javier Gómez Santander. "Elogio de la soledad".
Revista PAPEL (Abril 2017)

jueves, 15 de febrero de 2018

34#. Hay que aceptar la soledad para poder crecer

No voy a defender que la soledad sea el estado idílico en que debiera desarrollarse nuestra vida, aunque haya personas que se han decantado por esta opción vital y la disfrutan plenamente. Pero sí creo que todos deberíamos pasar por un periodo de soledad, entendido como experiencia vital. Permanecer un tiempo en una etapa en donde debamos encontrarnos con nosotros mismos, nos apetezca más o nos apetezca menos.

Todos sabemos que nacemos solos. Podemos encontrarnos más o menos personas cuando llegamos a este mundo, sentirnos más o menos arropados en ese trance, pero nacemos nosotros, no otra persona. Igualmente, morimos solos. No me refiero a contemplar melancólicamente como se apaga la llama de nuestra vida, olvidados en un harapiento camastro de una habitación oscura, aislados del mundo. Pero lo cierto es que, por muy bien rodeados que nos encontremos en ese instante crítico de nuestra existencia (el último, en concreto), nos vamos solos. Se va el individuo, la persona, en singular, sin más compañía ni añadidura.

Dado que los dos hitos más relevantes de nuestra existencia los hacemos solos, no me parece descabellado atender al hecho de la soledad y prepararnos para afrontarla cuando no la hemos llamado.

Retomo el clásico dilema del vaso con la mitad de agua. Que lo veamos medio lleno o medio vacío es potestad de la persona, depende de cómo interprete el problema. El significado que para cada uno de nosotros tiene la soledad depende de variados factores, relacionados con el momento en que estemos de nuestra vida así como de nuestras características de personalidad. Y esta, nuestra forma de ser, determinará cómo contemplemos esa soledad. El valor que le asignemos será mayor o menor, mejor o peor, dependiendo de cómo evaluemos nuestra situación.

Es frecuente que las personas se focalicen en la pérdida, en la cantidad de agua que falta en el vaso. Siempre podemos dedicarnos a quejarnos y lamentarnos de sentirnos solos, culpar a otros por hallarnos así o criticar a los lacerantes dardos del nefasto destino. Pero es importante ser consciente de que el vaso no está vacío. Técnicamente, la otra mitad está llena.

La parte aprovechable de este dilema es que la soledad puede ayudarnos a crecer como personas. No podemos perder de vista esta perspectiva porque es el contrapeso de su opuesta. De hecho, lo recomendable es considerar ambos puntos de vista, puesto que tan real es el uno como el otro. El vaso está medio vacío y medio lleno a la vez. Habrá aspectos que podamos sacar en claro, de los que podamos beneficiarnos, de la misma manera que otros serán desagradables y nos harán sentir mal.
 

Pero existe un requisito indispensable que cumplir si queremos lograrlo. Cuando sobreviene la soledad, el primer, y necesario, paso es asumirla. Aceptarla, en vez de rechazarla. Si somos capaces de hacerlo, una serie de aprendizajes se ponen a nuestra disposición. Quizá no podamos apreciarlo de manera palpable e inmediata, sino transcurrido un tiempo. Pero todos tienen una ventaja en común: sirven para aprender a vivir.

1.) De entrada, quien se ha sentido solo sabe de qué se está hablando, conoce ese estado. Está más curtido y le habrá perdido el miedo a lo desconocido que posee quien nunca tuvo que enfrentarse a ese trance.

2.) Cuando aceptamos nuestro estado de soledad nos vemos obligados a ponernos en contacto con nuestra intimidad, a desnudarnos delante de nosotros mismos, a tener que reconocernos. La persona que se ha puesto a prueba, quien ha pasado una temporada aislado y se ha sentido solo, se ve abocado a pensar, a reflexionar, a alcanzar algún tipo de conclusión tras haber conectado consigo mismo. En este sentido, quizá la soledad sea el mejor recurso de que disponemos para conocernos a nosotros mismo: Para distinguir qué sentimos y qué necesitamos, para entender nuestras reacciones emocionales, sentimientos, pensamientos y actitudes. No olviden que el autoconocimiento es la base del crecimiento personal.

3.) La soledad nos permite poner los problemas en perspectiva, y nos permite afinar y sacar lustre a nuestra sensibilidad. Templa el carácter, nos enseña a ser humildes, de la misma manera que nos hace mejores escuchantes y observadores mas avezados.

4.) Quien decide sacarle partido a la soledad, se responsabiliza de su propia vida, de sus necesidades. En las relaciones personales sabe donde acaban sus derechos y empiezan los de los demás. Conoce donde están los límites y aprende a compartir mejor su tiempo. Aprecia más el valor de las personas, y le permite ofrecer mejor compañía.
 

Porque se trata de esto, de sacarle partido. No de celebrarla, puesto que la soledad no deseada difícilmente la experimentaremos como un estado cómodo y gratificante, excitante o alegre. Pero aún siendo desapacible o ingrata, hay algo que el sentirnos solos nos revela de manera fehaciente: nos enseña que somos independientes. Cuando estamos solos nos revelamos como personas competentes y capaces de salir adelante por nuestros propios medios. Y por encima de otra cosa, nos demostramos que nos tenemos a nosotros mismos.

Y esto, no es poca cosa.

jueves, 1 de febrero de 2018

CITA: El ejercicio de la duda para alcanzar la verdad. Mi verdad

Traigo a colación el ejercicio de la duda como un elemento positivo para la madurez mental y la conciencia civilizada, como un dispositivo capaz de agitar los juicios, las opiniones, las afirmaciones y explicaciones de lo que ocurre, o de lo que está en nuestra mente, pidiendo una explicación. La duda sirve para eliminar prejuicios, supuestos no fundados, creencias no examinadas, y no es en absoluto contradictoria con la búsqueda de una supuesta verdad.

Descartes utilizó el método de la duda para llegar a la vedad primera, una idea clara y distinta, evidente, desde la que enlazar una cadena de verdades sucesivas. No puede decirse que su empeño produjera los resultados esperados, pues ni siquiera el "pienso, luego existo" fue unánimemente aceptado por otros filósofos como idea innegable y adecuadamente fundamentada. Pero el objetivo del filósofo no era permanecer en la duda, sino que la duda le ayudara a razonar bien.


También Montaigne, que temía menos que Descartes asentarse en la duda, advierte de que el acto dubitativo no debe empañar la necesidad de actuar. Con frecuencia se ha reparado en la influencia que pudo tener Montaigne en Shakespeare, y especialmente en Hamlet, cuyo dilema consiste en pensar demasiado en las circunstancias y consecuencias de lo que va a hacer (...). Que la duda es parte de nuestro ser equivale a decir que anida en nosotros la confusión y la contradicción: "Somos, no sé cómo, dobles en nosotros mismos, y eso hace que lo que creemos, no lo creamos, y que no podamos deshacernos de aquello que condenamos". El ser humano es tan inconstante que quiere y no quiere las mismas cosas. Nos equivocaremos siempre que pretendamos describir o juzgar a alguien por unos rasgos supuestamente estables y comunes. El propio Montaigne se describe a sí mismo con atributos incompatibles (...). 


Hay una diferencia entre la duda de Montaigne y la cartesiana que no es despreciable. A diferencia de Descartes, que buscaba una verdad científica, a Montaigne solo le preocupa su verdad, la que puede encontrar en su interior, a través del autoanálisis, sin pretensiones de convertirla en verdad universal ni de extenderla a nadie que no sea él mismo.

Las dudas y el escepticismo le conducen a la práctica del autoconocimiento, el ejercicio que considera más saludable para él y para los medas.

"Elogio de la duda" (2016)
Victoria Camps