martes, 31 de enero de 2017

CITA: Me gusta el cáncer

Me gusta la palabra cáncer. Hasta me gusta la palabra tumor. Puede sonar macabro, pero es que mi vida ha estado unida a estas dos palabras. Y nunca he sentido nada horrible al decir cáncer, tumor u osteosarcoma. Me he criado junto a ellas y me gusta pronunciarlas en voz alta, proclamarlas a los cuatro vientos.

 
Creo que hasta que no las dices, que no las haces parte de tu vida, difícilmente puedes aceptar lo que tienes. Es por ello por lo que es necesario que en este primer capítulo hable del cáncer, porque en los siguientes utilizaremos las enseñanzas del cáncer para sobrevivir a la vida. Así que me centraré primero en él y en cómo me afectó.

Yo tenía catorce años cuando ingresé en el hospital por primera vez. Tenía un osteosarcoma en la pierna izquierda. Dejé el colegio, dejé mi entorno y comencé mi vida en el hospital. Tuve cáncer durante diez años, de los catorce a los veinticuatro. Eso no significa que pasara diez años ingresado, sino que estuve diez años visitando diversos hospitales para curarme de cuatro cánceres: pierna, pierna (la misma que en el primer cáncer), pulmón e hígado.
En el camino dejé una pierna, un pulmón y un trozo de hígado. Pero debo decir, justo en este momento, que fui feliz con cáncer. Lo recuerdo como una de las mejores épocas de mi vida. Puede chocar ver esas dos palabras juntas: feliz y cáncer. Pero fue así.

El cáncer me quitó cosas materiales: una pierna, un pulmón, un trozo de hígado, pero me dio a conocer muchas otras cosas que jamás podría haber averiguado solo.


¿Qué puede darte el cáncer? Creo que la lista es interminable: saber quién eres, saber cómo es la gente que te rodea, conocer tus límites y sobre todo perder el miedo a la muerte. Quizá esto último sea lo más valioso.

Un día me curé. Tenía veinticuatro años y me dijeron que no tenía que volver al hospital. Me quedé helado. Fue extraño. Lo que mejor sabía hacer en mi vida era luchar contra el cáncer y ahora me decían que estaba curado.

La extrañeza (o atontamiento) me duró seis horas, luego me volví loco de alegría; no volver a un hospital, no volver a hacerme radiografías (creo que me he hecho más de doscientos cincuenta), no más análisis de sangre, fin de los controles. Era como un sueño hecho realidad. Era absolutamente increíble.

Pensé que en pocos meses me olvidaría del cáncer. Tendría una «vida normal». El cáncer sería tan sólo una época de mi vida. Pero en lugar de eso (nunca lo he olvidado) pasó algo inesperado, y es que jamás imaginé cuánto me ayudarían las enseñanzas del cáncer en la vida diaria.

Es sin duda, el gran legado que me ha dejado el cáncer. Unas enseñanzas (por llamarlas de algún modo, aunque quizá prefiero la palabra descubrimientos) que ayudan a que mi vida sea más fácil, a ser más feliz.

Lo que explicaré en este libro no es otra cosa que cómo aplicar en la vida diaria lo que aprendí con el cáncer. Sí, exacto, ahora que lo pienso, así podría titularse el libro: Cómo sobrevivir a la vida a través del cáncer. Quizá llegue a ser el subtítulo del libro.
 

Suena raro, suena justo lo contrario a la mayoría de los libros que suelen escribirse, pero es así. La vida es paradójica; me encantan las contradicciones.

Quiero recalcar que el libro es un compendio de lo que yo aprendí del cáncer y también de los descubrimientos que me mostraron amigos míos que también lucharon contra esta enfermedad.

Y es que los compañeros de habitación son muy importantes. Y es que hasta incluso todos los chicos que teníamos cáncer, que nos hacíamos llamar Pelones, teníamos un pacto, un pacto de vida: Nos repartíamos las vidas de los que morían.

Un pacto inolvidable, bonito, de alguna manera deseábamos vivir en los otros, ayudarlos a luchar contra el cáncer. Siempre creímos que los que morían habían debilitado un poco más al cáncer y hacían que a los que sobrevivíamos nos fuera más fácil ganar. Durante los diez años de cáncer me tocaron 3,7 vidas. Así que este libro lo escribimos 4,7 personas (las 3,7 vidas ajenas y la mía propia). Nunca olvido esas 3,7 vidas y siempre intento hacerles justicia. Si a veces es complicado vivir una vida, ¡imagina la responsabilidad de vivir 4,7 vidas!

"El mundo amarillo" (2011)
Albert Espinosa

domingo, 15 de enero de 2017

22#. Resiliencia, los cimientos de la felicidad (II)



Si hubiéramos sufrido un cáncer, nos hubieran quitado un pulmón, extirpado parte de hígado, y perdido una pierna (que se dice pronto)... ¿Podríamos ser felices? Pues este es el caso de Albert Espinosa.

¿Y si viviéramos postrados en una silla de ruedas sin poder mover casi ningún músculo, teniendo que comunicarnos a través de un robot? Stephen Hawking se encuentra en ese estado.

¿Podríamos haber sobrevivido al genocidio nazi, perdido a nuestra pareja y padres en el holocausto, y aún así, tener la posibilidad de florecer como personas? Viktor Frankl  sufrió ese destino.

Y sí. La respuesta es, sí. Se puede.

Para Freud, la motivación fundamental del hombre en la vida es la recuperación del equilibrio mediante la consecución de placer. Adler postuló que era la búsqueda del poder. Sin embargo, para Viktor Frankl, el motivo fundamental de la existencia es la búsqueda de un sentido para la propia vida.

Cuando el sentido de la existencia se ve truncado, cuando se vive una frustración existencial severa, el deseo de poder o de placer ocupa el lugar más importante en la motivación de la conducta. Esto probablemente explique el motivo por el algunas personas (demasiadas, a juzgar por cómo funciona el mundo) se centran y concentran en poseer, atesorar y acaparar, sea dinero, poder o relaciones, sin encontrar límite a su ambición (que no sé si apellidar como obsesiva).

Foto: Oriol Jolonch


Viktor Frankl: Lo esencial es buscar un sentido a la vida.- 

Un experto en sufrimiento vital como Frankl, aprovechó la experiencia de su padecimiento. Reelaboró lo que vivió en los campos de exterminio, extrajo las lecciones aprendidas, y lo transformó en una teoría vital al servicio del hombre. La denominó logoterapia. Como ya apunta su nombre, esta doctrina aspira a eso mismo, a buscarle un sentido a nuestra existencia (http://elanimalconsentido.blogspot.com.es/2016/12/cita-se-puede-relativizar-el-sufrimiento.html). Por adversa que sean las circunstancias, cualquier vida tiene sentido. O se la puede dotar de él.

En el post http://elanimalconsentido.blogspot.com.es/2016/11/resiliencia-los-cimientos-de-la.html hablamos de que el perfil resiliente se promueve y fortalece desde nuestra más tierna infancia. Puede ser que de manera subliminal, sin ser realmente muy conscientes de ello. La buena noticia es que también podemos tratar de mejorar nuestra resiliencia de forma deliberada y activa.

Al entenderlo como un proceso, como una capacidad del individuo, se trataría de encontrar aquellos factores protectores que permiten que la persona se adapte a las adversidades. Potenciar estos factores no inmunizan a la persona del dolor, pero sí que facilitan las herramientas necesarias para el mejor afrontamiento.

Recomendaciones básicas para promover o fortalecer nuestra resiliencia, entre otras, serían:

-Potenciar nuestra autoestima e independencia como personas. Acumular la suficiente confianza en nosotros mismos para llevar la iniciativa y tomar decisiones al asumir retos o metas realizables.

-Promover nuestras habilidades sociales, nuestra capacidad para relacionarnos. Lograr establecer relaciones íntimas, constructivas y sanas con otras personas.

-Incrementar nuestro sentido crítico, así como disponer de una ética personal para dirigirnos en la vida.

-Aplicar las virtudes del sentido del humor y tratar de ser creativo en nuestra vida.

Con algo de todo eso, más el indispensable apoyo de otros seres humanos, se promueve la adaptación positiva ante la adversidad, y se logra un crecimiento personal, que permite al individuo continuar su vida.

Foto: Oriol Jolonch

Boris Cyrulnik: La importancia de los afectos.- 

Me quedo, no obstante, con el acertado juicio que hace Boris Cyrulnik al respecto. Describe la resiliencia como mecanismo de autoprotección creado, en primer lugar por los lazos afectivos y, posteriormente, por la posibilidad de expresar las emociones. Para él, la clave reside en los afectos, en la solidaridad, en el contacto humano.   

Podemos sufrir un trauma, pero se puede vivir (y hacerlo con plenitud) a pesar de esa herida. Lo importante es ser conscientes de que hemos de reconstruir nuestra vida incorporando a ella dicho trauma.
Las dos ideas esenciales serían: recibir apoyo afectivo y encontrar un sentido a lo sucedido. Dar un sentido a la vida es imprescindible, y en un entorno afectivo adecuado, la persona puede rememorar el suceso traumático y situarlo un relato positivo de su vida, conjurando así sus fantasmas.
Foto: Oriol Jolonch

Albert Espinosa: Las pérdidas son ganancias. 

Tan inspirador, o más, que este autor, me parece Albert Espinosa. Con 16 años, tras varios diagnósticos de cáncer, los especialistas médicos le dieron un 3% de posibilidades de seguir con vida. El médico le recomendó que se fuera alguna isla. Lo hicieron. Él y sus padres se trasladaron a Menorca, a pasar su último mes de vida. No obstante, sus progenitores pensaban que debía seguir luchando, que un 3% no era un margen tan escaso. Dos semanas después le informaron de un tratamiento que podía seguir. Y funcionó. Casi 30 años después sigue vivo y entusiasmado con la vida.

Fue a aquella isla a morir y aprendió a vivir. Allí conoció gente que piensa que lo triste no es morir. Lo triste es no vivir. Tras años de lucha contra el cáncer, Albert nos habla de transformar las pérdidas en ganancias. Cuando perdió a su padre, estuvo un año sin trabajar. Sin embargo, después de hacer el duelo, extrajo la ganancia de aquella pérdida: Mantener vivo el legado de su memoria. Recuerda a su padre con frecuencia; incluso habla con él, en  ocasiones. Finalmente, aquella pérdida cristalizó en un libro que publicó hace unos meses.

Cuando a Albert le recuerdan el pulmón que le extirparon, comenta: “No perdí un pulmón, sino que aprendí a vivir con la mitad de lo que tenía”.

Toda una declaración de principios.

Foto: Oriol Jolonch