domingo, 15 de abril de 2018

36#. Quejarse es como tirar bolsas de basura en el salón de casa

Quejarse es como ir llenando el salón de tu casa de basura, bolsa a bolsa. No solo son bultos inútiles, sino que además ocupan el escaso espacio de que dispones. Lugar en el que cae una bolsa, espacio que no puedes destinar a cualquiera otro utensilio o herramientas que te permita resolver problemas o facilite la vida. A medida que dejamos mas bolsas, se empobrece la habitación y la inunda de hedor. 

 
Si llenamos nuestro espacio mental de quejas y lamentos, nuestra actitud se torna victimista, los problemas se nos acumulan sin ser resueltos, y nuestro carácter se va agriando.

Nada que objetar a la legitimidad de quejarse. De hecho, no solo es comprensible, también es bastante humano. La queja sirve al bebé, al niño indefenso, como una llamada de atención. Es el vehículo que usa para dejar patentes sus necesidades, que otros pueden cubrirles. No obstante, a medida que vamos dando pasos hacia la madurez, al debutar en nuevos escenarios vitales, nos percatamos de que ya no es tan útil. Lo que nos servía en el entorno familiar para obtener el favor de nuestros familiares no termina de funcionar en otros entornos, como en grupos sociales varios y amistades, en donde se nos empezará a ver como personas impertinentes o pesimistas. En otros, como el laboral, incluso puede tornarse en defecto, mostrándonos como incompetentes o como estúpidos (o ambas cosas).
 

Pero la queja tiene su razón de ser, al cumplir una neta función de desahogo. Quejarse es una reacción emocional que permite exteriorizar nuestra frustración, comunicarla y, en cierta manera, buscar la compasión o comprensión de nuestros iguales. Cuando nos quejamos no resolvemos el problema, pero nos aliviamos. Y debemos de ser cautos en este punto. Hemos de ser conscientes de que ejecutarla de manera frecuente puede convertirse en una trampa. El hecho de que sea tan fácil de pensar, tan rápida de exteriorizar y que, con frecuencia, no tenga ningún coste para nosotros, facilita que la agregemos despreocupadamente a nuestro discurso cotidiano. Que empecemos a incorporarla a nuestra manera de pensar y actuar, y llegue así a convertirse en un hábito. Un mal hábito.

La persona quejica, aunque no se de cuenta de los efectos de su disposición, está llenándose de resentimiento, de reproches y enojos. Está inoculándose de manera gratuita un malestar y estrés que no necesita. De aquí arrancan los inconvenientes más serios de la actitud de queja:
-Mantiene congestionado nuestro espacio mental, atorándolo con desechos y basura.
-Nos confiere un perfil victimista, que nos limita en nuestras capacidades.
-Nos aleja de la predisposición resolutiva. La queja, de por sí, no resuelve el problema, y nos focaliza en lo negativo.
Esto, sin mencionar el tiempo que perdemos en ella y el malestar que generamos a nuestro alrededor.

Cuando tomamos conciencia de que es una actitud contraproducente, tratamos de buscar otras alternativas, intentamos modificar tal actitud. La actitud quejumbrosa se empieza a exorcizar cuando tomamos conciencia real de todo lo que disponemos en nuestra vida, empezando por el privilegio que supone el simple hecho de vivir. En la raíz profunda de la queja hay una falta de aceptación de la vida, hay un algo oscuro, amargo, que quizá date de muy antiguo, que mantiene a la persona atrapada y le impide crecer.

 
En definitiva, la queja nos infantiliza al autorizarnos a irresponsabilizarnos de nuestras circunstancias. Como estrategia única, como solución, no funciona. La queja tiene sentido cuando sirve como trampolín a una actuación correspondiente. Sea protestar, telefonear, manifestarme, afiliarme, reclamar, etc. La queja se convierte en productiva cuando actúa como movilizador de energías o disparador de una acción concreta que se encamina a solucionar el problema del que nos quejamos.

Mírenlo a la inversa. Recuerden a las personas, conocidas o no, actuales o históricas, que han despuntado por su integridad y templanza. Piensen en personas admiradas por sus cualidades éticamente más humanas (Gandhi, Luther King, Mandela, Stephen Hawking...) ¿Recuerdan en su legado que alguna vez se quejaran por algo?