miércoles, 14 de octubre de 2020

58#. La literatura fue la primera de las redes sociales... y la única que no tiene contraindicaciones

Las redes sociales, como cualquier herramienta, basa su utilidad en el uso que hagamos de ella. La cuestión es que, nos demos cuenta o no, estos constructos virtuales hace tiempo que dejaron de ser una herramienta de uso para convertirse en una herramienta de abuso. Desde su nacimiento y durante el progresivo periodo de crianza, pensamos que se comportaban como lo hace un perro fiel al que hemos atendido desde su parto. Pero hace ya tiempo que empezaron a actuar como esa adorable mascota, pero cuando se ha infectado del virus de la rabia. 

 

 

La creación literaria fue la realidad virtual que tuvimos disponible desde siempre. Más rudimentaria, más simple... pero todas esas lecturas de infancia, juventud, adultez y vejez nos han proporcionado (y siguen proporcionando) una capacidad extraordinaria: la de ampliar nuestros horizontes, la de permitirnos salir de nuestra vida mundana para entrar en otras vidas, para vivir otras realidades,... Sus efectos en nuestro desarrollo personal eran instructivos (y constructivos), mientras que las redes sociales están modificando nuestra forma de relacionarnos, por tanto, alterando nuestra forma de ser (personalidad). Y me temo que esto no es una buena noticia.

Las virtudes que posee la lectura han sido demostradas empíricamente: la inmersión en una historia nos obliga a activar procesos mentales como la percepción, la atención, la memoria, el razonamiento,... No solo es una excelente forma de que nuestro cerebro ejercite sus funciones, si no que nos proporciona alicientes adicionales como la sensación de satisfacción, el incremento de nuestra estimulación, ser fuente de inspiración, desarrollar nuestra empatía,....

A este último factor deberíamos dedicarle más atención, puesto que al explorar las vidas de los personajes somos capaces de sentir lo que ellos: sus comportamientos y reacciones, sus sentimientos, sus pensamientos y creencias. La literatura nos ayuda a entender mejor a nuestros semejantes al ponernos en su piel. Además de involucrarnos emocionalmente, al introducimos en este arcaico (pero sustancial) simulador de la vida real podemos realizar inferencias y deducciones, elaborar hipótesis y alcanzar conclusiones. Definitivamente, la literatura promueve la comprensión social y, por extensión, mejora la convivencia en sociedad 

 


Aunque antiguos CEO's de las redes sociales más influyentes afirmen que su intención era ofrecer una herramienta que ayudara y ofreciera ventajas a las personas... pero no hay moneda que no tenga su cara y su cruz. Recuerden el argumentario para convencernos de que la fusión nuclear sería una fuente inagotable de energía para el planeta; pues recuerden también el poco tiempo que necesitaron para inventar la bomba atómica.

Sintomatología ansioso-depresiva aparte, la secuela que me parece más preocupante es la capacidad adictiva que poseen. Digo "poseen" y parece que me estoy refiriendo a algo innato o consustancial a ellas. Pero no es así: este potencial para enganchar al usuario es un efecto buscado. Hay una intencionalidad en el algoritmo que guía cada interacción para lograr que el sujeto pase el mayor tiempo posible enchufado a Matrix. Centenares de macroordenadores conectados, la esencia de la Inteligencia Artificial, solo busca que nuestra atención siga fijada en esa app o página web.

 


La velocidad y brevedad que conlleva la comunicación virtual difícilmente podrá sustituir a la concentración y tranquilidad que requiere un buen libro, relato o artículo para asimilar su contenido. Las conexiones a través de las redes sociales predisponen al contacto instantáneo y puntual, casi que meramente instrumental, permitiendo que la adicción aumente en tiempo real. Y es que, lejos de plantearnos disquisiciones o incongruencias, las redes nos ofrece cada vez más aquello que nos gusta. Con cada clic suministra más droga al consumidor, que se comporta como la cobaya de laboratorio pulsando la palanquita de comida de manera constante, casi compulsivamente. No es de extrañar, pues, que el sujeto experimente una falta de interés por el mundo real y actual en el que vive, en el que vivimos. El resultado es una tendencia al aislamiento (la ratita no quiere que le molesten mientras se droga) y por extensión, una promoción del egocentrismo o egoísmo (a la ratita solo le interesa seguir consumiendo). Un detalle llamativo es que mientras que al consumidor de literatura se le llama lector, sin embargo, solo dos industrias mundiales llaman "user" (consumidor) a sus clientes: la de las redes sociales y las de las droga.

Sobra decir, por si aún no lo han sospechado, que el objetivo del algoritmo es extraer el máximo beneficio de nosotros acaparando nuestra atención, sin importarle que nos volvamos más antisociales y egocéntricos, trayéndole al fresco que nos radicalicemos en nuestros posicionamientos y destruyamos la cohesión social necesaria en toda sociedad que pueda denominarse así.

Si esto les parece inquietante (entiéndase el eufemismo, por que a mí me empieza a parecer ya algo amenazante) no sé si debería decirles que los mismos padres de la criatura, aquellos que la crearon y siguen alimentándola, no saben cómo funciona la tecnología que manejan; como el monstruo de Frankestein, diríase que avanza con 'vida' propia.


Ya ven, escritores y creadores anticipando que la revolución de la inteligencia artificial nos llevaría a luchar contra robots que competían con nosotros (los replicantes de "Blade Runner") o a desencadenar directamente una guerra armada como la que provocó Skynet en "Terminator", y al final, va a tratarse de un dilema más bien cartesiano: ¿Cómo se sale de Matrix si no sabes que estás en Matrix?