No me digan que no es un
derroche poético la frase con la que se descuelga Punset en una de sus
entrevistas. Tan escueta como romántica, en mi opinión. Pero además, y esto es
lo mejor, completamente cierta. El amor, como impulso de fusión, es una
constante de la existencia.
Partimos de la
base de que todo comienza el día en que una célula pregunta alrededor suyo:
¿Hay alguien ahí fuera? El fin de la soledad y la autosuficiencia obligada. El
principio de la cooperación, de la simbiosis y del vínculo emocional. Y digo
vínculo emocional, así, tan concisamente, porque me temo que no puedo concretar
mucho más al hablar de la noción de amor.
Algunos
estudiosos datan ahí su inicio, en el momento en que la primera célula tuvo la
necesidad de relacionarse con otras. El instinto de fusión es el que guía este
comportamiento (todos tenemos referencias sobre el impulsivo deseo de los
enamorados, en el momento álgido de la relación, de dejar de ser dos para
fundirse en un solo ser) y el instinto sexual el que promueve esa unión. Se
origina el intercambio que enriquece y genera diversidad, aparte de ser la
base del concepto de en sí. Evolutivamente tiene su fin en (no podía ser de
otra manera) la supervivencia de la especie. Desde el momento en que la
reproducción sexual muestra más ventajas evolutivas que la simple mitosis
celular (clonación básicamente) es adoptada por los organismos vivos que
prosperan. Fue así como dejamos de ser inmortales, es decir, dejamos de ser organismos
que se replicaban idénticamente, para convertirnos en seres mortales. Los organismos unicelulares
se reproducen subdividiéndose de sí mismos, generando otro
organismo igual ellos. Un clon es idéntico a su precedente, y este al
próximo, y este al siguiente... de manera indefinida. Pero los organismos multicelulares
estamos sujetos a mutaciones aleatorias al crear un nuevo ser de la mezcla de
otros dos. Un ser complejo, con sus propias peculiaridades; cada organismo
presenta su propia idiosincrasia. Esto comporta que sea imposible de duplicar exactamente.
Es lo que nos hace únicos, irremplazables, y también lo que nos hace mortales.
Pero tampoco dramaticemos. No podemos obviar la otra cara de la monera: es
gracias a nuestra finitud, a la brevedad de la vida, que somos capaces de
sentir con intensidad, de vivir el momento con plenitud. Revisen, si desean emocionarse, el discurso final de "Blade Runner" (No
se porqué me salvó la vida, quizá en esos últimos momentos amaba la
vida mas de lo que la había amado nunca. No solo su vida, la vida de
todos, mí vida). Si la vida fuera
eterna resultaría muy difícil concentrarse en algo, por no mencionar que la
procrastinación sería uno de los principales enemigos de la vida (“Ya, si eso,
mañana lo hago”), al menos en mi caso. Cuando nació el amor, nació la muerte.
Al amor, como
concepto, le sucede como a esas otras ideas abstractas, grandiosas y
superlativas, que en ocasiones se usan de manera demasiado rimbombante, y a veces
ocultando otro propósito más espurio. Tanto que, de hecho, más que ideas se les
suele denominar ideales: Amor, libertad, felicidad, humanidad,...
“¡¡¡A las
armas!!! Vamos a luchar por la libertad”, arenga el cabecilla de la revolución
desde la balconada. La masa, enardecida, lo vitorea y jalea mientras se
movilizan, dispuestos a arremeter contra
lo que sea menester... Pero no hay nadie que, antes de ese decisivo instante, se
detenga a pensar, pida la palabra, y le pregunte al gerifalte: “Perdone que le
interrumpa, jefe, ¿pero libertad para quién?” o “Libertad en qué condiciones” ó
“¿Qué ganamos o qué perdemos con esa libertad?”. Con mucha probabilidad la
respuesta del líder suene a algo así como: “Pero, ¡Serás desgraciado! ¿Vas a dudar de nuestra la lucha por la independencia?”. Pero la desconfianza del librepensador es
más que pertinente: “De acuerdo, maestro, luchamos por la libertad y la
independencia. Pero, una vez conseguida, ¿mi familia va a vivir mejor que ahora?
Porque, verá usted, eso es lo que a mí más me interesa”. La respuesta del
jefecillo no será demasiado complaciente; algo así como: “Tú ni eres patriota
ni eres hombre de fiar”. De ahí a etiquetarlo de traidor solo hay un paso, que
lamentablemente lo dará de forma automatica la plebe enardecida. Se pueden
imaginar el resto. El pobre hombre terminará apaleado y vilipendiado, linchado
o, en el mejor de los casos, directamente pisoteado por la masa embravecida,
mientras van en busca de su “libertad”. Pero el pobre tipo tiene toda la razón.
Con el amor pasa
algo así. Es una palabra tan grandilocuente y poderosa, tan estentórea y
sublime, pero a su vez, tan manida (dudo que haya un concepto más usado,
desgastado y enredado a lo largo de la historia) e indefinida, que cada uno la
puede entender de una manera distinta. Y, para colmo, no estar ninguno equivocado.
Su definición ha terminado por desbordarse y desparramarse como el café recién
hecho sobre una servilleta. Sus límites quedan tan difuminados que el
concepto termina por confundirse con nociones cercanas. O peor, denominando
algo que no es.
Volviendo al
ejemplo anterior, para el cabecilla, la libertad del pueblo significa el fin
supremo deseable para su comunidad (eso si entendemos que no hay intereses
personales del susodicho de por medio), pero para el vecino vapuleado, la
libertad es poder dar unas condiciones de vida mínimas a los suyos. Para cualquier
otro hijo de vecino inmerso en la revuelta callejera, podría significar
disponer de las garantías necesarias para poder pensar y expresar sus ideas,
por ejemplo. Y para el tipo que va junto a él, empuñando una estaca y antorcha
en mano, podría significar tener la posibilidad de hacer lo que le dé la real
gana. Y a todas estas expectativas se las etiqueta con la misma palabra: libertad.
Pues con el amor
sucede algo similar. El amor se puede referir a distintos objetos, hacer alusión
a distintas emociones o sentimientos, justificar distintos comportamientos, pero
si disponemos solo de una palabra para hablar de todo eso, indefectiblemente, terminaremos confundidos.
Intentemos
aclararnos un poco.-
El amor
romántico, de pareja, pasional o como quieran llamarlo, es el amor por
antonomasia, entre personas. No obstante, los antiguos griegos, gente cultivada
y reflexiva, distinguían entre eros y filias, el sexual y la
amistad. Todos conocemos el amor paternal, el filial, el fraternal,... Se
pueden amar otros objetos que no son humanos, motivo por el que hemos oído
hablar del amor al dinero, el amor a la guerra y personas que actúan
por amor al arte. La vanidad o el narcisismo serían otro tipo de amor, más
egocéntrico, eso es cierto, en que el objeto es el sujeto mismo. Podemos
mostrar amor incluso a sujetos imposible, por inalcanzables (amor platónico) o
por abstractos (patriotismo).
Si es su interés,
pueden aburrirse buscando taxonomías referidas al amor. Por citar alguna, Steinger
distinguía tres elementos fundamentales: pasión, intimidad y compromiso. En
función del grado en que se combinen resultarían los distintos tipos de amor
(romántico, compañero y fatuo). Si observamos los estilos de amor (Lee, 1973, 1988;Velasco, 2006), existen tres básicos: Eros o erótico,
Pragma o pragmático y Storge o amistoso, y creo que no es muy difícil intuir de
que objeto amoroso trata cada uno. Posteriormente se les añadieron otros tres:
el obsesivo, el lúdico y el altruista.
Personalmente, estas
clasificaciones aumentan mi confusión, más que aclararme nada. Me da la
impresión de que amplían significados, cuando lo que yo quiero es disminuirlos,
reducir la noción a su mínima expresión. Por tanto, e intentando ir a la
esencia, partiré de la base de que el mundo afectivo de los seres humanos se
divide en dos grandes ámbitos: el de los sentimientos y el de los deseos
(necesidades o grandes motivaciones). Afirma José Antonio Marina, que el amor
es un gran deseo acompañado de sentimientos. Me parece más que estimulante e
inspiradora esta definición. La motivación amorosa genera distintas emociones o
sentimientos en función de cómo se van cumpliendo las expectativas que hemos
creado respecto a nuestro objeto amoroso.
Quizá suene a explicación
formulada por un tipo con una bata blanca que se pasa los días encerrado en un
laboratorio, pero deténganse un momento a pensarlo. Cuando una persona va a
visitar a su adorada madre, o se esfuerza por ganar dinero en una operación inmobiliaria,
o tiene la expectativa de disfrutar de su amado/a esa misma tarde, se
generarán sentimientos diferentes en función de que se cumplan o no tales
previsiones. En el primer caso, cuando veo a mi madre, me lucro o abrazo a mi
amada/o, se cumplen mis deseos, y por tanto se disparará en mi interior un
sentimiento de alegría, satisfacción, excitación, confort, etc. Pero en caso
contrario, igualmente nos veremos afectados por las emociones que generará mi
aspiración frustrada: tristeza, abatimiento, impotencia, resignación, o alguna
otra del estilo, según cada persona y circunstancia. La importancia de esto reside
en que las emociones nos informan de nuestro nivel de bienestar, pero además
son las promotoras de la acción. Una vez instaurado un sentimiento, este nos mueve a actuar en uno u otro sentido.
A partir de aquí
se complica bastante la tarea de intentar extraer factor común de todos los
tipos de amor conocidos. Igual no podemos aprehender la raíz de la que parte todo,
pero sí características generales. Gratificante, sugerente, expansivo,
vivificante, luminoso, inspirador,… son algunas. No les aclara mucho ¿verdad? A
mí tampoco.
Probemos a
seguir por otro derrotero. Todos los tipos de amor mencionados son factibles,
posibles, pero no necesariamente compatibles en una misma persona y en un
momento dado. Somos seres limitados y nuestro espacio mental (y por extensión,
sentimental) es no es infinito. Podrá usted compatibilizar tipos de amor (el
maternal casa con casi todos, pero, por ejemplo, el pasional suele ser
excluyente), pero considere que cuanto más tiempo y espacio le dedique a uno de
ellos, más tendencia de este a crecer en su interior, a abarcar más territorio
mental, por tanto, a dejar menos hueco para los otros (cuánto más amor por el
dinero, menos queda para la amistad o amor al arte). Insisto en el punto de que
el sentimiento resultante, le asignemos el epíteto que le asignemos, tiene la
función de “movernos a”, de movilizar nuestra energía, en definitiva, de
hacernos actuar. Todos el esfuerzo y tiempo que dediquemos a satisfacer uno
decrementa el que le podamos a dedicarle a otro. Una lástima que el autor de la
letra del bolero “Corazón loco”, no tuviera una explicación similar a mano.
“Una es el amor sagrado, compañera de mi vida, esposa y madre a la vez. La otra
es el amor prohibido, complemento de mi alma y a la que no renunciaré”, pregona
el cantante. La respuesta al dilema me parece obvia: La incompatibilidad sería
palpable si quisiera a ambas mujeres para cubrir la misma necesidad, que en
este caso podríamos etiquetar como familiar (compañera, esposa y madre). Pero
no es así, cada una de las mujeres aludidas satisface una necesidad emocional distinta
del muchacho. Por eso no son excluyentes de por sí, salvo por los prejuicios
morales del protagonista; y tales prejuicios quedan ya fuera del ámbito del
amor. Veo que termino en el amor romántico más de lo que pretendía. Habrá que dedicarle un post.
Resumiendo: No
solo se trata de que sea un término megahiperpolisémico, si no que presenta serias dificultades
la tarea de asignar a cada tipo de deseo o motivación amorosa que
experimentamos un significado definido, labor que se agrava con las creencias y
normas sociales sobre el amor que hayamos interiorizado durante nuestra crianza
(potenciaran algunas cualidades del amor y/o reprimirán otras). Aun consiguiendo
esto, logrando etiquetar bien mi deseo amoroso (y por tanto, saber qué
necesito), nada me asegura que la persona/s objeto de este (compañero/a,
amigo/a, esposo/a, etc…) haya conseguido lo mismo, de manera que su proceder
sea el más ajustado a su realidad. Y aun habiéndolo hecho, está por ver que
para él tenga la misma intensidad o sea igual de prioritario en su vida como lo
es para mí. Por no mencionar que, a medida que vamos avanzando en la vida,
evolucionamos (o involucionamos, según se mire), e igualmente lo hacen nuestras
motivaciones. De manera que lo que me satisfacía a los 25 puede perfectamente no hacerlos a los 45
años, y a la inversa.
Absolutamente
desconcertante, oiga. Desde luego que si un extraterrestre aparece en nuestro
planeta y le llama la atención nuestra arquitectura motivacional o sentimental,
a poco que observe, empezará a alucinar.
¿Qué
demonios hacemos entonces?
Dado que no
puedo hablar por otra persona que no sea yo mismo, solo puedo contarles cómo
trato de manejar el concepto. Y esto requiere una labor introspectiva, de buscar y rebuscar en su interior. Por mucho
objeto amoroso que haya, se trata esencialmente de usted, no del objeto. Conozca
qué tipo de amor es el que brota de dentro, al que está usted más predispuesto.
O lo que creo que es lo mismo, que tipo de necesidades sentimentales tiene. No
es tarea fácil, entre otras cosas, porque la educación emocional que recibimos
en nuestra infancia brilla por su ausencia. Pero al menos, traten de acotar, de
concretar cada tipo de necesidad que detecten. A partir de aquí, intenten ingeniárselas
para satisfacerla. Igual no disponen de recursos suficientes para conseguirlo,
pero no se agobien. En realidad, no es nada grave; solo humano. ¿Qué otra cosa pueden
hacer acaso? Somos seres con tiempo limitado, recursos limitados, energía
limitada y capacidad de comprensión igualmente limitada. No pueden exigirse
nada más que intentarlo, y no crean que es poca cosa. Pero es lo único
que está en nuestra mano.
Si son capaces
de reconocer en su interior lo que para mí (ya les digo no puedo hablar de la
experiencia que tengan los demás) es la esencia del amor, y me refiero a esa
predisposición abrirse al exterior, a expandirse hacia a los demás, (llámele
tomar contacto, empatizar, compartir, conversar, apoyar, besar, acariciar,
copular, o cualquier otra manera humana, abstracta o aplicada, teórica o
experiencial, de relacionarse), exprésenla. Si además son capaces de comprender
que los demás se encuentran en situación de partida similar a la suya, que
todos somos seres finitos devanándonos los sesos por establecernos en mitad de
la confusión que reina a nuestro alrededor y tratando de hacer algo
constructivo, su capacidad de comprensión se incrementará y con ella también la
de perdonar. Si esto es así tienen una alta probabilidad de sentirse agradecido
con la vida, simplemente por el hecho de estar vivo, por los momentos
disfrutados, por todo lo aprendido, por mil cosas más. Podríamos llamar a este
estado homeostático quizá bienestar emocional, satisfacción con la vida o como mejor les plazca. Pero no lo pierdan de vista. Este es la causa por la que uno briega, lucha y se
esfuerza en la vida. El amor, quizá, no sea más que una forma de alcanzar tal
objetivo.
Me despido
citando las últimas palabras del protagonista de la película “Si la cosa funciona”,
que me parecen muy atinadas para la ocasión:
“Aprovecha todo
el amor que puedas dar o recibir. Toda la felicidad que puedas birlar o
brindar. Cualquier medida de gracia pasajera. Si la cosa funciona. Y no te
hagas ilusiones, no depende de tu ingenuidad humana. Más de lo que te gustaría
admitir, es suerte de tu existencia”.