Tengo una particular predilección por los
conceptos que tienen mala fama o son relegados al
olvido de manera injusta. Y la
ingrata
prensa que tiene el acto de dudar no
puede sino inspirar mi más sincera indulgencia.
Quizá se trate de que me considero un dudador
nato (que no es necesariamente
sinónimo de dubitativo). Pero no deja de sorprenderme el hecho de
que cuando alguien confiesa públicamente
sus dudas sobre un asunto, suscita en
los demás una vaga (o no tan vaga)
sensación de inseguridad, de
inestabilidad o falta de control, que si
nos descuidamos puede remitirnos
a una supuesta
debilidad de carácter. Una veleidad
inadmisible, que parece olvidar que toda
nuestra tradición filosófica, nuestros
progresos sociales y los más reputados hitos históricos de nuestra especie,
arrancan de
este acto.
Si la capacidad de adaptación fue nuestro
mayor éxito como especie, la capacidad de dudar es el mecanismo que
permitió
gestar estos
cambios,
esa evolución. El amplio margen de
maniobra que nos proporciona
nuestro
raciocinio
a la hora de tomar decisiones nos obliga a recopilar
y contrastar,
cotejar entre varias alternativas, esto
es, a dudar, antes
de resolver. Todo
ello con el objetivo,
no de
confundirnos ni desconcertarnos, sino de
facultarnos para adoptar
una decisión mejor.
Cierto. La
duda no es agradable, nos obliga a ocuparnos y
pre-ocuparnos, y entiendo
que pueda
generar, en
ocasiones,
una desapacible
sensación de incomodidad. Pero me
parece obvio
que
nos
ofrece
más ventajas que inconvenientes.
La duda nos permite crecer como personas.
Nos obliga a revisarnos, a nosotros y a nuestras circunstancias.
Posibilita que alcancemos
nuestras propias conclusiones, que no tienen que ser las mismas que
las del resto de personas (o sí).
Incluso estando equivocadas,
las hemos parido nosotros, con nuestro
esfuerzo mental, y aprenderemos de sus
consecuencias. De una manera u otra,
nos sirve para construimos como individuos, en tanto que seres
únicos e irrepetibles, con nuestras propias
virtudes y
defectos, con nuestros aciertos
y contradicciones particulares.
La duda es incómoda, como Windows
Update. Es la actualización de nuestro sistema de creencias y esquemas mentales. No sé si les sucede lo mismo, pero cada vez que
aparece en la pantalla de mi ordenador el clásico mensaje de "Hay
actualizaciones pendientes", siempre me parece que llegan en un
momento inoportuno. No cuesta trabajo suponer que, tras pulsar
afirmativamente a la propuesta, vendrá el engorro
de esperar a que se descarguen, reiniciar el sistema, y a
continuación, esperar a que se instalen. Sin embargo, accedemos a su
propuesta. Y lo hacemos porque somos conscientes de que esa
actualizaciones permitirán al sistema funcionar mejor (al menos, eso
es lo que nos dice el proveedor).
Ante la duda, entiendo que haya personas que
tengan una primera sensación de fastidio. Pero dudar tiene el efecto
de modificar en nuestro raciocinio aquellos esquemas mentales
(programas) que no funcionan, o bien, permite afinar y mejorar los
que funcionan (optimizar). Con la diferencia de que nosotros tenemos
que actualizar nuestra consciencia de forma manual.
Imaginen que sistemáticamente rechazamos las
actualizaciones de Windows. Seguro que son capaces de anticipar las
consecuencias. Antes o después, habría funciones que no podríamos
usar, que serían inútiles. No podríamos incorporar nuevos
programas, más eficientes y prácticos. O directamente el sistema
quedara irremisiblemente obsoleto.
Mírenlo de esta manera: La duda es el coste
que tenemos que pagar por disfrutar de una
inteligencia tan extraordinaria. Si lo ven desde esta
perspectiva, igual les parece un precio razonable. A mi se me antoja
hasta barato, cuando observo los disparates y barbaridades que
cometen personajes publicos relevantes (incluyendo a más de un predidente de gobierno), cuyo funcionamiento mental parece ir a piñón fijo, y llevan
años sin actualizar el sistema operativo de su sentido común.