martes, 1 de octubre de 2019

48#. EL concepto de FELICIDAD es una ficción (aunque hay ficciones muy inspiradoras)

El concepto de felicidad, manido, estrujado y comercializado hasta la saciedad, es una abstracción. Se trata básicamente de una ficción. Sin ofrecer más aclaración, podría parecer que lo acuso de nimio o insustancial, pero no se confundan: vivimos en un mundo de ficciones. 




La primera sugerencia que la noción les traerá a la mente será relativa a alguna categoría del cine o la literatura. Y algo de eso tiene, por que las ficciones son relatos que nos contamos y nos creemos puesto que nos protegen del miedo y la incertidumbre. Miren alrededor suya, en nuestro entorno cercano, y descubrirán que estamos rodeados de ficciones de lo más variadas. Conceptos tan familiares como patria, libertad, democracia no son entidades tangibles ni palpables, sino un acuerdo, una convención que usamos para organizar y ordenar nuestra realidad. El dinero es una ficción y las leyes también. Hace siglos la esclavitud se entendía como normal; hoy entendemos que lo normal es la igualdad de los seres humanos. Cuando sobrevolamos la frontera entre dos países no vemos una raya discontinua separándolos; esa frontera que aprendimos en el colegio es artificial, es una invención consensuada. No obstante, como dice Juan José Millás, el hombre no puede vivir sin ficciones.



La felicidad parte de un hecho real, la experiencia (que todos conocemos) de haber satisfecho una necesidad. Pero si se extrae esta experiencia de su contexto y la reubicamos en mundo simbólico, podemos manipularla; bien ampliándola o perfeccionándola, bien deformándola o tergiversándola. Si yo diseño una casa en mi aplicación informática Photoshop, puedo modificarla a placer. Si soy diestro con el programa, puedo conseguir que parezca bastante real. No solo eso, incluso más atractiva o espectacular que ninguna otra casa de verdad. Pero no está materializada ni es terrenal; no es verdadera. Esta misma impresión me da el concepto comercial de felicidad.




Parto de la base de que el ser humano no está diseñado para la felicidad, puesto que eso supondría un riesgo para nuestra supervivencia (y no pierdan de vista que este es el objetivo esencial e inapelable de nuestro cerebro; no buscar la alegría, el placer o la verdad). Es una ficción intentar alcanzar un estado de felicidad sostenida e inmutable en el tiempo, a pesar de los millones de euros que mueve anualmente este nicho de mercado. No obstante, opino que eso no inhabilita la noción para tomarla como ideal al que tender. Me parece completamente legítimo intentar sentirse lo mejor posible en la vida, eso sí, observando nuestras limitaciones como especie, y sin hacer trampas, como recurrir al consumo de drogas (sean estas sustancias o ideologías).



Al saciar nuestras necesidades alcanzamos el estado de homeostasis. Tenemos suficiente con cubrir dicha carencia, pero podemos intentar ir un poco más allá. Podemos tratar de potenciar las facultades de las que nos valemos (como herramientas) para satisfacerlas, y que por otra parte, nos definen como especie. 




Igual no tengo que estar todo el día patullando por la selva para cazar a mis presas y saciar mi hambre. Pero ya que dispongo de un potencial innato como es la actividad física, ¿por qué no aprovecharlo? Nuestros ancestros debían patearse mucha pradera para sobrevivir, cuando nosotros solo necesitemos llegarnos al mercado más cercano. Y sin embargo, todos los especialistas médicos insisten en la importancia del caminar para nuestra salud, recomendándonos la meta de recorrer 10.000 pasos diarios (al cambio, algo más de 8 kilómetros).
Es posible que a lo largo del día no necesitemos relacionarnos con muchos individuos, pero el trato con personas nos es intrínsecamente gratificante, de manera, que ¿por qué no sacar partido de nuestra naturaleza social ampliando nuestro círculo de amistades? 
Quizá no tengamos que estrujarnos el cerebro en exceso para cumplir con nuestras obligaciones y compromisos cotidianos, pero dado nuestra capacidad mental ¿por qué no aprovecharla para cultivarla y progresar su vertiente artística, racional o espiritual?



En definitiva, la tesis que defiendo es que lo más parecido al concepto de felicidad (al menos que yo conozca) tiene que ver con el proceso de promover y desarrollar nuestras potencialidades como seres vivos, de ejercitar al máximo nuestras capacidades o destrezas, ya sean las físicas, psicológicas, sociales o emocionales.




Hay personas que se entregan al deporte, los hay que lo hacen a una actividad artística y quienes dedican su vida a los demás. Individuos que viven para participar en carreras de ultraresistencia, que dedican su vida a pintar graffitis en las paredes urbanas y quien se larga a un país perdido para colaborar con una ONG. En no pocos casos, esa actividad tan consustancial a su persona les permite ocuparse en algo que entienden como valioso y les hace sentirse plenos. Algunos lo identifican con el sentido de la vida.