El título de
este post, robado impunemente a mi admirado Jose Antonio Marina, puede ser algo
exagerado, pero no es mentira.
Para llevar una
vida feliz es esencial una cierta capacidad de tolerancia al aburrimiento,
decía Bertrand Russell. Una generación que no soporta
el aburrimiento será una generación de hombres de escasa valía, y nos
recordaba que la vida de los grandes hombres sólo ha sido emocionante durante
unos pocos minutos trascendentales en su vida. Esa tolerancia a la frustración,
de la que parecen dotados naturalmente el resto de los mamíferos superiores,
los seres humanos hemos de adquirirla entrenándola; poniéndola en práctica para
fortalecerla. No obstante, mejor que simplemente tolerarlo (que ya tiene su
mérito), podemos hacer algo más útil: usarlo, invertir ese tiempo.
El aburrimiento
es un estado del ánimo, y como tal, no es ni bueno ni malo; sencillamente,
cumple su función. Las emociones sirven para movernos hacia algo. Si se
preguntan hacia qué nos mueve una emoción que se define precisamente por la
ausencia de emoción (entendida aquí en el sentido coloquial del término),
podría sugerirles que hacia su opuesto: hacia lo interesante o motivador.
Cuando nos aburrimos nos sentimos molestos, pero nuestro organismo se encuentra
en la situación idónea para activarse y buscar algo interesante.
¿por qué no tratar a embridar a la bestia y domarla? Aprender a tolerar el aburrimiento y, después, escucharlo, porque podemos aprovechar ese estado de carencial.
Hasta que hube
de arrimar el hombro en los quehaceres familiares bastante joven, recuerdo
haber pasado tardes veraniegas de tedio infantil, larguísimas mañanas dominicales
de aburrimiento, sin disponibilidad de ningún recurso fácil para distraerme,...
Era ahí cuando surgía el aburrimiento, cuando el tiempo interior se estancaba y
se descompasaba con el tiempo exterior, que seguía su ritmo inexorable.
En aquel
entonces carecía de capacidad para saber que sentirse aburrido no es sinónimo de ser consciente de estarlo. Y
sucedía, como con el resto de emociones, que cuando las sentimos, tendemos a
dejarnos llevar por ellas. Aquí es donde debemos ser capaces de realizar una
acrobacia imaginativa, un giro circense sobre nosotros mismos, para vernos
desde fuera y ser conscientes de que ese es nuestro estado motivacional.
Tardé tiempo en
darme cuenta de que mientras fuera capaz de pensar, no había lugar para el
aburrimiento. Porque el aburrimiento es la falta de distracción, pero no de
creatividad. De hecho sucede a la inversa, como afirma Peter Toohey (profesor
de la Universidad de Calgary), quien en un libro al respecto afirma que el
aburrimiento es la antesala de la creatividad.
De manera que mi
infancia transcurrió ingeniándomelas para superar el tedio sin esta conciencia
de que les hablo. Usando un álbum de cromos vacio como agenda, donde en cada
casilla inventaba un juego o dedicado a la elaboración artesana de flipper
(madera, punta y gomas). Usando la enciclopedia (nunca les estaré lo suficientemente
agradecido a mis padres por haber realizado aquella inspiradora inversión en
sabiduría) como un improvisado juego de preguntas, al más puro estilo Trivial. Sin
aburrimiento nunca hubiera recogido aquellas cajas vacías de comercios cercanos
a casa para engarzarlas unas con otras, construir lo que ante mis amigos
presenté como "el submarino". Decenas y decenas de ocurrencias más
fueron posibles gracias a ese tedio.
El aburrimiento
debería servirnos para darnos cuentas de todas las cosas que ignoramos y nos
perdemos mientras nos entretenemos. Si me distraen no salgo de mi pasividad,
pero si pienso y actuo, me convierto en activo y soy artífice de mi propia motivación.
No se conformen con pasar el rato y desperdiciar su tiempo. Escapen del
vaticinio de Russell: «Muchas personas preferirían morirse antes que pensar; en
realidad, eso es lo que hacen»