El paradigma del American Dream, en la actualidad, no pasa de ser un lema caducado, un ensueño (si quieren verlo de forma más poética), que hasta al mismísimo presidente Trump se le está acabando.
Aunque siendo precisos, el amigo Donald no ha estado viviendo exactamente el ideal clásico del sueño americano. Si escarbamos un poco en la historia, aquel principio que prometía prosperidad, alcanzar una vida mejor a base de esfuerzo (sin que importara la clase social o riqueza o cualquier otra circunstancia de la que se proviniera), tuvo sentido en la época de los pioneros y padres fundadores del siglo XVI. Sin nociones de marketing ni publicidad, el lema de "La tierra de las oportunidades" se convirtió en un éxito arrollador que atrajo a miles y miles de colonos a un inmenso continente aún por explorar y explotar.
Hoy día, frases almibaradas como "puedes conseguir todo lo que te propongas" o "solo has de esforzarte y perseverar" están vacías de contenido, habiendo quedado solo para adornar las tazas de Mr. Wondeful. No demonizo este este tipo de sentencias motivadoras, siempre que se entiendan así, como estímulos para activarnos y guiarnos; quizá como ese balón de oxígeno que, en ocasiones, necesitamos para seguir avanzando. Pero es importante ser conscientes que el pensamiento positivo no es ni lo uno ni lo otro.
Una cosa es disponer de la capacidad de modelar nuestro futuro y otra hacernos creer que somos omnipotentes; es distinto constituirte como el protagonista central de tu destino que ser el único artífice. Y es que no podemos eliminar de la ecuación del bienestar, y menos tan alegremente como nos hacen creer, factores determinantes tales como el entorno afectivo del individuo o las circunstancias socioeconómicas en que vive inmerso. En consecuencia, cada vez más pensadores e intelectuales señalando que la libertad, la igualdad, los derechos civiles, y si me apuran, hasta el mismo sistema democrático, llevan años agrietándose, y cada vez es mayor la amenaza de rotura.
Aún así, seguimos sometidos al bombardeo cotidiano de este tipo de mensajes buenistas sin que nadie nos avise de su despiadado reverso. Si después de invertir sudor, sangre y lágrimas en pos de nuestro sueño, despertamos un día y descubrimos que solo fue eso, un anhelo, una fantasía, se nos hunde la vida. Y es que, en ese momento crítico, como vulgar oferta de hipermercado, recibimos dos reveses por el precio de uno: A la desalentadora frustración de no lograr nuestra meta hay que añadir el envenenamiento de sentirnos los únicos responsables de nuestra desdicha.
Pero a todos nos ha seducido alguna vez este paradigma, que fue tergiversado, al mostrar la excepción como si fuera la regla. Todos consideramos admirable el ejemplo de la estrella de cine que escapó de la miseria a base de dedicación, del empresario que de la nada fundó su gran empresa, incluso la prostituta a la que su príncipe azul (recuerden la famosa película de Julia Roberts) saca de su denigrante vida. Todos estos (vuelvo a usar la misma palabra) ejemplos, son solo eso, casos singulares; no todos podemos ser Steve Jobs o Hugh Hefner o Jenifer López. Y menos si no partes de una situación de ventaja socioeconómica.
Este es el error esencial del sueño americano: se presenta como una aspiración colectiva cuando en realidad es un empeño personal. Una competición en la que, como vulgar concurso televisivo, todos los participantes aspiran a ganar, pero solo un candidato será el elegido/a, que además se lo llevará todo. Uno gana, diez fracasan. Con este paradigma se explica la situación actual en que unos pocos privilegiados (apenas el 1% de la población de EE.UU.) acaparan casi toda la riqueza del país, mientras que una inmensa masa social queda confinada por sus limitaciones.
Si el American Dream solo existe para los privilegiados, no nos es válido. La perversión del ideal radica en haberlo llevado a su extremo: aspirar a ser lo más, ganar el máximo de dinero, acumular todo el poder posible... sin reparar que esto va en detrimento del resto de ciudadanos. De manera que ha sido, precisamente, la riqueza extrema la que ha estrangulado al Sueño Americano. Tenemos un culpable y el móvil del asesinato, pero, ¿quién piensa dictar sentencia?
Si quieren mantener vivo el ideal, o mejor dicho, resucitarlo, se necesita con urgencia una reformulación seria del mismo. Llámenme loco, pero...
¿Y si el sueño no fuera que un concursante lo ganara todo, sino que ninguno perdiera? Esto es, que todos ganaran algo, que todos los ciudadanos pudieran cubrir sus necesidades en vez de anhelar entrar en la lista de las mayores fortunas del país.
¿Y si se tratara, básicamente, de reducir la desigualdad social?