domingo, 31 de enero de 2021

60#. Populismos: Hay algo que no es como me están contando

Quizá en los últimos tiempos les haya desconcertado la avalancha de acontecimientos que nos asedian a diario, y quizá, también, hayan tenido la desasosegante sospecha de que nos estamos volviendo locos. Me tranquilizaría confirmarlo, puesto el que nivel de tensión social, que alcanza cotas inéditas de histrionismo, no hace más que espolear en mi cabeza machaconamente una pregunta con la fuerza de un martillo hidraúlico:


Lejos de haber alcanzado una respuesta definitiva, apenas dispongo de unas pistas que me acercan a alguna certeza. Y la más desconsoladora de ellas es comprobar que cada vez se aprovechan más de nosotros, de los ciudadanos. Conste que no estoy realizando una afirmación de perfil negacionista o conspiranoico: es una mera constatación. Qué otra cosa pensar cuando observo que las únicas cartas que recibo son de bancos, empresas eléctricas, aseguradoras, ademas de esporádicas solicitudes de mi voto, por parte los partidos políticos. Si no tienen la molesta sensación de sentirse usados, revisen la cuenta de gastos que tienen a final de mes (impuestos de todo tipo y color, cargos/comisiones a poco que nos descuidemos, pago de variadas cuotas de productos "necesarios",...). La impresión emergente es que a las instituciones u organismos, sean privados o públicos, les intereso exclusivamente por mi carácter de contribuyente, como sujeto susceptible de aflojar la pasta.

Dudo que hayan visto muchas iniciativas que promuevan nuestra protección o bienestar cómo ciudadanos de derecho. Ni siquiera por parte de las instituciones públicas, que son las que deberían de velar por nuestros intereses (de hecho, casi han tenido que institucionalizarse las asociaciones privadas de consumidores a tal efecto). Igual les parece que exagero si digo queme siento vampirizado, pero ningún ente público ejerce acciones legales efectivas contra el curioso sistema de contabilizar la electricidad por las empresas del ramo (cobrándola más cara cuando más la necesitamos), no hay un arrope sólido del estado cuando somos víctimas de estafas tan clamorosas como las famosas hipotecas subprime, o las más desapercibidas claúsulas suelo asociadas a la firma de un préstamo; ni siquiera se cuestiona el simple hecho de que en un préstamo bancario se nos obligue a pagar primero los intereses que el capital prestado.

 

El sistema socioeconómico que rige nuestras vidas hace ya tiempo que empezó a utilizarnos para sus propios fines, pero tengo la angustiante impresión de que han decidido dar un paso (cualitativo) más: ahora tratan de colonizarnos ideológicamente, de controlar nuestras convicciones. Me imagino a alguna privilegiada cabeza pensante, en alguna flamante junta directiva, pensando: ¿Y si además hacemos que luchen por nosotros?

Siempre ha habido ciudadanos moderados y los ha habido exaltados; unos más tolerantes y otros radicales. Los equilibrados, por definición, son estable y razonables, ergo, no son útiles al poder: ¿a quien le interesa un filósofo en mitad de una guerra? Aquella utópica paz social, el fin último al que aspiraban nuestros dirigentes de antaño, se ha disuelto como un azucarillo en el agua. No dejan de surgir dirigentes populista cuyo discurso no se dirige a que simpaticemos con tal o cual ideología (política, religiosa, económica,...), ni convencernos legítimamente con los argumentos veraces; solo buscan adoctrinarnos. El populismo trata de embaucarnos con soflamas y medias verdades, usando la frustración de la ciudadanía (frustración que no tiene nada que ver con los opuestos sino que inherente al sistema) para que luchemos contra quienes no piensan igual que ellos.


Los ciudadanos somos transformados en soldados, nos pertrechan generosamente de munición (eslóganes y sermones, sean verdaderos o falsos) y se nos arenga como a las tropas antes de entrar en combate: Lo que antes era la defensa de un ideal ahora se ha convertido en la exaltación de un candidato. Los miembros de los grupos ideológicamente opuestos se convierten en enemigos sin que nadie se cuestione el porqué de tal hostilidad. Sitúan en el mismo emplazamiento y hora a los partidarios más radicales... Ahí tienen el impresentable asalto asalto al Capitolio de Washington de hace pocos días.

Sin aviso previo, la escala de valores se ha vuelto del revés. El capitán ya no es el último en abandonar el barco. La paz social ha dejado de ser la prioridad para los dirigentes. Y me da la impresión que hasta nosotros mismos hemos sido rebajados de categoría.  

Andémonos con ojo por que igual hemos pasado de ser ciudadanos con pleno derecho a meros adeptos con derecho a voto... y aún no nos hemos percatado del truco.