A veces sucede que me pongo intenso, y además, en una dirección que no me agrada. Sí, me da por ser mal pensado. Siempre he escuchado aquello de "piensa mal y acertarás", aunque soy consciente de que ajustar la psique en modo suspicaz no es particularmente sano para nuestro estado mental, y consiguientemente, emocional. Y sin embargo, cuando evalúo una premisa que (vaya usted a saber por qué se me ha metido en la cabeza), básicamente una inferencia carente de datos objetivos en que apoyarme, pero observo que a medida que se suman indicios, no solo no pierde consistencia sino que más bien parecen confirmar su validez, entonces se me levanta una ceja y se me frunce el ceño.
Un ejemplo de ello, un pensamiento que llevaba tiempo merodeándome la cabeza y se me ha colado hasta la cocina de mi conciencia, tiene que ver con el espíritu cívico que nos inculcan desde pequeños. Si hubiera de enunciarlo sería algo así como: "Tengo la inquietante impresión de que nos educan en la bondad y civismo para después aprovecharse de nosotros".
La cohesión social, fundamento de cualquier comunidad o sociedad, se basa en la confianza que tenemos los individuos del grupo unos en otros. Esta condición permite a la comunidad ser más que la suma de cada uno de ellos. Permite la cooperación y tener una identidad, además de hacernos sentir bien cuando cumplimos los preceptos que nos inculcaron precisamente para disponer de esa estabilidad.
Cuando miro a mi alrededor me encuentro personas que son, esencialmente, buenas. Seres humanos con aspiraciones moderadas y dignas (poder desarrollar una actividad, mantener una familia, alcanzar un nivel de bienestar razonable,...) que cumplen como seres cívicos, y no solo me refiero a pagar sus impuestos religiosamente a la hacienda pública. Por contra, no observo lo mismo en las instituciones públicas que deberían guiarnos en la dirección ética correcta (como la justicia, la política o la religión). Igual me estoy emparanoiando, o simplemente la información que me llega está sesgada, pero estos estamentos cuya misión debía ser limpiar, hacer brillar y dar esplendor a la conciencia cívica están revelándose como lobos con piel de cordero. No es que sean inoperantes, sino que atentan contra el bien común, puesto que parecen haber sido diseñadas para beneficiar a esa sempiterna minoría privilegiada situada en la cima de la pirámide social, más que para la mayoría de individuos, que conformamos la base de la misma.
El bochornoso espectáculo que nos ofrecen nuestros representantes públicos, marrulleando, intrigando y peleándose públicamente como críos en el patio del colegio (y con argumentos bastante similares a estos) no hace más que mermar nuestra confianza en la institución política. Que el propio presidente del tribunal supremo afirmara que la ley está hecha para los robagallinas pero no para aplicarse a los grandes defraudadores es algo más que inquietante, e igualmente asesta otro tajo al tronco de la confianza que tiene la ciudadanía en ella. Los miles de casos de pederastia que en los últimos tiempos se han descubierto en el seno de nuestra omnipresente institución religiosa atentan contra la esencia bondadosa en que (supuestamente) se fundaba la iglesia. Y podríamos seguir sumando ultrajes y perjuicios a ese olvidado factor, tan esencial como constitutivo de nuestra especie, que es el civismo.
Desconozco cuanto tiempo podremos seguir soportando esta descomposición institucional, ni las consecuencias que tendrá sobre la estabilidad social. Pero trato de observar qué tenemos en el otro platillo de la balanza, esa algo que me permita compensar, y el único consuelo que encuentro es saber que un político, juez o religioso corrupto, antes serlo ha debido corromper su persona, su base moral; ha dejado de ser una persona digna, por mucho cargo público o indumentaria oficial que luzca.
Mi padre siempre me dijo que no hay nada mejor que dormir con la conciencia tranquila. No puedo rebatir que me tachen de iluso, incluso naif, pero una persona que traiciona sus preceptos morales (que son los de su comunidad), que es consciente de cómo ha desnaturalizado su ética personal, podrá TENER; acumular y atesorar; pavonearse y ostentar. Lo que no podrá es SER: sentirse a gusto consigo mismo, respetarse a sí mismo, por mucho disfrace su apariencia.
Espero que el insomnio tenga la categoría de severo, y no pueda tratarse por mucho Lorazepam que les prescriban.