El concepto de disociación ha sido ampliamente debatido a lo largo de su historia, y pocos otros han sufrido tal cantidad de cambios de significado. Mientras que todas las definiciones de disociación la aceptan como divisiones de la personalidad, el término ha pasado a significar una amplia gama de alteraciones, entendiéndolo como una ruptura de las funciones de la consciencia, que normalmente están integradas, abarcando memoria, percepción, atención, cognición, emoción, conducta, etc..., incluyéndose además, tanto habituales como las patológicas.
Si bien las manifestaciones menos patológicas se pueden asimilar a fenómenos como el de absorción psicológica (el famoso "quedarse pillado"), fenómenos hipnóticos o la conducta de fantasear, no cabe duda de que los trastornos disociativos, como la amnesia disociativa, fuga disociativa o el trastornos de identidad disociativa, son afecciones severas. Esto implica que requieren de una evaluación precisa e intervención profesional especializada.
No obstante me parece sorprendente, por un lado la cantidad de trastornos psicológicos con los que cursan los síntomas disociativos (diría que casi con cualquier entidad nosológica del manual diagnóstico de trastornos psicológicos, por que se relaciona con el trauma complejo, trastorno de estrés postraumático, trastorno límite de personalidad, trastorno bipolar, esquizofrenia, trastornos de la conducta alimentaria, trastornos depresivos, abuso de sustancias, trastornos de conversión y trastornos de somatización), y casi tanto o más que la dificultad para detectarlos e identificarlos por parte de los profesionales del ramo. Es algo completamente entendible que la sutileza del fenómeno dificulte bastante esta tarea, y precisamente a esto me quería referir, al sofisticado diseño procedimental de la disociación.
Cuando nos enfrentamos a una amenaza para nuestra supervivencia (seres humanos y mamíferos superiores), disponemos de varias estrategias de solución. La más primitiva, y la primera que ponemos en marcha, es la huida (fly). Tiene toda la logica del mundo, puesto que es la más eficiente, y sobre todo, menos arriesgada. Si no es posible escapar, ponemos en marcha la siguiente táctica del repertorio, que es enfrentarnos a la amenaza, pelear (fight). En esta se pone en riesgo nuestra integridad física, recurso crítico donde los haya para cualquier especimen. Si ninguna de estas dos son factibles, la tercera vía es la conducta de congelación o parálisis (freeze).
Es aquí donde me dejan maravillado los vericutetos que un sistema nervioso complejo puede armar para incrementar su capacidad para la supervivencia. La conducta de congelación no se trata de un desmayo, ni tampoco es un colapso. El organismo queda sin movimiento, paralizado, pero, paradójicamente, permanece activo, se mantiene la tensión muscular y la energía aumenta. Cuando los mamíferos superiores son víctimas y quedan sin opciones de sobrevivir, tratan de pasar desapercibidos, dejan de ser centro de atención; como si quisieran que el depredador pensara que se ha rendido, que está cazado. Esta estrategia le permite jugar un último as en la manga: escapar del agresor, activando toda la energía acumulada, en cuanto este se descuide, incluso estando ya en sus fauces.
Una estrategia evolutiva de un refinamiento admirable, que se me antoja paralela al proceso de disociación, pero en esta ocasión, solo a nivel de funciones superiores. Cuando nos hallamos en una situación que nos desborda emocional y psicológicamente, es probable que tratemos de solventarla poniendo en práctica la solución más simple, esto es, el escape o huida (evitación experiencial, en términos clínicos). Si no podemos eludirla, y el comportamiento de enfrentamiento o lucha no es apropiado (algo bastante frecuente en muchas situaciones sociales), nuestra mente busca otra forma de "salir de allí" y lo hace disociándose. Físicamente permanecemos, pero psicológicamente hemos huido. Un mecanismo de defensa eficiente, y en mi opinión, tan ingenioso como elegante, si se me permite los términos, en su diseño.
En los seres humanos, escapar de la realidad no sea seguramente la dirección a seguir, puesto que no nos fortalece, pero no es menos cierto que en hay situaciones traumáticas en que solo disponemos de este recurso. Las ventajas me parecen obvias: aporta un alivio, aunque sea temporal; nos desconecta de la situación estresante y se logra algo de serenidad, permitiendo, cuando la situación traumatizante es continua e inescapable, convivir con ella, soportarla en el día a día.
No es la solución ideal puesto que esta estrategia protectora, mantenida en el tiempo, termina por convertirse en un trastorno en sí. Pero, en tanto la persona puede encontrar una solución real a su circunstancia traumatizante, como mecanismo adaptativo que es, permite manejarse en un entorno hostil, ir tirando, sobrevivir.