Las vulnerabilidades humanas tienen muy mala prensa, y es cierto que no son algo de lo que solamos sentirnos particularmente orgullosos. No solemos estar satisfechos de ser introvertidos, testarudos, infantiles o desorganizados... además de que, el sistema de valores imperante promueve que denostemos aún más nuestros defectos y nos avergoncemos de ellos, al apremiarnos a alcanzar la figura del superhombre (o supermujer).
Estarán tan hartos como yo de encontrar a gente que solo muestra sus aspectos más brillantes, su faceta triunfadora. Y sin embargo, es indiscutible el hecho de que esas debilidades existen, de que todos las tenemos, y de que, además, son inexorables. No hay ser humano que no las tenga, de forma que quien quiera convencernos de que es perfecto, nos está mintiendo y, lo peor, se está mintiendo a sí mismo.
El quid del asunto es que si nuestras vulnerabilidades son sustanciales a nuestra estructura psicoemocional, igual existe un motivo para ello. Igual nuestras flaquezas tienen un sentido. Igual esas debilidades no lo son tanto.
Hago un inciso. Uno de mis primeros trabajos, muchos años atrás, fue en una administración publica. En los primeros días, y en tanto me llegaba el trabajo, me dediqué a examinar la única herramienta que había en aquel minidespacho. El ordenador personal cargaba el clásico Windows 95, y después de explorar todas las carpetas y directorios observé que muchos de ellos no servían para nada y ocupaban muchísimo espacio. Así que en un arrebato de orden y organización, borré todos aquellos que no tenían un nombre con función clara.
Cuando intenté reiniciar el aparato, no funcionaba. Preocupado, pedí ayuda al funcionario más versado en el asunto informático, y quedó tan extrañado como yo de que el pc ni siquiera se encendiera. Cuando me preguntó que era lo último que había hecho, se llevó las manos a la cabeza: "Tío, te has cargado el sistema operativo", sentenció.
Aunque yo no pudiera identificar su función, aunque me parecieran basura que ocupaba mucho espacio en mi ordenador,... todas aquellas carpetas y directorios que eliminé sustentaban los programas informáticos tan necesarios para mí y que podía usar con tan solo pulsar el botón "on".
Traigo a colación esta anécdota por que el paralelismo me parece claro: la función de nuestras vulnerabilidades puede pasarnos inadvertida, pero es esencial para el funcionamiento de nuestra psique. Y su cometido es hacernos más humanos, por que sin nuestras debilidades no podríamos tener las cualidades que más nos humanizan (no seríamos bondadosos, ni empáticos, ni compasivos,...). Quizá nuestras vulnerabilidades nos hacen personas más ponderadas y estables, por que nos ayudan a equilibrar precisamente esa otra faceta (tan popular) de nuestras fortalezas. Y eliminarlas, en el supuesto caso de que pudiéramos hacerlo, nos dejaría como la balanza a la que le quitamos uno de los platillos.
No existe moneda que no tenga dos caras. Nuestra vulnerabilidades no son más que la otra cara de la moneda, pero están ahí por que tienen un sentido. La condición humana consiste en ser vulnerable, consiste en estar receptivos y abiertos a la vida, a lo que no suceda en ella, sean eventos constructivos, destructivos o neutros.
En el momento en que somos conscientes y aceptamos nuestra vulnerabilidad, quedamos liberados del miedo a equivocarnos y a autoexcluirnos, aportándonos la necesaria sensación de seguridad y confianza en nosotros mismos.
Nos permite reconocernos como seres humanos, y nos exime de la aplastante responsabilidad de ser brillantes en todo momento, la obligación de ser perfectos. En este sentido, nos libera y permite reclamar el derecho a existir y ser como somos.
En definitiva, asumir nuestras vulnerabilidades nos concede el derecho a reconocemos como seres imperfectos, pero completos.