Frente al "qué será, será", que decía la canción, referido al devenir de la propia vida, encontramos la no menos relevante "quien soy yo" de cada individuo. Quizá la pregunta de cuál será mi futuro no sea el interrogante esencial, sino "cómo soy yo".
En buena lógica, nuestro futuro nos ocupa y preocupa, deseamos conocer cual será nuestro porvenir, cómo será nuestra vida (más interés cuanto más joven se sea), sin reparar que ese destino está determinado en gran parte por el ahora, por el cómo somos. El razonamiento es simple y matemático: conociendo el punto de partida y el de final, se puede trazar la línea que más nos interese entre ambas (o al menos, intentarlo).
«Conócete a ti mismo», es ese lema que encontramos en cualquier galletita de la suerte o libro de autoayuda o estado de cualquiera de las redes sociales, era la leyenda que relucía en el frontispicio del templo de Apolo. Y según dice la leyenda, no se debía pedir un vaticinio sobre nuestro futuro a los dioses sin antes haber ejercitado la tarea de explorarse e interrogarse a uno mismo. Ahora se le llama autoconocimiento, y es uno de los pilares de la inteligencia emocional, aunque de toda la vida ha sido una condición sine qua non para ser una persona cabal y responsable de sus propios actos (y pensamientos).
No es menos cierto que el entorno social en que vivimos actualmente ayuda poco a tomar conciencia de la relevancia de la introspección. En realidad, no solo no ayuda sino que nos desvía y opaca la ineludible necesidad de descubrirnos interiormente. Los mensajes que nos llegan por vía virtual (y también presencial) actúan en nosotros como una fuerza centrífuga, no centrípeta: nos instan a tener más que a ser, a disfrutar más que reflexionar, a interesarnos por vidas ajenas más que por la propia. Esto supone un serio obstáculo para nuestro desarrollo como personas, puesto que nos distrae de nuestra responsabilidad más esencial, que es saber quienes somos, o al menos, saber cómo somos.
Llámenme mal pensado, pero igual es que a los inaprensibles entes que dirigen el entorno social (en particular, el mercado) no les interesa que dispongamos de capacidad crítica, que alcancemos la mayor madurez posible. Y sigo denunciando la dejación de funciones de la inmensa mayoría de estados y gobiernos en este aspecto sustancial. Las instituciones no solo dejaron de proteger a sus ciudadanos, sino que además, también han dejado de servir de guía de conducta, como ha sucedido en cualquier sociedad hasta que se apoderó de ella el libremercado, capitalismo o como quieran denominarlo.
Aunque no dejen de cantarnos las virtudes del individualismo, y efectivamente estén logrando que cada sujeto vaya exclusivamente a sus intereses, nuestra fuerza como ciudadanos reside (como en las gacelas, sardinas y hormigas) en el grupo. Cuanto más unida una comunidad, menos vulnerable a influencias interesadas que limitan su desarrollo para aprovecharse de sus individuos. De hecho, el aforismo el que partíamos, Aristóteles lo entendía relacionado con la ayuda a los demás. "Conócete a ti mismo, para, sabiendo en que eres bueno, puedas dar lo mejor de ti a la sociedad".
De manera que conocer como funciona cada uno se convierte en obligación de cada individuo: comprenderse, aceptarse, identificar nuestros sentimientos y entender las razones que nos mueven para no dejarnos arrastrar por nuestras pasiones o vanidades. Por que solo así podrá orientar su vida y escribir su propia respuesta al interrogante del "qué será será".