jueves, 31 de octubre de 2024

94#. Esa libertad de la que usted me habla

La palabra libertad, como tantos otros valores esenciales, ha ido sufriendo un deterioro progresivo con el paso del tiempo, que se ha convertido en alarmante en los últimos tiempos. Me refiero a ese término del que se han apropiado aquellos que detentan algún tipo de poder (económico, político, mediático, etc.), y usan para investirse del sagrado significado que tenía este concepto, para así proceder manipularlo, tergiversado, y acabar impunemente por prostituirlo.




Canciones populares, héroes históricos o legendarios, jefes aviesos, políticos populistas,... abusan, explotan y esquilman el término con total impunidad para lograr sus espureos objetivos, con tan despreocupada desfachatez que nos indica la nula conciencia que tienen del daño que infligen a este sacrosanto valor. Por que esa libertad de la que nos hablan se parece más al concepto de libertinaje, lo que en el caso de más de una figura gubernamental, convierte su propuesta política en pura demagogia.

En su sentido más popular, la libertad es la capacidad para ser dueños de nuestro comportamiento, sin ningún tipo de coerción, obligación o manipulación. Dicho esto, y en cuanto se termina de leer la frase, se concluye que esta libertad es, obviamente, imposible. No solo por los condicionantes biológicos a que estamos sujetos (no, no puedo ser libre como el viento, sencillamente por que el viento no lo es, aunque a los Chungitos se lo pareciera en aquella canción), sino también por las limitaciones personales que nos impone pertenecer en una comunidad, donde hay que convivir con otros iguales, y por tanto observar unas normas de comportamiento que permitan la interrelación y la libertad. Y ahora sí, hablamos de una libertad factible: la que es responsable, la que respeta la del otro; la máxima libertad posible que permita la convivencia equilibrada entre iguales.





Pero supongamos, como propone más de un demagogo/a, que alguien consiguiera ser completamente libre (sea lo que sea que signifique eso). Llevado a sus último extremo, ¿estamos seguros de las consecuencias que tendría a largo plazo? Entiendo que ese individuo no tendría que deberse a nada ni a nadie, no estaría sometido a ninguna ley, podría hacer lo que le viniera en gana,… En principio podría parecer el retiro dorado de un recién jubilado, y durante los primeros días o semanas no les digo yo que no tuviera su encanto. Pero pasados los meses, transcurridos los años, sintiéndose descarada, absoluta y omnipotentemente libre, ¿qué habría conseguido? Muy probablemente alcanzar el aburrimiento y tedio consecuente a haber transformado esa libérrima vida en una rutina. Pero esto no sería lo peor.

Una persona con libertad omnímoda, sin restricciones ni consecuencias, vería desbordarse su egoísmo al priorizar sus propios deseos y necesidades sobre la de los demás, pudiendo actuar de manera antisocial (incluso criminal), y sería víctima fácil del hedonismo (que alcanzaría excesos de todo tipo, sean comida, bebida, drogas, sexo,…), por no hablar del aislamiento al que le conduciría no corresponder al compromiso que conlleva cualquier relación social sana, sin descartar que (al igual que los peores ejemplos de los antiguos emperadores romanos) al temer que los demás pudieran atentar o restringir su libertad desarrollara un sesgo paranoico .

Vivir presupone estar limitado, y esos límites son necesarios por que nos ayudan a reconocernos como seres individuales, diferenciados de los demás. En este sentido, los límites nos acercan a la libertad más que lo contrario, por que se trata del respeto a la libertad de todos.




La libertad absoluta, sin compromiso ético alguno, lleva a comportamientos destructivos y autodestructivos, contra el propio individuo y contra la sociedad a la que pertenece. La idea de ser totalmente libre es una trampa, es un engaño. Como decía Viktor Frankl, la libertad absoluta no existe, por que siempre es una libertad condicionada.