Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando los que te
rodean
la han perdido y te culpan a ti.
Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también aceptar que tengan dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no dejas lugar al odio
Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.
Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes experimentar el triunfo y la derrota,
y tratar a esos dos impostores exactamente igual.
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.
Si puedes hacer un montón con todas tus ganancias
y arriesgarlas a una sola tirada;
y perderlas, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,
a cumplir con tu deber mucho después de haberlos agotado,
y resistir cuando ya no te queda nada
más que la voluntad de decirles: "¡Resistid!".
Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
o caminar junto a reyes, y no perder el buen sentido.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el inexorable minuto
con una trayectoria de sesenta valiosos segundos
Tuya es la tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más:
Llegamos a un mundo que ya estaba hecho, que sigue
construyéndose mientras estamos vivos, y continuará evolucionando cuando nos
vayamos. De manera que, una vez aquí plantados tenemos la opción de aportar
algo a esa construcción. Podemos estar de acuerdo y continuar con los planos
que nos facilitaron (educación) o podemos disentir, discrepar, y decidir
cambiarlo (revolución). Pero sea cual sea nuestra decisión, me parece
fundamental echarle un vistazo a esos planos, es decir, interesarse por saber
cómo funciona el mundo en que estamos.
Quizá la norma más importante que
he aprendido sobre las reglas de juego de la vida es la enunciada en el título:
La realidad siempre manda.
Es algo que me parece obvio. No
digo que me guste (ya quisiera yo que fuera la realidad la que se amoldara a
mis necesidades, gustos y apetencias). Pero me parece algo no solo evidente,
sino empíricamente demostrable. La realidad siempre tiene la última palabra. Y
hemos de adaptarnos a ella. Recuerden que precisamente la adaptabilidad es la
destreza que nos ha hecho llegar a de ser la especie dominante de este planeta
(un honor algo dudoso). De manera que saber como funciona me parece esencial.
Cuando conocemos las reglas del juego es cuando podemos aprender a jugar.
Y sin embargo, no todo el mundo
se aviene a creerlo.
No termino de ver esa convicción alrededor. Encuentro
muchas personas que funcionan con normas distintas (probablemente aprendidas
durante el proceso educacional de su sociedad), que a veces son incongruentes
con las reglas de la realidad. El resultado es que en muchos casos tratan de no
encararse con la realidad (inexorable, según Hermman Hesse), intentando
negarla, esquivarla o disfrazarla. Y me temo que eso es un error que se paga
antes o después.
Pensamos que la vida es difícil,
dura en ocasiones. Y no nos falta razón.
De lo que igual no somos
conscientes es de que la vida no solo es dura sino que puede ser jodidamente
cruel. Pero todo depende del punto de referencia, de con qué o quien nos
comparemos.
Recuerden cualquier documental que hayan visto del
National Geografic. Imagínense que viven en la selva. Olvídense pues de todo el
tinglado social que nos protege cotidianamente.
Aquí tienen una casa, alquilada o
en propiedad. Quizá la han perdido a causa de la crisis, pero les queda la de
algún familiar. Aunque no fuera así, siempre les quedan recursos sociales que
pueden proveerle de alguna estancia donde vivir o dormir. De acuerdo,
supongamos que tampoco, póngase en lo peor. Tiene que dormir en un cajero
automático, como tantos homeless que hay en nuestro país. Pero puede mantenerse
con vida, sobrevivir.
Quizá no les parezca mucho, pero
en la sabana no hay donde esconderse. La gacela nunca tuvo casa, ni alquilada
ni en propiedad, ni dispone de familiares que la acojan, ni dispone de
instituciones o servicios públicos que puedan protegerla. De hecho, ni siquiera
puede resguardarse en un cajero porque no los hay. Vive a la intemperie, al
descubierto (haga viento, frío, llueva o truene), lo que significa que en
cualquier momento, del día o la noche puede aparecer un depredador y acabar con
ella.
Por muy mala que sea nuestra
situación, usted difícilmente se encontrará con un león en mitad de la calle
que le devore.
Continúo con el símil animal. Si
uno va paseando por el campo y de pronto se encuentra un toro de lidia delante,
quizás no tenga muchas opciones para salir airoso del atolladero. No tenemos
más remedio que tratar de afrontar el peligro con lo puesto. Abrimos
instantáneamente el abanico de posibilidades (siempre escaso, lamentablemente)
y elegimos alguna de esas posibles alternativa de solución.
A) Una posibilidad de
resolución sería taparse los ojos. Es lo que hacíamos cuando éramos pequeños y
temíamos al hombre del saco. En este caso estamos negando la realidad.
No, realmente no creo que la intención de la persona que ejecuta esta
estrategia sea solucionar el problema. Más bien parece la exteriorización de un
deseo. No me agrada la realidad, por tanto no la miro y así no me afecta.
Quiero creer que de esta manera el problema desaparece. Actuar así suele ser
fruto de la impulsividad, y se elige simplemente porque es la alternativa más
rápida, fácil y cómoda. Porque efectiva lo que se dice efectiva no se puede
decir que sea.
Cuando uno da la espalda a un
problema, este suele volver (antes o después), normalmente corregido y
aumentado. Si no vuelve, es que realmente no merecía etiquetarse como problema
(un problema que se soluciona solo no es tal). De manera que, si obviamos al toro,
podría ser que finalmente no nos embistiera. Pero será pura casualidad o
suerte. No hay ningún mérito ni habremos aprendido nada. No habremos resuelto
dificultad alguna, aunque también les digo que no seré yo quien les recomiende
enojar al bicho o buscarle las cosquillas para enfrentar el embrollo.
B) También podemos confiar
en que el animal no nos ataque. Podemos inventar (imaginar) una explicación más
o menos elaborada para evitar enfrentarnos a él. Que sé yo, pensar que forma
parte de la naturaleza como nosotros. Que es un animalito del Señor. Que no le
hemos hecho ningún daño, o que, en definitiva, no tiene motivos para atacarnos.
Esta creencia responde al modelo humano pero no al modelo de comportamiento
animal. Podemos quizá pensar que es un buen momento para trabar amistad con un
animal salvaje, pero créanme, esto al toro le trae al fresco. Al respecto se me
ocurre citar al activista, ecologista y documentalista Timothy Treadwell, que
murió devorado por uno oso grizzly con los que había convivido durante 13
veranos en el Parque Nacional de Katmai, desoyendo las reglas de seguridad que
imponía el parque.
En este caso, lo hagamos de
manera consciente o inconsciente, estamos malinterpretando la realidad, y a
causa de esto, confundiéndonos. No sé si llamarlo tergiversación o simple
engaño, pero disfrazamos la realidad. Y al no jugar conforme a las
reglas de la naturaleza nos arriesgamos a no ver con claridad el problema, y es
muy difícil resolver un problema que no está bien definido. Si el bicho se arranca,
por mucho que queramos hacerle entender que pretendemos ser su amigo, o que no
tiene que temer nada de nosotros,… me temo que nos va a pegar una monumental
cornada.
C) En definitiva, de las posibles alternativas con
que contamos, entiendo que la más acertada es enfrentarse al hecho, a la
realidad. Si creemos que estamos frente a un animal salvaje, que tiene sus
instintos, que no se rige por las mismas normas sociales que nosotros, y que
igual no le interesa hacer amigos, estamos acotando bien el problema y
entendiéndolo de forma veraz. Esto no nos asegura que nos libremos de la
embestida del morlaco, pero nos permite buscar una solución más efectiva.
Quizá podamos pensar en correr. Dependerá de que el
terreno nos sea propicio, aunque, recuerde que usted es un dominguero
cualquiera dando un bucólico paseito. Y ese “animalito” conoce bien el terreno
porque se ha criado y vive precisamente en él.
Quizá en subirnos a un árbol. Dependerá de si hay árbol
disponible, aunque igual habría que pensar también como solucionaremos el
problema posterior de estar allí encaramados con un toro debajo esperándonos.
Pero al menos, salvamos el primer corte.
Quizá incluso quitarnos el jersey y tratar de emular a
Platanito. “La gente se mondaba de la risa hasta cuando me ponía a torear en
plan formal. Iban a verme para cachondearse, pero conmigo se divertían” decía
el pobre torero.
Esta última me parece la más resolutiva, pero eso no
significa que sea la más atinada. Siempre va a depender de las circunstancias
del momento. Pero en cualquiera de estos casos, son propuestas dirigidas a
resolver, no a evitar. Eso ya es un acierto. Estamos aceptando e interpretando
las reglas del juego, a pesar de que no tengamos muy claro cual de las opciones
tiene más probabilidad de éxito.
Trasladen estos ejemplos a la vida real. Traten de
interpretar su vida de la forma más realista posible.
Si un jugador de fútbol declara que se siente emocionado
porque el club le renueve su contrato y lo etiqueta de un “bonito gesto”, está
confundiendo una relación contractual con una relación sentimental. El club no
le quiere porque sea un chico muy majo, agradable y detallista. Le quiere
porque le interesan sus servicios. AL igual que el jugador quiere al club
porque satisface sus necesidades. En el momento que la directiva encuentre una
mejor opción, se acabará la relación. Interpretada en clave sentimental será
sentida como un abandono; en clave profesional, una etapa más. Y hay una
diferencia en como se deja sentir una y otra. Creo recordar que en la
naturaleza a este tipo de relaciones se les llamaba simbiosis.
Si yo le digo a mi gato o perro que no ataque a las
gallinas, que eso está muy feo, y que su comportamiento es muy pero que muy desagradable, estoy
cometiendo un error. Primero pensando que el animal está comprendiendo mis palabras como si fuera un ser humano.
Segundo, porque no estoy entendiendo que el instinto animal es el que guía ese
comportamiento. El instinto ancestral de ese animal está diseñado para atacar o
cazar a sus presas. Eso sí, lo que puedo lograr es amaestrarlo, domesticarlo y forzar
a que reprima tales instintos. Pero difícilmente se consigue esto con una
reprimenda. Si cuando vuelva a casa me encuentro las gallinas destrozadas, es
muy posible que castigue severamente al perro. Pero la culpa no es suya. Es mía.
Si yo pierdo un familiar en un accidente de tráfico, el
impacto emocional pude ser brutal. Y sin embargo, sabemos que hay accidentes de
tráfico todos los días. Fallecen personas todos los días. Alguna vez puede
tocarnos. Pero preferimos no pensar en ello (a pesar de la acertada crudeza de
los anuncios en televisión de la Dirección General de Tráfico). La sociedad
sigue manteniendo el concepto de muerte como tabú (la muerte no vende, y eso,
en una sociedad consumista es una grave defecto) y por tanto no promueve el que estemos
medianamente preparados para aceptar este tipo de mazazos.
Para concluir, e intentando sintetizar lo expuesto, les
daría la recomendación que yo mismo me aplico (no podría ser de otra forma):