Llegamos a un mundo que ya estaba hecho, que sigue construyéndose mientras estamos vivos, y continuará evolucionando cuando nos vayamos. De manera que, una vez aquí plantados tenemos la opción de aportar algo a esa construcción. Podemos estar de acuerdo y continuar con los planos que nos facilitaron (educación) o podemos disentir, discrepar, y decidir cambiarlo (revolución). Pero sea cual sea nuestra decisión, me parece fundamental echarle un vistazo a esos planos, es decir, interesarse por saber cómo funciona el mundo en que estamos.
Quizá la norma más importante que he aprendido sobre las reglas de juego de la vida es la enunciada en el título: La realidad siempre manda.
Es algo que me parece obvio. No digo que me guste (ya quisiera yo que fuera la realidad la que se amoldara a mis necesidades, gustos y apetencias). Pero me parece algo no solo evidente, sino empíricamente demostrable. La realidad siempre tiene la última palabra. Y hemos de adaptarnos a ella. Recuerden que precisamente la adaptabilidad es la destreza que nos ha hecho llegar a de ser la especie dominante de este planeta (un honor algo dudoso). De manera que saber como funciona me parece esencial. Cuando conocemos las reglas del juego es cuando podemos aprender a jugar.
Y sin embargo, no todo el mundo se aviene a creerlo.
No termino de ver esa convicción alrededor. Encuentro muchas personas que funcionan con normas distintas (probablemente aprendidas durante el proceso educacional de su sociedad), que a veces son incongruentes con las reglas de la realidad. El resultado es que en muchos casos tratan de no encararse con la realidad (inexorable, según Hermman Hesse), intentando negarla, esquivarla o disfrazarla. Y me temo que eso es un error que se paga antes o después.
Pensamos que la vida es difícil, dura en ocasiones. Y no nos falta razón.
De lo que igual no somos conscientes es de que la vida no solo es dura sino que puede ser jodidamente cruel. Pero todo depende del punto de referencia, de con qué o quien nos comparemos.
Recuerden cualquier documental que hayan visto del National Geografic. Imagínense que viven en la selva. Olvídense pues de todo el tinglado social que nos protege cotidianamente.
Aquí tienen una casa, alquilada o en propiedad. Quizá la han perdido a causa de la crisis, pero les queda la de algún familiar. Aunque no fuera así, siempre les quedan recursos sociales que pueden proveerle de alguna estancia donde vivir o dormir. De acuerdo, supongamos que tampoco, póngase en lo peor. Tiene que dormir en un cajero automático, como tantos homeless que hay en nuestro país. Pero puede mantenerse con vida, sobrevivir.
Quizá no les parezca mucho, pero en la sabana no hay donde esconderse. La gacela nunca tuvo casa, ni alquilada ni en propiedad, ni dispone de familiares que la acojan, ni dispone de instituciones o servicios públicos que puedan protegerla. De hecho, ni siquiera puede resguardarse en un cajero porque no los hay. Vive a la intemperie, al descubierto (haga viento, frío, llueva o truene), lo que significa que en cualquier momento, del día o la noche puede aparecer un depredador y acabar con ella.
Por muy mala que sea nuestra
situación, usted difícilmente se encontrará con un león en mitad de la calle
que le devore.
Continúo con el símil animal. Si
uno va paseando por el campo y de pronto se encuentra un toro de lidia delante,
quizás no tenga muchas opciones para salir airoso del atolladero. No tenemos
más remedio que tratar de afrontar el peligro con lo puesto. Abrimos
instantáneamente el abanico de posibilidades (siempre escaso, lamentablemente)
y elegimos alguna de esas posibles alternativa de solución.
A) Una posibilidad de resolución sería taparse los ojos. Es lo que hacíamos cuando éramos pequeños y temíamos al hombre del saco. En este caso estamos negando la realidad. No, realmente no creo que la intención de la persona que ejecuta esta estrategia sea solucionar el problema. Más bien parece la exteriorización de un deseo. No me agrada la realidad, por tanto no la miro y así no me afecta. Quiero creer que de esta manera el problema desaparece. Actuar así suele ser fruto de la impulsividad, y se elige simplemente porque es la alternativa más rápida, fácil y cómoda. Porque efectiva lo que se dice efectiva no se puede decir que sea.
Cuando uno da la espalda a un problema, este suele volver (antes o después), normalmente corregido y aumentado. Si no vuelve, es que realmente no merecía etiquetarse como problema (un problema que se soluciona solo no es tal). De manera que, si obviamos al toro, podría ser que finalmente no nos embistiera. Pero será pura casualidad o suerte. No hay ningún mérito ni habremos aprendido nada. No habremos resuelto dificultad alguna, aunque también les digo que no seré yo quien les recomiende enojar al bicho o buscarle las cosquillas para enfrentar el embrollo.
B) También podemos confiar en que el animal no nos ataque. Podemos inventar (imaginar) una explicación más o menos elaborada para evitar enfrentarnos a él. Que sé yo, pensar que forma parte de la naturaleza como nosotros. Que es un animalito del Señor. Que no le hemos hecho ningún daño, o que, en definitiva, no tiene motivos para atacarnos. Esta creencia responde al modelo humano pero no al modelo de comportamiento animal. Podemos quizá pensar que es un buen momento para trabar amistad con un animal salvaje, pero créanme, esto al toro le trae al fresco. Al respecto se me ocurre citar al activista, ecologista y documentalista Timothy Treadwell, que murió devorado por uno oso grizzly con los que había convivido durante 13 veranos en el Parque Nacional de Katmai, desoyendo las reglas de seguridad que imponía el parque.
En este caso, lo hagamos de manera consciente o inconsciente, estamos malinterpretando la realidad, y a causa de esto, confundiéndonos. No sé si llamarlo tergiversación o simple engaño, pero disfrazamos la realidad. Y al no jugar conforme a las reglas de la naturaleza nos arriesgamos a no ver con claridad el problema, y es muy difícil resolver un problema que no está bien definido. Si el bicho se arranca, por mucho que queramos hacerle entender que pretendemos ser su amigo, o que no tiene que temer nada de nosotros,… me temo que nos va a pegar una monumental cornada.
C) En definitiva, de las posibles alternativas con que contamos, entiendo que la más acertada es enfrentarse al hecho, a la realidad. Si creemos que estamos frente a un animal salvaje, que tiene sus instintos, que no se rige por las mismas normas sociales que nosotros, y que igual no le interesa hacer amigos, estamos acotando bien el problema y entendiéndolo de forma veraz. Esto no nos asegura que nos libremos de la embestida del morlaco, pero nos permite buscar una solución más efectiva.
Quizá podamos pensar en correr. Dependerá de que el terreno nos sea propicio, aunque, recuerde que usted es un dominguero cualquiera dando un bucólico paseito. Y ese “animalito” conoce bien el terreno porque se ha criado y vive precisamente en él.
A) Una posibilidad de resolución sería taparse los ojos. Es lo que hacíamos cuando éramos pequeños y temíamos al hombre del saco. En este caso estamos negando la realidad. No, realmente no creo que la intención de la persona que ejecuta esta estrategia sea solucionar el problema. Más bien parece la exteriorización de un deseo. No me agrada la realidad, por tanto no la miro y así no me afecta. Quiero creer que de esta manera el problema desaparece. Actuar así suele ser fruto de la impulsividad, y se elige simplemente porque es la alternativa más rápida, fácil y cómoda. Porque efectiva lo que se dice efectiva no se puede decir que sea.
Cuando uno da la espalda a un problema, este suele volver (antes o después), normalmente corregido y aumentado. Si no vuelve, es que realmente no merecía etiquetarse como problema (un problema que se soluciona solo no es tal). De manera que, si obviamos al toro, podría ser que finalmente no nos embistiera. Pero será pura casualidad o suerte. No hay ningún mérito ni habremos aprendido nada. No habremos resuelto dificultad alguna, aunque también les digo que no seré yo quien les recomiende enojar al bicho o buscarle las cosquillas para enfrentar el embrollo.
B) También podemos confiar en que el animal no nos ataque. Podemos inventar (imaginar) una explicación más o menos elaborada para evitar enfrentarnos a él. Que sé yo, pensar que forma parte de la naturaleza como nosotros. Que es un animalito del Señor. Que no le hemos hecho ningún daño, o que, en definitiva, no tiene motivos para atacarnos. Esta creencia responde al modelo humano pero no al modelo de comportamiento animal. Podemos quizá pensar que es un buen momento para trabar amistad con un animal salvaje, pero créanme, esto al toro le trae al fresco. Al respecto se me ocurre citar al activista, ecologista y documentalista Timothy Treadwell, que murió devorado por uno oso grizzly con los que había convivido durante 13 veranos en el Parque Nacional de Katmai, desoyendo las reglas de seguridad que imponía el parque.
En este caso, lo hagamos de manera consciente o inconsciente, estamos malinterpretando la realidad, y a causa de esto, confundiéndonos. No sé si llamarlo tergiversación o simple engaño, pero disfrazamos la realidad. Y al no jugar conforme a las reglas de la naturaleza nos arriesgamos a no ver con claridad el problema, y es muy difícil resolver un problema que no está bien definido. Si el bicho se arranca, por mucho que queramos hacerle entender que pretendemos ser su amigo, o que no tiene que temer nada de nosotros,… me temo que nos va a pegar una monumental cornada.
C) En definitiva, de las posibles alternativas con que contamos, entiendo que la más acertada es enfrentarse al hecho, a la realidad. Si creemos que estamos frente a un animal salvaje, que tiene sus instintos, que no se rige por las mismas normas sociales que nosotros, y que igual no le interesa hacer amigos, estamos acotando bien el problema y entendiéndolo de forma veraz. Esto no nos asegura que nos libremos de la embestida del morlaco, pero nos permite buscar una solución más efectiva.
Quizá podamos pensar en correr. Dependerá de que el terreno nos sea propicio, aunque, recuerde que usted es un dominguero cualquiera dando un bucólico paseito. Y ese “animalito” conoce bien el terreno porque se ha criado y vive precisamente en él.
Quizá en subirnos a un árbol. Dependerá de si hay árbol
disponible, aunque igual habría que pensar también como solucionaremos el
problema posterior de estar allí encaramados con un toro debajo esperándonos.
Pero al menos, salvamos el primer corte.
Quizá incluso quitarnos el jersey y tratar de emular a
Platanito. “La gente se mondaba de la risa hasta cuando me ponía a torear en
plan formal. Iban a verme para cachondearse, pero conmigo se divertían” decía
el pobre torero.
Esta última me parece la más resolutiva, pero eso no significa que sea la más atinada. Siempre va a depender de las circunstancias del momento. Pero en cualquiera de estos casos, son propuestas dirigidas a resolver, no a evitar. Eso ya es un acierto. Estamos aceptando e interpretando las reglas del juego, a pesar de que no tengamos muy claro cual de las opciones tiene más probabilidad de éxito.
Esta última me parece la más resolutiva, pero eso no significa que sea la más atinada. Siempre va a depender de las circunstancias del momento. Pero en cualquiera de estos casos, son propuestas dirigidas a resolver, no a evitar. Eso ya es un acierto. Estamos aceptando e interpretando las reglas del juego, a pesar de que no tengamos muy claro cual de las opciones tiene más probabilidad de éxito.
Trasladen estos ejemplos a la vida real. Traten de
interpretar su vida de la forma más realista posible.
Si un jugador de fútbol declara que se siente emocionado porque el club le renueve su contrato y lo etiqueta de un “bonito gesto”, está confundiendo una relación contractual con una relación sentimental. El club no le quiere porque sea un chico muy majo, agradable y detallista. Le quiere porque le interesan sus servicios. AL igual que el jugador quiere al club porque satisface sus necesidades. En el momento que la directiva encuentre una mejor opción, se acabará la relación. Interpretada en clave sentimental será sentida como un abandono; en clave profesional, una etapa más. Y hay una diferencia en como se deja sentir una y otra. Creo recordar que en la naturaleza a este tipo de relaciones se les llamaba simbiosis.
Si yo le digo a mi gato o perro que no ataque a las gallinas, que eso está muy feo, y que su comportamiento es muy pero que muy desagradable, estoy cometiendo un error. Primero pensando que el animal está comprendiendo mis palabras como si fuera un ser humano. Segundo, porque no estoy entendiendo que el instinto animal es el que guía ese comportamiento. El instinto ancestral de ese animal está diseñado para atacar o cazar a sus presas. Eso sí, lo que puedo lograr es amaestrarlo, domesticarlo y forzar a que reprima tales instintos. Pero difícilmente se consigue esto con una reprimenda. Si cuando vuelva a casa me encuentro las gallinas destrozadas, es muy posible que castigue severamente al perro. Pero la culpa no es suya. Es mía.
Si yo pierdo un familiar en un accidente de tráfico, el impacto emocional pude ser brutal. Y sin embargo, sabemos que hay accidentes de tráfico todos los días. Fallecen personas todos los días. Alguna vez puede tocarnos. Pero preferimos no pensar en ello (a pesar de la acertada crudeza de los anuncios en televisión de la Dirección General de Tráfico). La sociedad sigue manteniendo el concepto de muerte como tabú (la muerte no vende, y eso, en una sociedad consumista es una grave defecto) y por tanto no promueve el que estemos medianamente preparados para aceptar este tipo de mazazos.
Para concluir, e intentando sintetizar lo expuesto, les daría la recomendación que yo mismo me aplico (no podría ser de otra forma):
Si un jugador de fútbol declara que se siente emocionado porque el club le renueve su contrato y lo etiqueta de un “bonito gesto”, está confundiendo una relación contractual con una relación sentimental. El club no le quiere porque sea un chico muy majo, agradable y detallista. Le quiere porque le interesan sus servicios. AL igual que el jugador quiere al club porque satisface sus necesidades. En el momento que la directiva encuentre una mejor opción, se acabará la relación. Interpretada en clave sentimental será sentida como un abandono; en clave profesional, una etapa más. Y hay una diferencia en como se deja sentir una y otra. Creo recordar que en la naturaleza a este tipo de relaciones se les llamaba simbiosis.
Si yo le digo a mi gato o perro que no ataque a las gallinas, que eso está muy feo, y que su comportamiento es muy pero que muy desagradable, estoy cometiendo un error. Primero pensando que el animal está comprendiendo mis palabras como si fuera un ser humano. Segundo, porque no estoy entendiendo que el instinto animal es el que guía ese comportamiento. El instinto ancestral de ese animal está diseñado para atacar o cazar a sus presas. Eso sí, lo que puedo lograr es amaestrarlo, domesticarlo y forzar a que reprima tales instintos. Pero difícilmente se consigue esto con una reprimenda. Si cuando vuelva a casa me encuentro las gallinas destrozadas, es muy posible que castigue severamente al perro. Pero la culpa no es suya. Es mía.
Si yo pierdo un familiar en un accidente de tráfico, el impacto emocional pude ser brutal. Y sin embargo, sabemos que hay accidentes de tráfico todos los días. Fallecen personas todos los días. Alguna vez puede tocarnos. Pero preferimos no pensar en ello (a pesar de la acertada crudeza de los anuncios en televisión de la Dirección General de Tráfico). La sociedad sigue manteniendo el concepto de muerte como tabú (la muerte no vende, y eso, en una sociedad consumista es una grave defecto) y por tanto no promueve el que estemos medianamente preparados para aceptar este tipo de mazazos.
Para concluir, e intentando sintetizar lo expuesto, les daría la recomendación que yo mismo me aplico (no podría ser de otra forma):
Aprende
las normas.
Juega mejor.
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