En
el año 1990 se produjo la curación masiva más importante de la historia de la
humanidad. De golpe y porrazo, miles, miles de miles de personas, dejaron de
estar enfermas y sanaron. Millones de personas dejaron de sufrir un trastorno
mental para convertirse en personas normales. El 17 de mayo de aquel año, la
OMS la eliminaba del listado de trastornos mentales la homosexualidad, y tal fecha
pasó a considerarse como Día
Internacional contra la Homofobia y la Transfobia. Aquel día se
condenó la creencia, que había perdurado durante siglos, que interpretaba como
enfermedad, desorden o perversión la preferencia sexual por los seres de tu
mismo sexo.
Nuestro instinto de supervivencia hace que constantemente
estemos planteándonos sobre nosotros y nuestro entorno. Para entender cómo
funciona, para anticiparnos al futuro, para adaptarnos a nuestra realidad. Esta
necesidad que tenemos de respuestas sobre el mundo que nos rodea y conforma, es
respondida por las creencias.
Las
creencias están enraizadas en nuestro ser. Parecen tener una vertiente
cognitiva importante pero también emocional, puesto que mientras las ideas son
manipulables, se pueden desglosar, montar y desmontar, las creencias son mucho más reacias al razonamiento, aunque se pueden
razonar.
Y
son más difíciles de cambiar cuanto más funcionales son para nosotros, cuanto
más las necesitamos para nuestra estabilidad vital. Así, la creencia clásica de
“El mundo es plano” fue sucedida por “La tierra es redonda”, pero lograr esta
evolución costó años y esfuerzo, sangre y sudor. El heliocentrismo, hasta que
logró desbaratar a la creencia de que todo en el universo gira en torno a la
tierra le costó la vida a muchas personas. Y esto porque en su momento dicha
creencia sustentaba toda una concepción de la vida humana. Pero creencias más
personales no son menos difíciles de cambiar.
De
manera, que entendidas como forma de interpretar el mundo, se pueden permitir
ustedes ciertas licencias, pero como sistema predictivo al que agarrarse cuando
hay que tomar una decisión, les interesa tener buen ojo a la hora de elegir o
adoptar según qué creencias personales. Es
prioritario asegurarse que las creencias que uno tiene (y las que vaya a tener)
sean consistentes, equilibradas, y sobre todo, válidas para la vida.
¿Cómo lograr
distinguir las creencias personales válidas de las que debemos desechar?
En
principio, cualquiera de nosotros podría responder a esta pregunta con rapidez:
si nos beneficia, la adoptamos. En caso contrario, a la papelera de reciclaje.
No obstante, puede ser más complejo de lo que parece. Una creencia puede
parecernos sana o beneficiosa, y posteriormente mostrarse como perjudicial para
nosotros, y viceversa. Puedo creer que mi religión es la verdadera y única (las
religiones, por lo general, suelen ser incompatibles entre sí) y sin embargo
tornarse completamente banal o inútil el día en que pierdo un hijo de forma
violenta, así como dañina el día en que decido convertirme en un fanático
defensor de esa doctrina hasta llegar a inmolarme.
A
falta de criterios fetén para distinguir unas de otras, valgan las siguientes
sugerencias para, al menos, poner a prueba las suyas:
1.- Una creencia debe ser racional, debe
ajustarse a la realidad. Es decir, a lo que conocemos de manera
rigurosa de la realidad, o como se dice hoy día, aquello basado en la evidencia
empírica. Esto descartaría creencias que se basen en supersticiones o hábitos
tradicionales que no estén positivamente demostrados. Extremen precauciones con
el pensamiento mágico y los consejos que emanan de sus gurús. No tengo datos
objetivos, desconozco las personas afectadas, pero la creencia de que cuando
uno desea algo con la suficiente fuerza, el universo entero se confabula para
que suceda, debe haber hecho estragos en el gremio adolescente y haber
agudizado (cuando no generado) no pocos trastornos obsesivos compulsivos. La
premisa referida a desearlo me parece bastante lógica: si deseamos algo hay que
tenerlo en mente, diáfano como objetivo. Planificar una estrategia para
conseguirlo, y después, ponernos en acción. Pero la segunda premisa del enunciado me parece poco creíble que el
Universo haga el trabajo por usted, excepto en el caso de que dispongan de
pruebas fehacientes de que el Universo haya mostrado algún interés por ustedes
y sus circunstancias.
2.- Que una creencia sea compartida por muchas personas
no confirma su validez. Por popular y extendida que sea, no
tiene porqué ser fiable. Ni siquiera sana. Es más, nada impide que pertenezca
al género de creencias descerebradas. Hay presupuestos personales que
alcanzan la categoría de increíbles (entiéndase en sus sentido más literal, esto
es, que no se puede creer) pero que inexplicablemente, han hecho fortuna y se
han extendido por todo el orbe. Desde la existencia de civilizaciones
extraterrestres a la falacia de la justicia cósmica (“si hago el bien siempre
solo pueden pasarme cosas buenas en la vida”), igual que si te tragas un chicle
se te pegará en las tripas como que “él, al final, será consciente de cuanto lo
quiero y cambiará”. Quizá el ejemplo más paradigmático sea la creencia
religiosa. Que mi fervor religioso me haga creer en los milagros puede llevarme
a, en situaciones desesperadas, apelar a estos como última solución. Con lo
cual es probable que esté perdiendo un tiempo precioso esperando algo que no
sucederá (salvo por casualidad), en vez de estar actuando para resolver el
problema (cuando sea resoluble), o asumir la desgracia (cuando sea inevitable).
Si yo creo en el amor romántico, el clásico, el que nos han vendido cine, radio
y televisión, estoy predispuesto a creer firmemente en el amor eterno, de
manera que si mi matrimonio se viene abajo, esa creencia hará que sus efectos
sean devastadores en mi vida. Posiblemente, si mi creencia fuera más realista,
algo así como que el amor de pareja está sometido a todos los vaivenes a que
estamos sometidos las personas, incluyendo la posibilidad de que pueda romperse,
me sería más útil. No, el resultado no cambia, si estamos hablando de la
ruptura sentimental y sus efectos. Pero en el primer caso puedo caer en una
depresión o someterme incondicionalmente en esa relación sentimental con tal de
que no se rompa. En el segundo caso, sufriré las consecuencias de la ruptura,
pero ya estaba avisado (lo que implica un menor efecto traumático), en cierta
forma contaba con que esa posibilidad se podría dar, de manera que me podré
reponerme emocionalmente con más eficiencia.
3. Que Una creencia sea bondadosa y bien
intencionada no la hace más válida Ni siquiera más útil. Timothy
Tredwell
fue un tipo que desencantado de la vida, al menos de su fracasada carrera como
actor, que tras desengancharse del alcohol y otras drogas, se fue a Alaska a
buscar una relación más profunda con la naturaleza y el mundo animal. Entabló
relación con osos, conviviendo con ellos más de una década, realizando
grabaciones en video, acercándose más de lo recomendable e incluso jugando con
ellos. Viajó por EEUU dando charlas y escribió un libro remarcando su postura
ecologista. En 2003, él y su novia fueron encontrados muertos tras haber sido
atacados y devorados por uno o más osos.
Su
creencia en el amor, las relaciones entre especies, le hizo confiar en que se
podía establecer lazos de amistad con osos. Probablemente, un zoólogo o biólogo
experimentado, buen conocedor del comportamiento animal, no albergaría tal
creencia, o la tendría pero con muchas
reservas. Y este conocimiento le protegería, le impediría tener un
comportamiento tan bienintencionado, y fatalmente equivocado, como el amigo
Tredwell.
4. Las creencias deben ser flexibles y moldeables, modificables
por la experiencia o el conocimiento fundado. Reconozco que
es incómodo, que obliga a estar pendiente, a revisar e incluso a tener que
rescindir nuestro contrato con nuestra creencia cuando no
se ajuste a la realidad. Sobre todo si comparamos esa creencia con las verdades
inmutables que nos venden algunas teologías. Estas suelen ser invariables,
rígidas, no requieren de ser puestas al día. Adoptas esa creencia y no te
preocupas por ella durante el resto de tu vida. Muchas de ellas han
cristalizado hasta en refranes populares del tipo “Los gitanos no son buenas
personas” o “Los negros (o las mujeres, o los bajitos, o los que tengan un
verruga en el cogote) no son inferiores a los blancos”. Pero el quid de la cuestión no es sea fácil,
simple o cómoda, sino que tenga potencia predictiva, que me facilite la vida al
permitirme adaptarme mejor a mis circunstancias vitales.
5.- Desconfíen
de cualquier creencia que no vaya a favor de la vida. Me parece
recordar que 37 miembros de la secta Heavens’s Gate se suicidaron en California
en el año 1997. Creían, según sus convicciones, que abandonarían su cuerpo
humano y sus almas alcanzarían una nave espacial que seguía al cometa Hale Bop.
Hubo quien vendió todas sus pertenencias y quien se despojó de todo, convencido
de que los extraterrestres les llevarían lejos de nuestro planeta. El gurú
decidió suicidarse junto con todos sus acólitos.
Como
hemos visto en algunos de estos ejemplos, creencias inofensivas y bienpensadas,
incluso intrascendentales para nuestra
vida, pueden tornarse arriesgadas e incluso lesivas para nosotros. En el lugar
equivocado y en el momento erróneo, incluso tener consecuencias fatales.
Recuerden,
cuando tratamos de orientarnos, la brújula oscila, se mueve, puesto que nos
está indicando el norte. Pero si lo que deseamos es que siempre indique hacia
donde nosotros queremos, puede ser satisfactoria o cómoda, pero no útil. La
única brújula cuya aguja no fluctúa es la brújula imantada. Y si está imantada,
no sirve para orientarnos, solo para mantenernos engañados.
En
este sentido, cuidado con los “imanes”. Mucho ojo con el criterio que usamos
para dar validez a una creencia. El factor que más nos puede engañar es
confundir la materialización de lo que uno desea con su factibilidad, con la
probabilidad de que eso suceda en la realidad. Una cosa es que desee que ocurra
tal evento y otra la posibilidad real de que acontezca. Nuestro deseo puede ser
tan intenso que no atendamos a las restricciones que nos impone la realidad y
decidamos guiarnos por creencias populares, supersticiones o leyendas urbanas.
Que yo anhele la paz con mi enemigo no me asegura que él también la quiera. Por
mucho que yo lo desee, si él no quiere, poner la otra mejilla solo logrará que
me endiñe otro sopapo.
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