El
dialogo interno, ¡eso es!
Esa
comunicación que mantenemos con nosotros mismos, de manera continua,
y que nos pasa desapercibida muy frecuentemente. Todas las personas
nos comunicamos con nosotros mismos gracias a nuestra capacidad de
pensar, cavilar y deliberar. Mediante preguntas y cuestiones,
reflexionamos sobre la realidad, organizamos nuestros pensamientos,
clarificamos ideas y emociones, establecemos prioridades, planeamos,
ejecutamos, etc. A veces nos encontramos en disyuntivas; otras veces caemos en contradicciones; o,
en otras ocasiones, llegamos conclusiones fundadas.
Seguro
que han visto alguna vez a un crío/a jugando solo. Tumbado en el
suelo, maneja sus muñecos o juguetes, imagina o describe o inventa,
elaborando un discurso. Y lo hace en voz alta, aunque el discurso
está dirigido a él mismo. "Llega la ambulancia... ¡ni-.no!,
¡ni-no!, ¡ni-no!... (igual la onomatopeya de la sirena de la
ambulancia no está muy conseguida)... ¿Qué ha pasado?... No lo
sé... Soy médico y lo voy a curar...". o "Hola, me llamo
Periquin... ¿Quieres ser mi amigo/a?... Vamos a hacer algo
divertido... Sí, tengo una idea estupenda...", etc.
En
ese estadio de nuestro desarrollo, todavía no hemos aprendido a
interiorizarlo, pero ese es nuestro diálogo interno. Una charla que
entablamos con nosotros mismos, pero verbalizada. A medida que pase
el tiempo, empezaremos a hacerlo íntimo. Más adelante,
lo entablaremos solo en nuestra cabeza.
Todo
lo que experimentamos (dolor, placer, ansiedad, interés,
aburrimiento, preocupaciones, felicidad,...) se representa como
información en nuestra mente, en nuestra conciencia. Este es el
escenario donde sucede nuestro diálogo. Allí se interrelaciona toda
la información que poseemos y somos (intenciones, recuerdos,
sentimientos, instintos, creencias,...). Este diálogo, que está
mediado por esas creencias y esquemas mentales, da como resultado un
patrón de respuesta. Un estilo personal de interpretar las cosas y,
por extensión, de pensar, sentir y actuar. En conclusión, una forma
de vivir la vida.
Si
somos capaces de controlar esta información, este diálogo, podremos
decidir cómo será nuestra vida.
Los
pensamientos racionales, y los irracionales.- Pero vayamos al
meollo de la cuestión. A lo largo y ancho del torrente de
pensamientos que fluye por nuestra mente cotidianamente, se suceden
ideas y pensamientos que tienen la cualidad de ser realistas,
objetivos o constructivos. Estos son los adecuados, los adaptativos,
los que nos ayudan a vivir mejor. Pero junto a ellas existen sus
opuestos. Las ideas no racionales, las que distorsionan la realidad,
y resultan tóxicas. En nuestro caudal mental, unas y otras se van
encadenando, se encuentran enlazadas indistintamente. Y puede no ser
fácil distinguir unas de otras.
Este
es el punto crítico: la calidad de nuestro discurso, la racionalidad
de nuestra capacidad de reflexión. Si mis pensamientos, ideas,
creencias, esquemas mentales, estereotipos, prejuicios, etc. son
razonables y adaptativos, me van a proveer de una descripción de la
realidad fidedigna. Esto me permitirá realizar una interpretación
de mis circunstancias fiable, en función de las cuales actuaré y
sentiré. Mis reacciones emocionales y/o psicológicas y/o físicas
serán adaptativas y ajustadas a la realidad: Mejorarán mi calidad
de vida. Eso no me convierte en infalible ni omnipotente. Podré
equivocarme en mis elecciones, errar a la hora de tomar una
decisión... pero yo no me estaré engañando, ni mi psique me estará
saboteando.
La
calidad del diálogo habitual con nosotros mismos puede ser de
rigidez o flexibilidad, calidez o distanciamiento, constructivo o
nocivo.... Cuando es rígido, distorsionado, exagerado, salpicado de
pensamientos irracionales..., puede limitar o deteriorar nuestra
vida. Puede, de hecho, conducirnos a estados patológicos.
Un
ejemplo que puede clarificar. Supongamos que Laura sufre la
pérdida imprevista y repentina de su padre antes de haber alcanzado
los 50 años. Este hombre poseía una historia de quejas somáticas
atípicas y quizá mal diagnosticadas. Laura, a raíz de esta
experiencia, puede elaborar la creencia de que un síntoma físico
cualquiera, pero intenso e inesperado, puede llevar a una muerte
súbita. Esta creencia puede pasar desapercibida, no estar activa en
su conciencia. Por tanto, puede no afectar su vida, tener poca
influencia en sus emociones y conducta.
Pero,
supongamos que, al tiempo, Laura experimenta una sensación
infrecuente (un síntoma atípico como visión borrosa tras un exceso
de trabajo o sensación de mareo debido a cambios hormonales o una
cefalea para el que no encuentra causa). Estas sensaciones pueden
activar la creencia mencionada y, como consecuencia, empezar a
preocuparse demasiado por su salud.
Según
el diálogo interior de Laura, así será su vida a partir de ese
momento. Según desarrolle un diálogo racional o irracional. Según
se base en los datos objetivos (médicos) disponibles o en
suposiciones personales que exageren síntomas. Según se deje llevar
por distorsiones cognitivas o limite los efectos de la incertidumbre
al ámbito de lo razonable,...
En función de lo que se diga a sí
misma respecto al problema, asumirá su circunstancia de una manera
adaptativa (entiendo yo que esta sería de una cierta preocupación,
pero haciendo todo lo que esté en su mano por anticiparse a un
trastorno real), empezará a amargarse la vida (solicitar repetidas
citas médicas para tranquilizarse, interpretar sistemáticamente
sensaciones corporales inocuas como un riesgo para su salud, más
opiniones paramédicas, más nerviosismo, más temor), o directamente
obsesionarse, interpretar su porvenir de manera catastrófica, y
vivir solo temiendo lo peor (lo que igual podría derivar en un
trastorno mental de tipo ansioso o depresivo).
Este extravío no es inevitable. Podemos intentar modificar nuestro discurso interno.
Podemos intentar detectar y modificar los pensamientos, ideas,
creencias, esquemas mentales, estereotipos, prejuicios... que sean
inadecuados. Rectificamos, así, las emociones que experimentamos
(ansiedad, ira, tristeza, etc.) al sustituir los pensamientos
inadecuados por otros alternativos, más positivos y realistas. Esto
nos permitirá mantener un estado psicológico más favorable.
Un
estilo explicativo constructivo, razonable, lúcido,... nos hará
progresar, crecer. Nos permitirá evolucionar como personas, ser lo
más plenos posibles. En definitiva, estar en las mejores condiciones
de alcanzar cierta plenitud (felicidad) y de soportar de forma
consistente las adversidades de la vida (resiliencia).
Así de claro lo tenía Buda: "“Todo
lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado
en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos”