lunes, 18 de junio de 2018

38#. Saber saborear, o la ciencia del disfrute.


El viaje real de descubrimiento no consiste en visitar paisajes nuevos, sino en mirar con distintos ojos. Marcel Proust nos advertía así de la pertinencia de redescubrir nuestra manera de entender las cosas. Su propuesta no abriga necesariamente un cambio radical en nuestra vida, pero si substancial: Interesarnos en aprovechar y sacarle partido a lo que tenemos para disfrutar de ello en toda su extensión. No se trata de condenar el interés por obtener lo que deseamos, sino exorcizar esa falta de atención que habitualmente dispensamos a aquello de lo que disponemos. Si no somos conscientes de lo que tenemos, no podemos valorarlo, por tanto, tampoco podemos disfrutarlo en toda su amplitud.




Es frecuente que demos por sentado que tener algo es disfrutarlo, pero este proceso no es tan automático. Disponer del sentido del gusto significa poder probar y percibir cosas, pero esto no es sinónimo de que sea capaz de deleitarme con ellas.

Sucede algo parecido a la primera vez que se realiza una inmersión marina. Desde fuera el mar se nos ofrece el mar en toda su vastedad, pero hasta que no nos sumergimos no empezamos a ver otras cosas, otros detalles, sus peculiaridades, desde peces a formaciones rocosas, plantas marinas, organismos minúsculos en suspensión, etc. Lo que me pareció más curioso de esta experiencia es que a medida que iba profundizando iba descubriendo elementos que no podía divisar solo unos metros más arriba: una bandada de peces, una inmensa barrera de coral, una medusa que casi me roza o un neumático semienterrado en la arena del fondo.

Para saborear y paladear las bondades que nos regale la vida requerimos de unos prerrequisitos, simples y básicos, como encontrarnos en la necesaria actitud de tranquilidad o dedicar toda nuestra atención a ese momento. A partir de aquí podemos incrementar ese disfrute ejercitando una serie de actitudes para las que todos estamos capacitados.




-Compártalo.- Coméntelo con otras personas, y hágalo con aquellas que puedan entender el valor de ese momento. Sentirnos escuchados es una señal de reconocimiento que nos valida como seres humanos, pero poder compartir cosas que nos entusiasman es algo que genera una comunicación única y especial. Hacerlo con personas que entienden esto genera una conexión intransferible y exclusiva con ellos.

-Consérvelo.- Almacénelo en su memoria. Guárdelo dentro de su cabeza y, sobre todo, manténgalo disponible para recuperarlo cuando lo necesite. Pueden usarlo para saber por qué hacen lo que hacen (cuál es el sentido de su vida), para compensar los malos momentos, para abrir la espita cuando la olla está a una presión tan alta que amenaza con explotar... No es la panacea ni les resolverá la vida, pero identificar esos momentos de la vida que nos hacen sentir plenos y re-crearlos en nuestra cabeza cuando lo necesitamos son un recurso extraordinario, sustancial, y además, gratuito. ¿Qué más pueden pedir?

-Apercíbase.- Agudice su percepción poniendo en práctica el paradigma de la conciencia plena. La atención comienza por la constatación de que la inconsciencia domina gran parte de la actividad humana. Al focalizar nuestra atención y concentrarnos en la situación que estemos saboreando nos vamos asentando en lo que estamos percibiendo. Al mantenernos en ese estado podemos ir descubriendo más detalles, otros elementos, otras peculiaridades, que logran hacernos profundizar en esa experiencia y ampliar nuestra percepción de ella.

-Ensimísmese. Aislarnos de nuestro entorno puede ser un inconveniente para según que tareas, pero en nuestro caso es más que recomendable, puesto que nos ayuda a concentrarnos. Es importante subrayar que enfrascarnos en la experiencia tiene más que ver con los que sentimos que con lo que pensamos. Se trata más de concentrarnos y sumirnos en nuestras percepciones, en el hecho que estamos experimentando, que en valorar o razonar (no hay que mejorarla, no debemos saber qué hacer ni cómo continuará,...).

Recuerden. Desde la lancha, cuando nos adentrábamos en el agua, solo podíamos contemplar el mar. Desde la superficie no se veía nada de su desmsurada riqueza. Pero estaba ahí. Solo había que descubrirlo y aprender a apreciarlo.


Estimados lectores y visitantes. Con esta refrescante y veraniega estampa les dejo durante los meses de verano. A principios de Septiembre me reincorporaré con fuerzas renovadas y nuevas entradas a este, su blog.

Disfruten y saboreen todo lo que puedan! 

viernes, 1 de junio de 2018

CITA: Saboreo, la conciencia del disfrute

La velocidad vertiginosa de la vida moderna y nuestra preocupación extrema por el futuro pueden acecharos y empobrecer el presente. Casi todos los avances tecnológicos, desde el teléfono a internet se han centrado en permitir realizar más tareas y con mayor rapidez. La ventaja de ahorrar tiempo va unida al elevado valor que otorgamos al hecho de ser previsores para el futuro. Esta virtud es tan agresiva que incluso en la conversación más irrelevante somos capaces de no estar escuchando sino planificando un réplica ingeniosa. Ahorrando tiempo ¿para qué? y planificando el futuro que llegó ayer pero que en realidad no llega nunca perdemos las amplias posibilidades del presente.



Fred Bryant y Joseph Veroff, de la Loyola University, son los fundadores de un área definida, todavía en fase de desarrollo, que han denominado saboreo. Han generado un ámbito que, junto con la atención, se hace eco de las venerables tradiciones del budismo y nos permite reivindicar un nuevo derecho referido al valor perdido del presente. 


Saborear o disfrutar es para Bryant y Veroff la conciencia del placer y la atención consciente y deliberada ante la experiencia de este.



Fred saborea un descanso mientras sube a una montaña: Respiro hondo el aire frió y diáfano y lo exhalo lentamente. Advierto el aroma intenso y acre del polemonio, y al buscar su origen encuentro una planta de lavanda que crece entre los cantos rodados que hay bajo mis pies. Cierro los ojos y escucho el viento mientras asciendo por la montaña desde el valle. Me siento entre las piedras más altas y saboreo el éxtasis de estar inmóvil bajo el solo cálido. Extiendo la mano para coger una piedra del tamaño de una caja de cerillas para llevarme como recuerdo este momento.. Su textura rugosa y llena de hoyos evoca el papel de lija. Siento una necesidad apremiante de oler la piedra, y al hacerlo, su penetrante aroma de moho desencadena un torrente de imágenes antiguas. Me hago una idea de cuanto tiempo debe de haber descansado en este lugar. 

"La auténtica felicidad" (2003) 
Martin E.P. Seligman