Nuestro cerebro es una herramienta, un mecanismo superespecializado de nuestro sistema nervioso, que fue evolucionado con el fin último de conservar la integridad del organismo, esto es, nuestra supervivencia. Aparte de las funciones hemostáticas más básicas para el funcionamiento cotidiano (respiración, temperatura, presión sanguínea,...), nuestro cerebro se tuvo que ir haciendo experto en resolver toda circunstancia que comprometiera dicha supervivencia. De hecho, la definición más básica de inteligencia es esa, la capacidad para resolver los problemas que se plateen. Y realmente, los seres humanos somos buenos en eso.
Como no hay parto sin dolor, ni discapacitado mental sin transistor, esta complejísima herramienta tiene otra cara. Tan especializado está en resolver dificultades que llega un momento en que las necesita para poder funcionar bien; como un motor requiere de combustible o cualquier organismo vivo necesita nutrientes. Desde luego, lo que no parece ir con él es el ocio, estar desocupado. Cuando nuestro órgano rector no tiene nada qué hacer, divaga. Y este deambular, ese funcionamiento sin rumbo cierto genera insatisfacción.
Si eres un martillo, todo te parcerán clavos. Cuando nuestra mente no tiene problemas que resolver, los crea. Las preocupaciones que antes eran secundarias saltan a la palestra y se convierten en circunstancias relevantes que necesitan ser resueltas. Esta sería la base de los trastornos de tipo neurótico, desde la ansiedad generalizada a los trastornos obsesivos compulsivos. Como dice Jorge Barraca "pensar demasiado solo genera infelicidad".
Las consecuencias que se derivan de este funcionamiento difuso y sin objetivo no son triviales, puesto que según los estudios, dedicamos casi al mitad de nuestro tiempo a divagar, a no estar presentes en el momento. El simple hecho de que nuestra mente vagabundee es fuente de infelicidad, pero afortunadamente, también ha quedado suficientemente avalado que cuando nos centramos en lo que estamos haciendo es cuando nos sentimos más satisfechos, felices. Por tanto, centrarse en un objetivo, concentrarse en el presente es la forma más natural para que nuestro cerebro cumpla su función, y para que nos sintamos plenos.
Respaldo histórico encontramos ya en la sabiduría legada por nuestros antepasados, véase creencias religiosas, corrientes filosóficas o doctrinas psicológicas, que le prestaron atención al bienestar, a la felicidad. Y las más válidas coinciden en señalar que la felicidad se alcanza en la medida en que uno sea capaz de vivir el momento presente, estar en el aquí y ahora.
El exitoso mindfullness actual ha puesto de relieve una de las más antiguas estrategias al respecto: la meditación. El ejercicio de limpiar la mente de pensamientos y tratar de concentrarse en lo que sucede dentro, sin atarnos a ello ni juzgarlo, dejando que pase por nosotros. Y cuando digo ejercicio me refiero a esto, a que es un acto que hay que entrenar para asentarlo y convertirlo en un hábito saludable. De más de 190 estudios al respecto, se extrae que su práctica disminuye el estrés, mejora nuestra autoestima y estabilidad emocional, además de fortalecer conductas prosociales (empatía, generosidad y conexión con los demás). La meditación centra nuestra mente, la fortalece, y a la vez, la sosiega.
Por contra, en el extremo opuesto nos encontramos con el concepto de Flow, que acuño el psicólogo Csikszentmihalyi, que identifica con aquellas experiencias placenteras en sí mismas, en la que nos involucramos plenamente, hasta el punto de perder la noción del tiempo, y esto a pesar del coste que nos supone. Es posible que hayan tenido esta experiencia al practicar a fondo su deporte favorito, o relaciones sexuales apasionadas, o en cualquier otra actividad haya sido capaz absorber su atención.
Aunque puedan parecer antagónicas, puesto que la meditación es más holística y serena y el flow es un estado profundo de absorción entusiasta, quizá no lo sean tanto. Quiero decir que en la primera nos centramos en la no-actividad (que no es inactividad) mientras que en la segunda nos zambullimos plenamente en una actividad, pero no pierdan de vista el factor que las une: la atención. En ambas experiencias, la atención es el factor determinante; centrar nuestra mente en algo.
Deténganse a reflexionar sobre ello. Vamos al gimnasio para entrenar nuestro cuerpo, a fin de fortalecerlo. Llevamos nuestro coche a revisión para tenerlo a punto y nos sea útil. Y sin embargo, a nuestra mente, la herramienta más sofisticada y útil que nunca tendremos, apenas le prestamos atención (nuevamente la palabra clave).
Quizá sea por que todos tenemos una, y además nos viene de serie, como el equipamiento del coche. Sin embargo, rara vez reparamos qué contenidos tiene o cómo los maneja. De manera que es probable que no la estemos usando bien (o no aprovechemos todas sus posibilidades) ni estemos haciéndole las revisiones necesarias para que nos dure lo máximo posible y en las mejores condiciones.
Recuerdenlo, disponen de un pura sangre pero igual lo están usando para cargar fardos de paja o pasear a los niños en la feria.
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