Si bien son términos que pueden solaparse, o incluso confundirse, no es lo mismo ayudar que acompañar. Y un ejemplo simple nos servirá para distinguirlos con meridiana claridad.
Imagínense a un niño/a de escasos años jugando en el parque bajo la atenta mirada de su padre/a. En un momento dado, el menor tropieza y se cae. El cuidador/a lo ve y reacciona al incidente. Pero ¿cómo lo hace?
Bueno, en las culturas más mediterráneas, no sé si llamarlas latinas, la reacción más habitual es ir hacia él apresuradamente, con viva preocupación, y en ocasiones con florida exhibición del repertorio personal de quejas y lamentos. Y sin dilación alguna, coge al pequeño/a para levantarlo del suelo. A esta acción podíamos etiquetarla de ayuda.
En otras latitudes, centroeuropeas por poner un caso, la reacción que he visto ha sido similar, pero distinta. Tras acercase al menor, se le pregunta y se le anima a levantarse. Si puede hacerlo solo, se le presta cierto apoyo (preguntándole cómo se encuentra, cómo ha sido la caída, etc.); pero la ayuda instrumental (levantarlo) solo se realiza si no puede incorporarse por sus propios medios. Esto sería acompañamiento.
A raíz de aquí, no será difícil extrapolar el concepto a otros ámbitos de la vida. También podría entender que les parezca una chorrada, que esta disquisición carece de interés. Pero, en mi opinión, la derivaciones de uno y otro concepto son sustanciales.
Habrá pocas nociones tan trilladas como la relación de ayuda. Pocas que hayan sido y sean tan frecuentes en cualquier grupo humano que haya habitado este planeta. Y menos aún que estén rodeadas de semejante aura de bondad y deseabilidad social. Pero la cosa es que no todo es beneficioso en la relación de ayuda. Dejando a un lado le hecho de que si se presta repetidamente puede provocar la dependencia del sujeto, el mayor inconveniente de recibir ayuda es la delegación de la propia responsabilidad sobre su destino, la pérdida de protagonismo de tu propia vida.
Entonces, si descartamos la motivación del que presta ayuda (que puede basarse en bondad altruista, pero también en un ego disimulado -encarnando la figura del salvador o protector-, o incluso de una crecida generosidad neurótica): ¿Qué tipo de apoyo es mejor para el damnificado?
Si bien la ayuda es más rápida y quizá efectiva, el acompañamiento apunta mejores formas, es más recomendable, desde la perspectiva del damnificado; no del bienhechor. Y resalto esta última figura porque que este agente benefactor puede actuar guiado por la bondad más altruista, pero también puede hacerlo desde un ego disimulado -vivir de encarnar el papel de salvador y protector-, incluso en una generosidad neurótica, del que él es el máximo beneficiado.
El inconveniente de ayudar es que, nos demos cuenta o no, estamos mermando la esencia de esa persona. De hecho, sucede que imponemos la nuestra a la suya (junto con nuestros criterios y creencias). En cierta forma, minimizamos los recursos del otro, su capacidad para resolver problemas, su creatividad e imaginación, algo que dudo fortalezca su autoestima (el autoconcepto y autoeficacia de la persona).
Es en este sentido en el que se imponen la virtudes del concepto de acompañamiento al de ayuda. Si nos fijamos, en realidad no deja de ser una evolución más sofisticada de esta, puesto que ofrece apoyo pero promueve que sea el propio individuo el artífice del cambio; del cambio que él decida (no del que el ayudador decide), tanto si lo entendemos como si no; tanto si lo compartimos como si no. Añadiendo la innegable virtud de no estar interfiriendo en su propia realización personal, y un factor no menos relevante: la persona a la que apoyamos no queda en deuda con nosotros. Y este último factor tiene más trascendencia de la que parece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario