Si
el azar es todo aquello que acontece en nuestra vida de forma aleatoria (a
pesar de nuestros decididos e ímprobos esfuerzos por lograr que todo a nuestro
alrededor sea previsible y controlable), la suerte sería la parte del azar sobre
la que tenemos cierto margen de acción.
Obviamente,
esto es así solo si uno quiere. Pero es la única manera en que podemos
arrancarle (eso, en el mejor de los casos) al destino, al devenir, a la vida
algo de protagonismo.
Remarco
que se trata de una decisión personal. Si uno decide, normalmente por omisión, que
las riendas de su vida sean inmanejables e inaprensibles, está realizando una elección
personal. Podemos no hacer uso de esta facultad, de la oportunidad de manejar
parte de las posibilidades que nos ofrece nuestra vida, pero esto supone un
grave perjuicio añadido para nuestra higiene mental. Seamos conscientes o no, hunde
la autoestima, la creencia esencial de ser personas válidas y autónomas.
Incrementa nuestra percepción de incontrolabilidad ante las circunstancias. Estamos,
de esta manera, sembrando en la parte más íntima de nuestro ser La semilla del
pesimismo, que cuando es sistemáticamente aplicado lleva a estados de abatimiento
y desesperanza. La depresión no deja de ser la perspectiva personal (actitud)
de no poder cambiarme, ni a mí ni a mi circunstancias, y de no poder hacerlo en
el futuro.
Renunciar
a buscar nuestra suerte nos resta protagonismo en nuestra propia existencia y
nos relega a una especie de segundo plano. Un lugar desde donde vemos lo que
sucede en nuestra vida pero sin participar decisivamente en ella. Nos resta
autonomía, pero sobre todo, autoría.
De
manera, que intentando sintetizar los parámetros esenciales de la suerte, el
primero que seleccionaría sería este: la actitud.
1.- ACTITUD PROACTIVA: “Hay que
tirarse al barro”
La
suerte me puede sonreír mientras estoy cómodamente sentado en mi sofá, con mi
calefactorcito enchufado y mi mantita encima. Pero esto no es lo más habitual,
creo. Quiero decir que este caso para mi es categóricamente excepcional.
Si
yo deseo tener suerte, tengo que salir a buscarla. Si me encasqueto la chupa de
cuero, el sombrero, la mochila y el látigo de Indiana Jones, es porque voy a
pelear por ello. Voy labrarme mi fortuna. Voy a ser el diseñador de mi destino.
El
azar es como el carrito del Carreful. Lo coges, avanzas, pero cuando menos te
lo esperas empieza a desviarse hacia un lado y choca contra la estantería. Solo
que en este caso, el carrito se puede desviar hacia cualquier lado y en
cualquier momento. Y que quieren que les diga. Igual es para eso para lo que
estamos aquí. Para intentar evitar que el carrito choque, en primer lugar, y en
segundo lugar para tratar de conducirlo lo mejor que podamos. Pero el matiz
crítico es el siguiente: es ingenuo exigir que el carrito esté perfectamente
engrasado y equilibrado. Y lo es porque nosotros no pudimos intervenir en su diseño,
vienen así de serie; el señor Carreful construyó los carritos así.
No
quisiera ponerme pesado, pero este punto me parece realmente esencial. Es una
falacia pensar que la vida debería ser como conducir un automóvil de gama alta
por una autovía de peaje. Porque no hemos pagado este y el coche nos lo han
regalado. El vehículo es más bien como los autos de choque: a veces ejecuta la
orden que le trasmites al volante y a veces no. Es este caso nunca sabes cuándo
sí y cuando no. De hecho, cuando crees haberle pillado el truquillo, va el
puñetero coche y te pega un volantazo. Esto puede disgustarnos o irritarnos,
pero nos estamos mintiendo si pensamos que vamos en un coche impecable, nos
engañamos si pensamos que tendríamos que disponer de un coche impecable. Porque
llegamos a este mundo con lo puesto, y él ya funcionaba, con sus reglas
propias. En fin, cuando uno es invitado a una fiesta, no me parece muy educador
limpiarse la suciedad de los zapatos con las cortinas, solo porque la fiesta no
es como nosotros queríamos que fuera.
Cuando
les hablo del concepto actitud me refiero a que el inmovilismo, conformismo o
la dejarse arrastrar por la molicie no son una alternativa de futuro. No hay
más opción, realistamente hablando, que esforzarse por buscar nuestra suerte.
No en vano Schopenhauer opinaba
que la forma de ser de la persona te anticipa como le va a ir en la vida, en
términos generales. Esto es, la buena o mala fortuna que tendría a lo largo de
su biografía.
2. PERSEVERANCIA: “Insistir,
insistir e insistir”
Una
vez asumido este concepto, que no es automático ni fácil para según qué
personas, lo siguiente es ponerse manos a la obra.
Un
amigo que estudiaba derecho me comentó en una ocasión que en según la Ley de
Costas de la legislación española, la playa es un bien público. La playa es un
bien de uso público, libre y gratuito en que se puede pasear, navegar, bañarse,
pasear y… estar. No fueron pocas las risas que echamos a costa del último
verbo. ¡Joder!, menos mal que al legislador no se le olvidó incluir la más
obvia de las acciones que se pueden ejercer en la playa: estar.
A
raíz de aquí extrajimos uno de los axiomas principales de nuestras salidas
nocturnas: “Hay que estar”. Te lo puedes pasar mejor o peor, divertirte o
aburrirte, desbarrar o quedarte callado. Pero hay que estar. Si no estás, todas
las ocasiones posibles quedan anuladas. No puede suceder nada.
En el caso de la suerte este
axioma es igualmente verdadero. Hay que estar, y cuantas más veces mejor. Como
dice el amigo Weisman, hay que generar oportunidades, ¿Quién tiene más posibilidades
de encontrarse un billete en el suelo? Quien sale más a la calle. ¿Y de
encontrar trabajo? Quien más empresas y portales de empleo visita. En parte lo que entendemos por
suerte no es más que una cuestión de probabilidades, y cuantas
más papeletas compres en la rifa de la vida, más oportunidades tendrás de que
te toque algo.
“Las personas con suerte crean
más oportunidades, las perciben antes y actúan sobre ellas”, explica Richard Weisman.
En opinión del psicólogo, hay ciertos tipos de personas cuya actitud frente a la vida les
predispone a tener más fortuna: los extrovertidos, que pasan
más tiempo con la gente y, por tanto, encuentran posibilidades más interesantes.
Las personas más abiertas a nuevas experiencias, que no se resisten a las
novedades, están dispuestos a que les pasen más cosas interesantes.
Y en el siguiente punto, Weisman
me encandila. Las personas con más suerte no son individuos tocados por los
hados del destino ni bendecidos por la fortuna. Simplemente son gente
entusiasta.
Me entusiasma el concepto entusiasta.
En primer lugar porque me
recuerda a aquel de la tripulación de Vicky el Vikingo que siempre decía “Estoy
estusias-ma-do” (dando un saltito a la vez que chocaba los talones en el aire,
que intenté imitar en no pocas ocasiones). Pero sobre todo porque hace
referencia a algo que depende de nosotros. Es nuestra posibilidad, por tanto, es
factible. Solo tenemos que ponernos en marcha.
La
gente suertuda es, sencillamente, entusiasta. En este sentido, la gente con
suerte no es afortunada. Es, sencillamente, entusiasta. “Las personas afortunadas
tratan de alcanzar sus objetivos aunque las posibilidades de lograrlo sean
pequeñas, y perseveran en el caso de fallar”, insiste Weisman.
Si ahora no tienes buena suerte,
tal vez sea porque las circunstancias son las de siempre. Para que aparezca la
buena suerte es conveniente crear nuevas circunstancias y lo mejor para ello es
fijarse en los errores. Si te fijas sólo en lo correcto te encontrarás en la
misma situación una y otra vez. El error es la base del cambio, del
aprendizaje. Y este es el principio en que se basa la evolución. Charles
Darwin, por ejemplo, siempre llevaba una libreta encima para anotar todo
aquello que no le cuadraba. Darwin entendió que inspirándose en el error podría
conseguir sus objetivos.
Aparte de esto, el entusiasmo
tiene un efecto secundario que merecería ser tratado como primordial: Permite
relativizar los problemas o inconvenientes que nos encontremos. Ayuda a que
hagamos una lectura de las contrariedades más favorable.
La gente afortunada no siempre
tiene buena suerte, pero es testaruda y afronta la adversidad de forma distinta
a las personas que se creen desgraciadas. La gente con suerte, sabe ver el lado
positivo de su mala fortuna. No se detienen en ella y toman las
precauciones necesarias para que no les vuelva a ocurrir.
La gente afortunada, en
definitiva, no cree exactamente en la suerte, sólo en su capacidad para que les
vaya bien en la vida. Como dijo el director de la primera expedición que
alcanzó el Polo Sur, el explorador Roald Amundsen, “la victoria aguarda a
aquel que tiene todo en orden; suerte, lo llama la gente. La
derrota está asegurada para aquel que se ha olvidado de tomar las precauciones
necesarias en el tiempo; y a eso le llaman mala suerte”.
3.- INTUICIÓN: “Me da a mí que…”
Añadir
por último un factor bastante personal pero que muchas veces marca la
diferencia:La
intuición
Einstein opinaba que la única
cosa realmente valiosa es la intuición. No se trata de decidir todo a golpe de
corazonadas, pero tampoco de ignorar totalmente las ideas sentidas más que pensadas.
Los individuos con suerte acostumbran a apreciar sus corazonadas y a hacerles
caso. Con la suerte se pone en funcionamiento la inteligencia intuitiva que
defiende Malcolm Gladwell.
Cuando
intuimos parece como si nuestro cerebro nos regalara una idea que no sabemos de
dónde ha salido. La intuición es una especie de trabajo subterráneo, procesamos
la información inconscientemente. Este es uno de los aspectos que más lo
diferencian del pensamiento lógico-racional, para el cual tenemos que hincar
los codos. Al intuir, nuestras neuronas se ocupan ellas solas del tema.
A diferencia
del pensamiento deliberativo, la intuición solemos relacionarla con las
emociones. Y es que cuando intuimos notamos que sentimos esa idea y no
que la pensamos.
Volvemos a
Weisman: “El 90% de las personas que se consideran afortunadas aseguran que
hacen caso a su intuición en lo que respecta a las relaciones personales,
y casi un 80% aseguran que juega un papel vital en sus decisiones
profesionales”.
¿Significa
esto que la gente afortunada tiene corazonadas más acertada que el resto?
Quizás, pero lo que sí tienen es una creencia en la que basar sus decisiones,
por subjetiva y personal que esta sea. Una creencia sentida es más potente, a
nivel motivacional, que una pensada. Y esto promueve que sean más propensos a
la acción: son gente activa, que maximiza sus posibilidades de tener buena
suerte.
Conclusión: PROACTIVIDAD + PERSEVERANCIA + INTUICIÓN =
SUERTE
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