Si nuestra pareja, madre ocompañero de trabajo (por poner
un ejemplo), de manera repentina, nos deja de hablar un día ¿cómo interpretaríamos
la situación?
Puedo pensar, de las causas posibles, en la más probable.
Quizá la que creo más habitual, quizá la que me parece más razonable, quizá la primera
que se me viene a la cabeza: “Aquella discusión que tuvimos, que todavía
renquea...”, “Es que tiene ese carácter”,
“Seguro que se le ha metido en la cabeza aquel tema de...”, etc. Y
tomarla como cierta: RIGIDEZ.
O bien puedo ser consciente de que ninguna de esas
posibles explicaciones es definitiva. Valorar la probabilidad de que sea alguna
de las razones mencionadas, pero también pensar que puede deberse a otra causa
que yo desconozca. Puedo conjeturar que si ha dejado de hablarme es por una
causa importante para ella (y respetable, por tanto), lo entienda yo o no. Es
más, igual la razón provenga de circunstancias externas a nuestra relación:
puede haber tenido problemas en el trabajo, un malentendido con una amiga o un rifirrafe
con la familia. Lidiar con la incertidumbre no será agradable, pero hasta que
no tenga la oportunidad de aclarármelo, solo podré trabajar con suposiciones:
FLEXIBILIDAD.
La flexibilidad cognitiva es la capacidad para encontrar nuevas soluciones a
nuestras circunstancias o encontrar respuestas adecuadas a nuevas situaciones.
Cambiar nuestra perspectiva para adaptarnos mejor a nuestra situación.
Una
de las tareas en las que más afana nuestro cerebro es en hallar la estabilidad
y reducir la incertidumbre de nuestra vida.
Dada una situación concreta, las
personas no respondemos de manera automática a la misma (aunque eso sea lo que
nos parezca). Antes procesamos dicha situación. Es decir, la evaluamos y
dotamos de un significado.
Hay que tener en cuenta que este significado
proviene de los supuestos previos, de los patrones mentales de la persona.
Estas creencias dirigen nuestra vida, puesto que actúan como filtros a la hora
de percibir y entender la vida. Actúan como modelos que reproducimos para
interpretar nuestra realidad. Cuando nuestra mente halla una estrategia de
resolución acertada para un determinado problema, tendemos a repetirla (incluso
a generalizarla a otras situaciones). La lógica de base es aplastante: ha
funcionado, ¿por qué no va a funcionar otra vez?
Pero reiterar acciones
exitosas en el pasado debe estar supeditado a constatar que realmente sigan
siéndolo en el presente. Una solución correcta ante un problema no tiene porqué
serlo siempre. Si este es el caso, hay que cambiar, innovar, evolucionar. Esta
es la virtud de la flexibilidad cognitiva.
Es cómodo y
tentador asentarse en unas creencias o patrones que nos expliquen la vida, que
no hayamos de molestarnos en verificar, y que permanezcan inmutables a lo largo
de nuestra existencia. De hecho, adoptamos creencias, prejuicios o estereotipos
a la hora de interpretar la vida porque nos son prácticos: Simplifican la
realidad. Pero esto no significa que sean infalibles. Son incompletos, puesto
que no consideran los detalles y peculiaridades específicas de cada circunstancia.
De manera que, vivir anclado en esquemas mentales rígidos, suele ser imprudente. Corremos el riesgo de que
lleguen a ser inoperantes, o peor, contraproducentes.
El caso
extremo de rigidez mental encuentra un punto culminante en los denominados Trastornos de Personalidad. Definidos
de manera sintética, podemos decir que se trata de patrones de pensamiento y
conducta inflexibles. Son “formas de ser” que se mantienen estables en el
tiempo, y que terminan por ser disfuncionales para el individuo, generando un
malestar significativo o serios problemas en su vida (social, laboral,
familiar, etc.). Pero, a pesar de tales efectos adversos, a pesar de ser obvias
las contraindicaciones de tal manera de desenvolverse, la persona no los
modifica.
La importancia de disponer de flexibilidad cognitiva es
que nos permite adaptarnos rápidamente a los cambios o
novedades del medio. Facilita tener en cuenta otras perspectivas de la
situación (otras creencias, valores, o formas de pensar). Nos ayuda, así, a
poder elegir entre varias posibilidades
de solución, entre varios modelos (además del nuestro) de conclusión. Nos
ayuga a tolerar mejor la frustración de los imprevistos
(errores, cambios de planes,...), e incrementa nuestra
capacidad para ponernos en el lugar de otras personas (empatía) y entenderlos.
El quid de la cuestión está en tratar de
validar otros puntos de vista, aparte del nuestro, para ampliar nuestra
capacidad de comprensión. Al hacer esto multiplicamos las alternativas
disponibles, y por tanto, las posibilidades de respuesta.
La flexibilidad mental se nos presenta como una habilidad
de la que no podemos prescindir si queremos tener una vida satisfactoria.
Es la
palabra clave de la felicidad.
Solo siendo flexibles con nosotros mismos, con
la vida y con los demás podremos vivir con plenitud. Pero igualmente relevante
es para ser capaces de reponernos de los golpes de la vida (resiliencia).