No voy a
defender
que la soledad sea el
estado idílico en
que debiera
desarrollarse
nuestra vida, aunque
haya personas que se
han
decantado
por esta opción
vital y
la disfrutan plenamente.
Pero
sí creo
que
todos deberíamos pasar por un periodo de soledad, entendido
como experiencia vital.
Permanecer
un tiempo en una
etapa en donde
debamos
encontrarnos con nosotros mismos, nos
apetezca más o nos apetezca menos.
Todos
sabemos que nacemos solos.
Podemos encontrarnos más o menos personas cuando llegamos a este
mundo, sentirnos más o menos arropados
en ese trance,
pero nacemos nosotros, no otra persona.
Igualmente, morimos
solos.
No me refiero a contemplar melancólicamente
como
se apaga la llama de nuestra vida, olvidados
en un harapiento camastro de
una habitación oscura, aislados del mundo. Pero lo
cierto es que, por
muy bien rodeados
que nos encontremos en ese instante crítico de nuestra existencia
(el último, en concreto), nos vamos solos. Se va el individuo, la
persona, en singular, sin más compañía ni añadidura.
Dado que los dos hitos más relevantes de nuestra existencia los hacemos solos, no me parece descabellado atender al hecho de la soledad y prepararnos para afrontarla cuando no la hemos llamado.
Retomo el clásico dilema del vaso con la mitad de agua. Que lo veamos medio lleno o medio vacío es potestad de la persona, depende de cómo interprete el problema. El significado que para cada uno de nosotros tiene la soledad depende de variados factores, relacionados con el momento en que estemos de nuestra vida así como de nuestras características de personalidad. Y esta, nuestra forma de ser, determinará cómo contemplemos esa soledad. El valor que le asignemos será mayor o menor, mejor o peor, dependiendo de cómo evaluemos nuestra situación.
Es frecuente que las personas se focalicen en la pérdida, en la cantidad de agua que falta en el vaso. Siempre podemos dedicarnos a quejarnos y lamentarnos de sentirnos solos, culpar a otros por hallarnos así o criticar a los lacerantes dardos del nefasto destino. Pero es importante ser consciente de que el vaso no está vacío. Técnicamente, la otra mitad está llena.
La parte aprovechable de este dilema es que la soledad puede ayudarnos a crecer como personas. No podemos perder de vista esta perspectiva porque es el contrapeso de su opuesta. De hecho, lo recomendable es considerar ambos puntos de vista, puesto que tan real es el uno como el otro. El vaso está medio vacío y medio lleno a la vez. Habrá aspectos que podamos sacar en claro, de los que podamos beneficiarnos, de la misma manera que otros serán desagradables y nos harán sentir mal.
Dado que los dos hitos más relevantes de nuestra existencia los hacemos solos, no me parece descabellado atender al hecho de la soledad y prepararnos para afrontarla cuando no la hemos llamado.
Retomo el clásico dilema del vaso con la mitad de agua. Que lo veamos medio lleno o medio vacío es potestad de la persona, depende de cómo interprete el problema. El significado que para cada uno de nosotros tiene la soledad depende de variados factores, relacionados con el momento en que estemos de nuestra vida así como de nuestras características de personalidad. Y esta, nuestra forma de ser, determinará cómo contemplemos esa soledad. El valor que le asignemos será mayor o menor, mejor o peor, dependiendo de cómo evaluemos nuestra situación.
Es frecuente que las personas se focalicen en la pérdida, en la cantidad de agua que falta en el vaso. Siempre podemos dedicarnos a quejarnos y lamentarnos de sentirnos solos, culpar a otros por hallarnos así o criticar a los lacerantes dardos del nefasto destino. Pero es importante ser consciente de que el vaso no está vacío. Técnicamente, la otra mitad está llena.
La parte aprovechable de este dilema es que la soledad puede ayudarnos a crecer como personas. No podemos perder de vista esta perspectiva porque es el contrapeso de su opuesta. De hecho, lo recomendable es considerar ambos puntos de vista, puesto que tan real es el uno como el otro. El vaso está medio vacío y medio lleno a la vez. Habrá aspectos que podamos sacar en claro, de los que podamos beneficiarnos, de la misma manera que otros serán desagradables y nos harán sentir mal.
Pero existe un requisito indispensable que cumplir si queremos lograrlo. Cuando sobreviene la soledad, el primer, y necesario, paso es asumirla. Aceptarla, en vez de rechazarla. Si somos capaces de hacerlo, una serie de aprendizajes se ponen a nuestra disposición. Quizá no podamos apreciarlo de manera palpable e inmediata, sino transcurrido un tiempo. Pero todos tienen una ventaja en común: sirven para aprender a vivir.
1.) De entrada, quien se ha sentido solo sabe de qué se está hablando, conoce ese estado. Está más curtido y le habrá perdido el miedo a lo desconocido que posee quien nunca tuvo que enfrentarse a ese trance.
2.) Cuando aceptamos nuestro estado de soledad nos vemos obligados a ponernos en contacto con nuestra intimidad, a desnudarnos delante de nosotros mismos, a tener que reconocernos. La persona que se ha puesto a prueba, quien ha pasado una temporada aislado y se ha sentido solo, se ve abocado a pensar, a reflexionar, a alcanzar algún tipo de conclusión tras haber conectado consigo mismo. En este sentido, quizá la soledad sea el mejor recurso de que disponemos para conocernos a nosotros mismo: Para distinguir qué sentimos y qué necesitamos, para entender nuestras reacciones emocionales, sentimientos, pensamientos y actitudes. No olviden que el autoconocimiento es la base del crecimiento personal.
3.) La soledad nos permite poner los problemas en perspectiva, y nos permite afinar y sacar lustre a nuestra sensibilidad. Templa el carácter, nos enseña a ser humildes, de la misma manera que nos hace mejores escuchantes y observadores mas avezados.
4.) Quien decide sacarle partido a la soledad, se responsabiliza de su propia vida, de sus necesidades. En las relaciones personales sabe donde acaban sus derechos y empiezan los de los demás. Conoce donde están los límites y aprende a compartir mejor su tiempo. Aprecia más el valor de las personas, y le permite ofrecer mejor compañía.
Porque
se trata de esto,
de sacarle
partido. No de celebrarla,
puesto
que la
soledad no
deseada difícilmente la experimentaremos como
un estado cómodo
y gratificante,
excitante
o
alegre. Pero
aún
siendo
desapacible o
ingrata,
hay
algo que el
sentirnos
solos nos
revela
de manera fehaciente: nos enseña
que
somos
independientes. Cuando
estamos solos nos revelamos como personas
competentes
y capaces de salir adelante por nuestros propios medios.
Y
por
encima de otra cosa, nos
demostramos que nos
tenemos a nosotros mismos.
Y esto, no es poca cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario