Si la
crisis sanitaria provocada por la pandemia del coronavirus parece
encauzada, las dimensiones
de la crisis económica que se nos avecina son
terroríficas.
Hace una década, el
Nobel de economía, Paul
Krugman, afirmaba
que una invasión
extraterrestre (real o
ficticia) sería la
solución para sacar a los EE.UU. de aquella
crisis. Por
desgracia, la
unidad a
la que apelaba no
se
dirigía a lograr la
paz
mundial, si no la
del
gasto público.
En la
película La Llegada, unas naves extraterrestres
amenazan nuestro planeta. La desconfianza entre los países ha
aumentado progresivamente (¿les suena de algo?) y las discrepancias
sobre cómo actuar con los visitantes nos dirige a un conflicto
catastrófico para nuestra especie. Finalmente, la protagonista
consigue comunicarse con uno de los jefes de las potencias mundiales
y llegan a un acuerdo internacional. A falta de paz mundial, nos
vale.
En la serie
Watchmen, uno de los personajes principales lanza un
ataque brutal contra Nueva York. De esta manera genera el miedo
suficiente como para que los países neutralicen la amenaza del aquel
momento histórico (la temida guerra nuclear), y se alíen contra la
amenaza exterior. Eso sí, aquí la alianza mundial costó la vida de
los 3 millones de neoyorquinos muertos por el ataque de un calamar
gigante (sí, tal como lo leen. Mismamente un calamar, de las
dimensiones de un estadio olímpico)
En
Ultimátum a la
tierra, incluso
tenemos la oportunidad de sobrevivir.
Los extraterrestres vienen para salvar el
planeta,
y al considerar a la
especie humana su principal amenaza (¿quién podría negarlo?),
deciden exterminarnos. No
obstante, Klaatu, el
emisario alienígena,
es
convencido por la protagonista de que los seres humanos pueden
cambiar su forma de ser y que merece la pena salvarnos. Bendita
ingenuidad alienígena.
De pequeño
solía asomarme por las noches a la ventana de mi dormitorio por si
lograba ver algún platillo volante, aunque sin demasiada fe, la verdad.
En los últimos tiempos, el fenómeno OVNI está en horas bajas y, de
hecho, no creo que ni siquiera ellos pudieran salvarnos.
Si Klaatu se
apareciera hoy en la explanada de la casa blanca, ya saben, uno de
los escenarios terrestres favoritos de los alienígenas, tras conocer
al inquilino actual, perdería cualquier esperanza en nosotros (por
muy buena voluntad que le pusiera). Es más, si hiciera una media de
líderes mundiales prominentes, creo que no alcanzaríamos el
aprobado raspado. Y dudo que podamos contar con la baza del calamar
gigante (¿Un calamar? ¿de verdad? En fin, se me antoja que un
animal mitológico, como un kranken, hubiera tenido más empaque. Por
qué no uno extinguido, como un pleisosaurio bien gordo. Incluso
cualquier otra modalidad de amenaza, como un virus de origen animal
en forma de pandemia, daría bastante miedo).
Nosotros
somos nuestro propio problema. Con la crisis del coronavirus ha
quedado claro que la actividad humana es el principal acelerador de
la próxima extinción (y definitiva). ¿Creen que este dato servirá
para que los máximos dirigentes busquen una solución al respecto?
No se preocupen, era una pregunta retórica. Nuestro planeta se halla
al borde del desastre global por la inoperancia de los políticos, o
de quienes quiera que sean los que tomen las decisiones. A lo largo
de los últimos años hemos asistido al lento inicio de una extinción
masiva del planeta (calentamiento global), que además, incluye la
nuestra, y no han hecho nada eficiente para detenerla. Ni una sola
medida decente para paliarla.
Esperen.
Ahora que lo pienso, sí que me viene
una última explicación. En la
serie Brain
Dead,
los
alienígenas llegan a la Tierra en un meteorito, pero
no se dedican a masacrarnos, como en Mars
Attack.
Su
modus operandi es introducirse
sutilmente
en
el cuerpo de los políticos de Washington para poder
devorar
su
cerebro,
y
de esta manera, suplantarlos.
¡Vaya!
Ahora, todo me cuadra. No solo encaja con la propuesta de Krugman,
sino que explicaría las estrambóticas e incomprensibles decisiones
que toma el presidente de los estadounidenses.
¿Una
idea descabellada?
Quizá,
pero
no más
que la del calamar.
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