Shymalan, en su película "El protegido", hace alusión directa al concepto: "¿En un cómic, sabes como se nota quien es el malvado? Es justamente el opuesto a al heroe. Y en la mayoría de las veces son amigos, como tu y como yo"
En el pensamiento occidental, la noción de opuesto es más ácida que la de complementario. Intuitivamente, entendemos que lo opuesto es algo que debemos combatir, mientras que la idea de complementariedad denota un apoyo, una ayuda. De esta manera, el primero genera un sentimiento aversivo contra el otro (enemistad), mientras que el segundo conlleva el de avenencia (amistad).
En una competición deportiva es frecuente contemplar al rival como el obstáculo a batir. Hay que ganarle, superarle, pasar a la siguiente fase... Se alienta el concepto de confrontacion y hostilidad, lo que fomenta una animadversión (consciente o inconscientemente) que solo genera emociones insanas. Desde la desconfianza a la antipatía, cuando no al odio directamente, todas son emociones dañinas. Y lo peor: gratuitas, esto es, innecesarias. La peor consecuencia de esta concepción es que contaminan nuestro estado de ánimo. Pero, insisto en el punto mencionado: estas consecuencias son absolutamente prescindibles, si cambiamos en enfoque o manera de interpretar la realidad.
Así se entienden el yin y el yang. Encajados en la filosofía oriental (taoísmo), se definen como dos fuerzas distintas pero que forman un todo. Expesan la noción de dualidad, y si bien se ven como figuras opuestas, no se etiquetan como enemigas, sino como complementarias.
Esto introduce un matiz nada despreciable respecto a la manera en que percibimos (y sentimos) nuestras circunstancias. No es igual que yo vea a mi competidor como un igual con el que medirme, que como un obstáculo que debo derribar. Si analizamos con detalle cualquier competición deportiva, observamos que el adversario es quien marca mis límites. Cuanto más lejos quiera lanzar la flecha, más tendré que tensar el arco; de la misma forma, cuanto mejor sea mi oponente, más me hará esforzarme para superarle, pero también para superarme.
Finalmente, y es a donde quería llegar, de esta concepción tan constructiva derivan unas consecuencias emocionales relevantes: me entrego a la tarea, pongo mis habilidades a trabajar, estoy haciendo aquello para lo que sirvo,... estoy en el camino para alcanzar la plenitud o satisfacción.
Ahora vayan ustedes y cuéntenle esto a los miles de aficionados ingleses a la salida del estadio donde se jugó la final de la Eurocopa de este verano. O a cualquier otro espectáculo bochornoso vivido en cualquier los campo de futbol entre los aficionados acérrimos (por llamarles de manera educada) de cada equipo. Ninguna de las emociones que alimentan esos insultos, gritos y aversión al opuesto es sana, y desde luego no contribuyen a hacerlos mejor persona si no a embrutecerlos.
Por contra, en otro tipo de competiciones, (las artes maricales son buen ejemplo; quizá el tenis pueda sernos más cercano) hay contrincantes que se centran en optimizar su ejecución, no en que el rival falle en la suya. Me viene a la cabeza ahora los variados duelos que han protagonizado Nadal y Federer en tanta finales de tenis. Centrados en esforzarse, en mejorar, y centrados en cooperar con su mejor yo, para superar al otro.
El yin es un complemento del yang, y viceversa. Al esforzarnos por mejorar, un oponente difícil no hará sino inspirar nuestra actuación. Si damos lo mejor de nosotros mismos, siempre ganamos, independientemente del resultado.
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