Despido el año, como no podía ser de otra manera, con un post dedicado a la celebración navideña, cada vez más alejada del espíritu primigenio con que nació.
La inmensa mayoría de mensajes con que nos bombardean en estas fechas navideñas están dirigidos al consumo: a lograr que compremos. Año tras año, vemos como este ímpetu consumista ha ido creciendo hasta llegar a imponerse a lo que debería ser la esencia de la Navidad. Esa inexorable progresión termina por, no solo desbordarlo, sino también desvirtuarlo, al convertirla en un mero Black Friday extendido.
Dado que no tengo una noción universal de Navidad, me he dedicado a revisar las distintas acepciones del concepto y el factor común que extraigo es que la esencia de la Navidad radica en la comunión con nuestros semejantes. Ya sea a través de la conmemoración del nacimiento de Jesús con su mensaje de amor y paz, ya sea celebrando la vida y esperanza de un futuro mejor, ya sea promoviendo el amor y bondad a nuestros iguales y/o comunidad, es aquí donde cobra todo el sentido la tradición del regalo de Navidad.
Independientemente de que el origen de esta tradición sea en la antigua Roma, donde se empezaron a hacer obsequios a las personas apreciadas en las fiestas saturnales o sean los presentes que entregaron los Reyes Magos al niño Jesús, lo relevante no es el regalo en sí, sino el acto de regalar.
Y la impresión que tengo que se ha perdido de vista este significado por completo, para centrarse en él objeto regalado. En la calidad del mismo, y no pocas veces, en la cantidad (cuantos más mejor). Pudiendo llegar a escenas tan absurdas como la de presenciar a mi sobrino el día de Reyes abriendo un regalo tras otro, como quien saca una chuchería detrás de otra de la máquina expendedora. Desenvolviendo el regalo, abriéndolo y, sin más, pasando a la siguiente caja, en un proceso casi compulsivo, hasta acabar con todos los paquetes.
Recibir un regalo significa que alguien te aprecia, se ha acordado de ti y lo conmemora ofreciéndote algo. Y si el objeto regalado es valioso, más debe serlo la persona que nos lo ofrece. Por que es el sentimiento que se genera al compartir con nuestros iguales lo que promueve felicidad en las personas. De hecho, el regalo no tiene que ser necesariamente un objeto. Podemos regalar cosas igualmente valiosas pero inmateriales, como puede ser compartir nuestro tiempo, ofrecer nuestro apoyo, o regalarle a la persona nuestra personal visión de sus cualidades, por poner algunos ejemplos. Es el vínculo que nos permite conectarnos con otras personas lo que nos hace sentir bienestar.
El Sr. Scrooge no era feliz porque no compartía con nadie (solo atesoraba para sí). George Bailey ("Que bello es vivir") si lo era por que tenía conexión con muchas personas. Donald Trump es imposible que sea felliz, porque solo aspira a ganar, poseer, vencer,..., y esto le aisla de la humanidad, tanto como lo hacía con el ciudadano Kane. Incompatible con el sentimiento prosocial. Y lo peor es que ni siquiera es consciente de lo infeliz que es (puesto que si lo fuera, ya reorientado sus prioridades vitales).
Les deseo una feliz Navidad, que resumido, condensado y sintetizado, quedaría tal que así:
La emoción de recibir un regalo es real, pero eso NO es felicidad.
Lo que nos hace felices es CONECTARNOS con otros seres humanos.