La comodidad es el enemigo principal (y más sibilino) del crecimiento personal, del progreso vital. Y lo es por que desalienta la motivación, el recurso por excelencia para salir de nuestra zona de confort y enfrentarnos a los retos.
La comodidad, al igual que otros conceptos de reciente cuño (la felicidad, por ejemplo) nunca ha existido como tal. A poco que miremos un par de generaciones atrás observaremos que nuestros abuelos jamás pensaron en felicidad o comodidad. Pensaban en resolver los problemas del día a día, salir adelante, y prosperar en la medida de lo posible.
Mi abuelo no se tomó ni un solo día de vacaciones, aunque supongo que en aquella época ni siquiera existirían. Mi padre nos llevó un par de veranos a un piso alquilado en la playa cuando éramos críos, pero él lo disfrutaba solo el fin de semana; se volvía durante la semana para abrir nuestro pequeño comercio. Ni siquiera yo recuerdo haber tenido piso con calefacción central, ni ropa térmica ni un sofá tan confortable como los actuales. De hecho, cuando nos sentábamos a ver la televisión, normalmente lo hacía sentado en una silla (puesto que mis hermanos ocupaban las plazas del humilde sofá familiar). Y de la ducha con agua fría durante el servicio militar, el catre descuajaringado o dormir con frío en una tienda de campaña durante las maniobras militares ni les hablo.
En cuanto salí de casa para estudiar en la universidad, recuerdo haber envidiado a los compañeros de familias acomodadas que vivían en pisos acogedores y confortables; con recursos de sobra para costearse los diariamente los comedores universitarios (y evitar tener que cocinar) o dinero suficiente para salir de cervezas y copas con los compañeros; algunos, incluso, con vehículo propio para ir a la facultad…
Pues bien, pasado el tiempo me di cuenta de que aquella vida humilde, que en alguna ocasión no tuve remilgos en etiquetar como miserable, no fue en vano. Tener que aceptar trabajos mal pagados mientras cursaba, pasar frío mientras estudiaba, tener que convivir con personas de todo tipo de ralea y pelaje,… a largo plazo me hizo más habilidoso en el trato personal, más sufrido, menos exigente,… Me hizo una persona más despierta, más templada y más comprensiva.
Aquella mala suerte de la que me quejaba, visto con perspectiva, no lo fue tanto.
Por supuesto que si me hubieran dado la opción de vivir cómodamente, sin tener que “buscarme la vida”, sin tener que afrontar los desafíos que comporta ir haciéndose adulto, la hubiera escogido. Es por esto que puedo entender perfectamente a la generación actual; la que llaman “la generación de cristal”.
Cómo se le explica a un joven que ha construido un apego seguro con su familia, que ha tenido cubiertas todas sus necesidades sin apenas esforzarse, y que no ha necesitado salir de casa para afrontar su futuro, que la vida no es eso; que la vida no es fácil para ningún ser vivo de este planeta. Miren cualquier documental televisivo sobre naturaleza y verán cómo se las gasta la vida, ahí afuera.
El carácter se forja en la adversidad, no en la comodidad. Y no es un castigo divino, sino la manera natural en que hemos evolucionado y progresado a lo largo de generaciones y generaciones.
Un carácter sólido no se genera con la inteligencia, sino con experiencia. La entereza se forja afrontando los reveses y contratiempos que nos encontramos, por que nos fuerza a desarrollar nuestro pensamiento crítico y nos obliga a usar nuestras habilidades y afinarlas.
Nada de esto se puede aprender en los libros de texto. Y, en este sentido, me temo que sí, que es necesario sufrir para curtirse, para forjarse como persona. Para este camino no hay atajos... aunque, quien sabe: igual, después, resulta no ser tan malo.
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