El sudor caía por su frente, pero
no lo notaba. Su
respiración continuaba acelerada pero no podía advertirlo. Tampoco el bombeo frenético de su corazón. Todo su cuerpo
se encontraba en alerta, sus músculos preparados para el choque inminente. Pero
no podía percibir nada de esto, ni siquiera el cansancio, porque toda su
atención, toda su conciencia estaba concentraba en su oponente.
Se hallaba en el momento
culminante de su carrera. Veinticinco años no son muchos, pero toda una vida
dedicada a una disciplina sí. Tenía la posibilidad más que real de alcanzar la
final. Por supuesto que sabía que se enfrentaba a la actual campeona mundial,
pero precisamente haber empatado 5-5 en aquel duelo le indicaba que podía
tratarse con ella de tú a tú con ella. De hecho, tras agotar el tiempo
estipulado reglamentariamente, se dio paso a la denominada muerte súbita (no, desde
luego que el nombrecito no ayuda a desdramatizar el momento). Solo un minuto
más. La primera que marque será la vencedora.
Pero ella seguía firme en su convicción,
resuelta a lograr su objetivo. En aquel último minuto que disputaban habían
vuelto a empatar consecutivamente, varias veces. Y así habían llegado hasta
este instante. El más intenso de su existencia. Aunque suene a tópico de
película comercial americana, estaba viviendo el segundo más importante de su
vida.
¿Cómo se enfrenta uno a eso?
¿Cómo se prepara uno psicológicamente ante un segundo que decide toda tu
carrera? Sencillamente, no lo hace, no lo piensa. Solo sigue con la mirada incrustada
en el antagonista, con la atención clavada en la contrincante. Como un misil
teledirigido a punto de alcanzar el blanco: manteniendo el itinerario que le
han programado. Como un pura sangre a punto de alcanzar la meta: haciendo lo
que mejor sabe hacer.
Ella sabe que solo tiene que
aguantar intacta un segundo. Teniendo en cuenta que la distancia entre las
duelistas ha de ser cómo mínimo la que marquen sus brazos con el florete
extendido sin que estos se toquen, es casi imposible que la adversaria pueda
alcanzarla. Pero, esta se encuentra a mucha menos distancia de la estipulada
por el reglamento. Aún así…
…es solo un segundo.
“Fence!”. La jueza de la
semifinal olímpica de esgrima da la orden de atacar. Shin se defiende, impide
que la toque su enemiga en el primer instante, pero pasa el segundo de tiempo y
no ocurre nada. No suena la bocina, el cronometrador no certifica que haya
transcurrido el segundo, ningún miembro del jurado dictamina el final del
torneo. Y pasan 2 segundos, 2.17 (según mediciones extraoficiales de la
grabación en video). El reloj se había quedado congelado, y lo hizo durante el
tiempo suficiente para que su contrincante la tocara.
Y el desastre tiene lugar. La
alemana ha tocado a la coreana y ha ganado el combate. Shin A. Lam no puede
creer que haya perdido. No puede entender que no haya terminado el combate tras
el segundo que quedaba. No es creíble. Su entrenador salta enardecido y frente
a los jueces les pregunta indignado “¿Cuatro veces? ¿Cuatro veces en un
segundo? Eso es imposible”. Parece ser
que el cronometrador no puso en marcha el reloj en la acción precedente, y en
realidad, no lo hizo hasta que la árbitro le inquirió por el mismo. A falta de un segundo el cronometro se paró hasta tres veces, y
sólo volvió a funcionar cuando la ganadora consiguió el punto decisivo.
Pero Shin ya sabe que ese es el
resultado. No porque ella haya fallado, sino porque no cree que los jueces
rectifiquen. Y mientras Heidemann salta de alegría tras la decisión de los
jueces, Lam permanece estupefacta. Su mente está confusa. No puede entender
nada de lo ocurrido. Pero una cosa sí
sabe: ella no ha perdido.
Quizá los JJOO de Londres del año
pasado se recuerden por las nosecuantas medallas del megapolimultimediático
amigo Bolt, quizá por las del plusmarquista de natación (el americano que
ingiere más de 6000 calorías cada día) Phelp o las medallas de Ledecky con solo
15 años.
Para mí, aquellos serán los JJOO en que Shin A. Lam se rebeló
contra la injusticia. Y lo hizo de la forma más digna que recuerdo. Nada de
meter el dedo en el ojo como Mourinho a Tito, no emuló a Bruto cuando cometió
el parricidio (y eso que de arma blanca disponía), nada de destrozarlo todo
como un Rambo cualquiera con la M60 escupiendo odio,…
No.
Simple y llanamente se quedó en
el escenario, permaneció en él. En silencio. Llorando.
Cierto que en caso de duda, mientras los jueces deliberan, el tirador
debe permanecer en la pista. Eso hizo durante los 25 minutos de deliberación de
los jueces. Tras este lapso, dictaminaron que Hiedemann la vencedora. Pero después
de este tiempo Lan permaneció allí otros 45 minutos, negándose en repetidas
ocasiones a abandonarlo.
La observaban 8000 espectadores (y miles de televidentes) pero se encontraba sola, desamparada, llorando, en un estado de infinita tristeza. Sin hacer ruido, pero rebelándose contra la injusticia. En aquel momento, el avejentado rostro del Mahatma más grande que tuvo la India debió esbozar una leve sonrisa en su tumba.
No, no eran las lágrimas de
Bernie suplicando, implorando clemencia, mientras el protagonista de “Muerte
entre las flores” le indica que siga caminando por entre aquel desangelado bosque
para ejecutarlo. Ni eran las de aquel Marlon Brando, hundido y sollozando, llamando a gritos a Stella (Un tranvía llamado deseo). No eran las de Boabdil
cuando entregó las llaves de Granada. Las lágrimas de Shin A. Lam eran de
dignidad, lloraba por pundonor, quizá también por compasión de sí misma. Lloraba
por que es imposible asimilar ser víctima de tan insólita iniquidad sin
venirse abajo, sin hundirse emocionalmente.
Uno tampoco olvida que las cosas no tienen porqué ser lo que parecen. Que la deportista coreana pudo reaccionar de esa manera simplemente por antideportiva cabezonería o fruto de un arrebato infantil,… Admito que pudiera ser cualquier otro motivo más espurio que se me escape. Pero, ¿Que quieren que les diga?
Después de llevar tanto tiempo observando atónito como personas que se suponían eran los baluartes de nuestra sociedad (no solo económicos y sociales, si no sobretodo morales) quedaban defenestrados
por la corrupción y la desconfianza. Tras ver como las instituciones que debían
velar por nosotros nos perjudicaron al hacer dejación de funciones, en el mejor de los casos. Decía, pues, que tras esto, al
menos déjenme creer que una persona, un individuo, sin más legitimidad que su dignidad,
sin más poder que el extraido con el sudor de su frente, pueda tomar la
decisión de enfrentarse, de responder al sistema. Y esta es una decisión, efectivamente, es
suya. Solo y exclusivamente suya.
Si lo pensamos, una persona de 25
años que llega a ese nivel de competición deportiva ha de haberle dedicado
mucho tiempo, muchas horas, casi todas. Y desde luego, no como aficionada. Esto
me hace suponer que si se ha dedicado en cuerpo y alma a la esgrima, gran parte
del sentido que el encuentre a su vida se hallará en la práctica de este
deporte. Y sin ambargo, en ese instante, se encuentra reivindicando públicamente algo que pueda arruinar su carrera.
¿Se imaginan? Hagánlo. Imaginen todos esos
años, sudor y esfuerzo invertidos. Se figuran que tuvieran que arriesgar todo
aquello por lo que han luchado, tirarlo por la borda, simplemente por defender una acción
puntual. Por más justificada que uno la considere, es mucho lo que se está jugando.¡Da vértigo solo pensarlo!
No obstante, quizá esté adoptando una actitud algo paternalista. ¿Acaso no esta ella haciendo uso del libre albedrío, de su propia libertad individual? ¿Porque ha de valorar ella la vida y sus metas con el mismo rasero que nosotros? De hecho, ¿No sería posible que le encontrara más sentido a
defenderse del atropello sufrido que a consentirlo aceptando una medalla honorífica?
Lam frente al sistema.
Ulises encarando su destino.
Neo retando a Matrix.
Winston Smith contra el Gran
Hermano.
Roy Batty desafiando a la Tyrell
Corporation.
K enfrente del castillo.
Pero en estes caso, Shin A. Lam, no es un personaje. No es una heroína literaria, ni la
protagonista de una película. Ella es lo que se ve; un ser humano, de carne y hueso. Como usted y
como yo.
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