sábado, 1 de junio de 2019

47#. El trauma merma nuestro mejor antídoto: la imaginación.

La imaginación es un atributo intrínsecamente humano, y decididamente crítico en nuestras vidas. No para poder sobrevivir, obviamente, pero determinante a la hora de aportar cualidad humana a nuestra existencia. Es posible que suene ampuloso (y algo vago, también) decir que es la capacidad más extraordinaria que poseemos, pero gracias a la imaginación podemos traer al espacio abstracto de nuestra mente todo aquello que no está disponible en el mundo real en un momento concreto. 
 




Con la imaginación superamos nuestra realidad para dejar de estar limitados al aquí y el ahora, permitiéndonos la facultad de trabajar (eso sí, virtualmente, en nuestro cerebro) con elementos que no están presentes. Piénsenlo con algo de detenimiento: con la imaginación podemos revivir el pasado, ponernos en el lugar de otra persona y empatizar con ella, o ser capaces de anticipar el futuro al prever las distintas posibilidades que nos ofrece. Anticiparnos, reflexionar, especular, conjeturar, hacer suposiciones y adoptar distintos puntos de vista. ¿Es, o no es esto, un superpoder?



Damos por supuesto que esta ventaja la poseen todas las personas, pero no es tan así. Existe un escaso tanto por ciento de individuos que nacen sin esta capacidad (afantasia) y, sobre todo, un número incalculable de personas traumatizadas que ven la vida de una manera esencialmente diferente a como la contemplamos los demás. En post anteriores hemos hablado de algunos de estos trastornos, entre ellos, que el trauma merma la capacidad de imaginación de las víctimas. En concreto, tienen la tendencia a imponer rígidamente su trauma en la interpretación que hacen del mundo, de manera que encuentran problemas para traducir los indicios de la realidad, para atribuir significados, específicos y objetivos, a lo que sucede en su vida. 
 



Si no disponemos de la capacidad de usar con flexibilidad nuestra mente, si no podemos imaginar, nos vemos privados de esta poderosa herramienta. La imaginación, al ser usada para exponernos al evento traumático, permite romper la asociación entre el estímulo y la respuesta emocional condicionada, lo que promueve la disminución de síntomas. Al repetir este ejercicio en nuestra mente, los afectados pueden aprender a tener control sobre su ansiedad y desesperanza, entendiendo que exponerse a dicha situación no conducirá ineludiblemente a la amenaza temida.



A través de la imaginación podemos construir formas de representar nuestra realidad que la hacen más comprensible. Tengamos en cuenta que poder entender, percibir y contarnos el mundo como un algo coherente nos proporciona una seguridad imprescindible. Esto mismo puede suceder cuando lo aplicamos a nuestras heridas emocionales, al narrarnos los hechos que las provocaron. Reconstruir un recuerdo provoca cambios en nuestro discurso según la forma en que nos lo relatemos, y por tanto, modificar también la emoción que nos suscita

 

En la expresión del mundo íntimo encontramos una vía para mejorar el control emocional, que no consiste en eludir u olvidar el evento traumático, ni tampoco de edulcorarlo o negarlo. Más allá de escapar de él, la persona lo tiene presente porque explica muchas de sus actitudes o comportamientos (en ocasiones, incluso lo explota a través del arte, siendo capaz de comunicar estados emocionales), pero tratando de normalizar la convivencia con esa memoria e integrándola en su bagaje de vida.

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