A través de las pruebas del Rorscharch aprendimos que la gente
traumatizada tiende a superponer su trauma a todo lo que le rodea y
que le cuesta descifrar lo que sucede a su alrededor. Aprendimos que
el trauma afecta a la imaginación. Los cinco hombres (víctimas de
trauma de guerra) que no veían nada en las manchas de tinta del test
habían perdido la capacidad de jugar con su mente (...).
La imaginación es absolutamente crítica para nuestra calidad de
vida. Nuestra imaginación nos permite evadirnos de nuestras
existencia diaria rutinaria al fantasear con viajar, comer, el sexo,
enamorarnos o tener la última palabra; todas las cosas que hacen que
la vida sea interesante. La imaginación nos da la oportunidad de
contemplar nuevas posibilidades; es una plataforma de lanzamiento
esencial para que nuestras esperanzas se hagan realidad. Enciende
nuestra creatividad, mitiga el aburrimiento, alivia nuestro dolor,
mejora nuestro placer y enriquece nuestras relaciones más íntimas.
Cuando las personas se ven arrastradas constante y compulsivamente al
pasado, a la última vez en que sintieron una implicación intensa y
unas emociones profundas, sufren una falta de imaginación, una
perdida de flexibilidad mental. Sin imaginación no hay esperanza, no
hay posibilidad de contemplar un futuro mejor, no hay sitio adonde
ir, no hay objetivo que alcanzar.
Las pruebas de Rorscharch también nos enseñaron que las personas
traumatizadas miran el mundo de un modo fundamentalmente diferente al
resto de las personas. Para la mayoría de nosotros, un hombre
bajando por la calle es simplemente alguien dando un paseo. Una
víctima de una violación, sin embargo, verá a una persona que va a
abusar de ella y le entrará el pánico. Un maestro severo puede ser
una presencia intimidante para un niño normal, pero par aun niño
cuyo padre le pega puede representar un torturados y provocarle una
ataque de ira o dejarle encogido de miedo en un rincón.
"El cuerpo lleva la cuenta" (2015)
Bessel Van der Kolk
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